Pedro Vindel Álvarez y el pergamino Vindel

Pedro Vindel Álvarez y el pergamino Vindel

A principio de los años setenta tuve la oportunidad de conocer personalmente al librero Pedro Vindel Angulo, quien en los muchos ratos de conversación que mantuvimos me narró muchas vicisitudes de la vida de él, pero también de su padre, Pedro Vindel Álvarez. Hablaba mucho de su padre y lo hacía con una gran admiración que no era obstáculo para que reconociese que lo había tratado con una exigencia excesiva. Como sabía que yo era de Cuenca me contó que su padre había nacido en la pequeña población de Olmeda de la Cuesta, en la Alcarria Conquense, en el año 1865, pero que salió huyendo de allí sin saber leer ni escribir, a raíz del fallecimiento de su padre y de que su madre se casase con un señor que lo maltrataba. Se dirigió a Madrid y una vez allí se instaló en la estación del Norte y en el Rastro donde fue aprendiendo a leer y empezó a comprar libros que, después de haberlos leído, vendía en su puesto. Con la formación que iba adquiriendo y el correr del tiempo ocupó un puesto fijo en el Rastro, llegando a ser reconocido como uno de los libreros anticuarios más afamados de Madrid, en donde organizó en 1913, la primera subasta de libros antiguos de la capital e instaló su negocio en la calle del Prado.

Pedro Vindel Álvarez. Foto tomada del libro de Paul Cid Noe.

Cuando tenía 49 años Pedro Vindel padre hizo un gran descubrimiento en el que por una parte intervino el azar, pero que fue posible gracias sobretodo a la curiosidad, la formación y la intuición del librero. Estaba manipulando un ejemplar del siglo XIV de la obra “De Officiis” de Cicerón cuando notó algo raro en su encuadernación. La encuadernación era del siglo XVIII y en su guarda encontró un pergamino copiado a finales del siglo XIII o comienzos del XIV que había resistido el paso del tiempo camuflado como un simple forro. Para corroborar y precisar la importancia de aquel presunto tesoro poético-musical que acababa de encontrar, Vindel recurrió al erudito pontevedrés Víctor Said Armesto, quien le confirmó que era un hito literario imprescindible para comprender el esplendor de la lírica medieval gallego portuguesa.

Este pergamino hoy conocido como Pergamino Vindel no sólo incluía las siete cantigas, sino que además lo hacía con la partitura de seis de ellas y con el nombre de su autor, Martín Códax. La primera noticia del descubrimiento fue dada a conocer por Pedro Vindel, en febrero de 1914, en la revista Arte Español. Al año siguiente, en 1915, el librero publicó la primera edición facsímil del manuscrito y publicó también un libro con sus investigaciones sobre las siete canciones en las que averiguó que existían otras versiones, aunque en ninguna de ellas se incluían los pentagramas, la música de los cantos. El libro casi pasó desapercibido.

El manuscrito Vindel. Foto tomada de Wikipedia

Intentó en varias ocasiones vender el pergamino al Estado, que sistemáticamente lo rechazó y, tras constatar el desinterés del Estado español por comprarlo, al cabo de dos años se lo vendió al diplomático y musicólogo Rafael Mitjana y Gordón, quién lo depositó en su biblioteca de Upsala, ciudad sueca donde residía por aquel entonces. A la muerte de Mitjans la biblioteca pasó a su viuda y posteriormente fue vendida por sus herederos. Tras toda una serie de vicisitudes, el pergamino fue adquirido por el bibliófilo Otto Haas y posteriormente puesto a la venta por su colega Albi Rosenthal en Londres. Finalmente fue comprado por la J. Pierpont Morgan Library de Nueva York, donde se conserva desde 1977 y en cuyo museo es expuesto como una auténtica joya de la literatura y la música medieval gallega.

Es la historia del Pergamino al que dio nombre el librero Pedro Vindel Álvarez.

Esta historia del pergamino que tiene su inicio en Galicia y que llega hasta el Rastro de Madrid a lomos de un ejemplar de Cicerón, para después viajar a Suecia y terminar en Nueva York, ya reconocido como incunable, va unida indisolublemente a la de nuestro paisano Pedro Vindel y esa es la razón por la que hoy la evoco.         

Vindel, partiendo de esa tierra que hoy llamamos la España vaciada, en las peores circunstancias, con apenas diez años y sin saber leer ni escribir consigue llegar a Madrid y alcanzar allí un lugar en el mundo de la cultura. Es la historia de un individuo resilente, luchador empedernido, que plantó cara a cuantas dificultades – y no fueron pocas – surgieron en su recorrido vital. No tuvo la fortuna de ver reconocidos sus méritos mientras vivió, pero logró que para siempre quedase ligado su nombre a su descubrimiento.

Menos mal que el tesón y la constancia demostrado por Pedro Vindel para que su hallazgo no quedase en el olvido y no fuese oscurecido por la ignorancia de algunos incapaces, encontró eco en sus hijos Francisco, Victoria, Pedro, y la esposa de este último, Cipriana Cuesta Matilla, que siguieron la tradición familiar dedicando su vida al estudio y promoción de los libros antiguos.

Pergamino Vindel. Foto tomada de Wikipedia

También resulta muy esperanzador que un siglo después, descendientes más remotos de Pedro Vindel Álvarez, nietos biznietos y tataranietos, han querido rescatar en una película el trabajo del experto librero y descifrador de códices. En esa película del año 2016 narran la vida del librero y ponen de manifiesto en ella que, a diferencia de su vida laboral que tenía una importante vertiente económica aunque la llevase a cabo con mucha pasión y conocimiento; en lo relativo al pergamino lo que guiaba a Vindel no era, como en el resto de su actividad obtener beneficios, sino el reconocimiento como descubridor de algo muy relevante en el mundo del arte. “Es como si fuese mi legado. Yo no quiero venderlo por un fajo de billetes, lo único que pretendo es que se reconozca el valor importante que tiene este descubrimiento” le dice a un colega cuando le pide ayuda para que lo ponga en contacto con gente influyente. El colega le responde: “Ande con mucha cautela

En otra escena de la película el diplomático y coleccionista Mitjans a quien Vindel vendió el pergamino, le dice: “la falta de reconocimiento desgraciadamente no depende de usted, sino de esta nación y de esta sociedad, ellas son las que son incapaces de valorar su obra. Tal vez España sea un país de artistas, pero no es un país para artistas”.

No resulta fácil imaginar toda la emoción que debió de embargar al librero anticuario, tanto en el momento del hallazgo – pues  debió de ser en un solo instante cuando se concretó aquello por lo que durante tanto tiempo había luchado y perseguido – como en la posterior indagación e investigación del pergamino. También es complicado poder imaginar toda la decepción y el desencanto que debió de sentir frente a la ceguera de algunos humanos que, ocupando cargos de responsabilidad, intentaron oscurecer el camino que él había iluminado, así como toda la frustración asociada a que el pergamino terminara saliendo de nuestras fronteras, perdiendo de ese modo un tesoro que debería haber permanecido para siempre entre nosotros.

Difícil resulta que no nos invada la amargura ante la constatación de que la joya cultural descubierta e investigada por Vindel se terminó quedando en lugar tan distante, debido fundamentalmente a la apatía, el desinterés o la incompetencia de quienes pudieron apoyar la investigación y la permanencia en España, pero no quisieron o no pudieron hacerlo. Sin embargo, junto a la parte triste que indudablemente planea por toda esta historia, tiene también una parte muy esperanzadora que está representada por nuestro paisano Vindel y que es la que hoy me interesa evocar.

Pergamino Vindel. Foto tomada de Wikipedia

Para saber más

  • Pedro Vindel. Historia de una librería. Cid Noe, Paul. Madrid 1945.
  • Martín Códax. Las siete canciones del siglo XII. Vindel, Pedro Publícase en facsímil, ahora por primera vez con algunas notas. Sucesores de M. Minuesa. 1915.
  • Documental Pergamino Vindel

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