Hablar de ingenios hidráulicos viene inexorablemente unido a la época en la que nos centremos. Pues estos elementos, que en definitiva aprovechan la energía primero potencial y luego cinética del agua, han tenido diversas caras a lo largo de la historia.
Cuál se manifiesta ha dependido, exclusivamente, de dos factores: espacio y tiempo. Porque la geografía y cercanía de otros recursos han favorecido o limitado los diferentes usos. Pero, sobre todo, porque a lo largo de la historia estos usos han cambiado dependiendo de los sectores económicos preponderantes.
Pues bien, el más tradicional y constante de estos ingenios hidráulicos ha sido el de molino harinero. Pues el pan, recurso de vida, se ha obtenido por la fuerza del agua hasta hace apenas un siglo, con la llegada de la electricidad.
Pero otros han sido los usos: los batanes, encargados de dar consistencia a los tejidos, fueron elementos clave en plena expansión de la industria textil castellana del siglo XVI. En otros lugares, el impulso del uso del papel propició la existencia de molinos para este uso. La siderurgia, siglos más tarde, utilizó la fuerza de los ríos para activar los martinetes. Y, por último, el invento de la bobina que transformaba esta energía cinética en energía eléctrica forzó que todas ellas pasaran a transformarse en centrales hidroeléctricas.
Por ello, este es el primero de dos artículos, en el que se desgranarán los elementos que usaron la fuerza de la cabecera del Guadiana, en plenas Lagunas de Ruidera, hasta el año 1888, fecha en la que se publicó el primer mapa de la zona por parte del IGN. En particular, nos centraremos en los molinos de Ossa de Montiel.


Molinos harineros y batanes son los protagonistas de esta historia en las Lagunas de Ruidera. Siguiendo la corriente de los ríos que las conforman y, con ello, su fuerza, encontramos incontables ejemplos.
Batanes, martillos del tejido
La industria textil ha necesitado, para aportar más calidad al paño, de los ríos. Los batanes, esos martillos que aterrorizaron a Sancho, eran elementos necesarios para lavar el tejido, así como para hacerlo más resistente y suave.

Partiendo de las primeras referencias históricas, en las Relaciones Topográficas de Felipe II del año 1575 no se menciona ningún batán, pero en el año 1515 ya se tiene constancia de su existencia, pues aparecen reflejados en los ingresos de la Encomienda de la Orden de Santiago. El siguiente gran referente histórico es el Catastro de la Ensenada del año 1752, siendo ya mencionados 3 de ellos, los mismos que había, como comenta Bernardo Sevillano en su blog, “a comienzos del siglo XVII: uno de los herederos de Alonso López, de Villarrobledo, otro de Pedro Giménez, de Villanueva de los Infantes y el último llamado del Ala, por el que pagaba Alonso Rodrigo de Abela, de Montiel, diez fanegas junto con el molino del Blanco”. Su máximo apogeo sería a mediados del siglo XIX, cuando Madoz menciona la existencia de 6 de ellos.
Discurriendo el arroyo Alarconcillo, desde el pueblo de Ossa de Montiel, el primero con el que nos topamos es el Batán del Arroyo Alarconcillo, cerca del Molino de San Pedro. Este es mencionado en el inventario del año 1773. Sin embargo, poco más que los restos de un caz pueden distinguirse hoy en día.
No muy lejos de este, encontraríamos otros dos juntos que han sido, sin duda, los más importantes y relevantes en la historia de Ossa de Montiel: los Batanes de las Beatas.

Hoy apenas quedan visibles unos restos de estas construcciones del siglo XVIII entre las Lagunas Tomilla y Tinaja. Es posible que se traten de aquellos batanes mencionados por Tomás López en su Diccionario Geográfico del año 1788.
En las ruinas se observan los montículos rocosos que formaban el salto de agua, aunque el caz está completamente desaparecido. A pocos metros, sí puede observarse el otro caz que resulta de la Laguna Tomilla, el que va hacia el Molino de Ruipérez.
Estos batanes comenzaron a construirse, por orden del mismo Concejo, a partir del año 1785, en el lugar donde antiguamente hubo un molino.
Siguiendo el curso de la corriente, al acercarnos a la Laguna Lengua, encontramos otro ejemplo de batán histórico, el Batán de las Bataneras, marcado en los mapas del IGN de 1888 como Molino Nuevo. Se trata de un conjunto de edificios entre las Lagunas Redondilla y Lengua, al pie del Cerro Iniesta.

Pasada la Laguna Lengua, en su límite con la Laguna Salvadora, existieron otros batanes, con toda probabilidad ya arruinados a finales del siglo XVIII. Utilizaban el promontorio rocoso que divide estas dos lagunas para activar sus ruedas, pues cuando el nivel de las aguas crece, estas discurren en forma de cascada por este muro natural.

Finalizando este recorrido, llegamos a la separación entre las Lagunas de Santo Morcillo y Batanas, donde se conoce la existencia de otro grupo de estos ingenios hidráulicos. En los mencionados mapas del IGN aparece, aunque no se muestra en el mapa de 1782 de Juan de Villanueva.
Molinos, muelas del grano
No hay pueblo sin pan. No hay pan sin harina. No hay harina sin molino. De viento, de tracción animal o, lo más común, hidráulico. Lo más común por ser lo más sencillo, pues pocos son los pueblos que se instalan lejos del río. Y, por supuesto, en el reino de las lagunas, no podían faltar estos artilugios, usados desde el origen de los poblamientos hasta hace apenas unas décadas.
En el año 1478 ya se cita su existencia. También en el año 1535 se mencionan varios, como el Molino Nuevo, el de San Pedro o el de la Ossa, entre otros. Años más tarde, en las Relaciones Topográficas de Felipe II, se reitera la presencia de estos elementos en el municipio de Ossa de Montiel. El Catastro de la Ensenada, a mediados del siglo XVIII, es otra de las grandes fuentes documentales en la materia. No obstante, es a finales del siglo XVIII, con el Diccionario de Tomás López, donde se hace un repaso ordenado de todas ellas.
Remontándonos de nuevo al arroyo Alarconcillo, esta línea que une Ossa de Montiel con sus distantes lagunas, no sólo ha contado con ruedas que han apelmazado el tejido, si no también machacado el grano.
Siguiendo la descripción de Tomás López, tres son los descritos en este cauce, en las cercanías de la aldea de San Pedro: el Molino de la Rodaxa, el Molino del Trompo y el Molino de San Pedro. Es bastante probable que el primero de ellos coincida con el futuro Molino de El Tobar o El Alarconcillo, no muy lejos del afamado Castillo de Rochafrida. Aún hoy encontramos restos de esta construcción típica del siglo XVIII derrumbada en los años 90 del siglo pasado. Se trató de uno de los últimos molinos maquileros en funcionamiento en la cuenca del Alto Guadiana, junto al cercano Molino de San Pedro. Soledad Oliver Vitoria, vecina del pueblo, recuerda su existencia, conociéndolo como el Molino de los Trillos, por el nombre de la familia que lo regentaba.

El Molino de San Pedro, derrumbado en los años 80, fue el alma de la aldea de San Pedro. En el IGN de finales del siglo XIX, se menciona como Molino de Pacheco, y dada la mención del Molino del Trompo, es posible que todos ellos se traten del mismo conjunto, constituido por varios molinos. Juan Rubio, descendiente de los últimos molineros de San Pedro, recuerda cómo en ocasiones recogía el agua de un manantial cercano conocido como Ojo del Hierro. Además, explica cómo en las últimas décadas el molino compaginó su función harinera durante el día para transformarse en central hidroeléctrica por la noche, sirviendo para alimentar 50 luces en la aldea.
Por otro lado, si siguiéramos el curso del incipiente Guadiana en su aventura por las Lagunas de Ruidera, el primer encuentro sería con el Molino del Ossero, mencionado por Tomás López como Molino de Losexo. Este molino histórico es mencionado en diversas fuentes de los siglos XVIII y XIX, situándose en el límite municipal de Ossa de Montiel con Villahermosa. Lo alberga el paraje conocido como Vado Blanco, justo antes del comienzo de la Laguna Conceja. Allí finalizaba el caz que recogía las aguas del arroyo del Sabinar, con las que se activaban las muelas.

Descendiendo el río, se observa otro de los grandes referentes históricos de los ingenios hidráulicos en Ossa de Montiel: el Molino de Ruipérez, también escrito como Molino de Ruíz Pérez, frente a los mencionados Batanes de las Beatas, pues este se encuentra en la márgen izquierda del río. En ocasiones también es mencionado, en épocas más recientes, como Molino Ringurrina o Molino del Baño de las Mulas.

Aguas abajo, tras el encuentro con la corriente del Alarconcillo y pasada las Lagunas de San Pedro y Redondilla, se menciona el Molino Nuevo ya en el siglo XVIII, coincidente con el mencionado Batán de las Bataneras.
Entre las Lagunas de Santo Morcillo y Batanas (conocidas entonces como Ibáñez y Burrocosa, respectivamente), donde el IGN sitúa un batán a finales del siglo XIX, Tomás López menciona la existencia de un molino ya abandonado a finales del siglo XVIII, conocido como El Molino del Monario. Finalmente, tras la laguna Batanas, Tomás López menciona un último molino, en el lugar donde hoy se sitúa la Central Hidroeléctrica de Santa Elena.
En definitiva, fueron numerosos los molinos que llegó a tener Ossa de Montiel en diversas épocas históricas. Además, las diferentes denominaciones, según la fuente documental, hacen complicada su correcta identificación. Bernardo Sevillano, historiador que ha focalizado su trabajo en la zona, menciona otros muchos molinos de mediados del siglo XVIII: el de Orros, el de Munera, el Blanquillo, el de Juan Cano, el de Rodrigo Muñoz, los de Gonzalo Martín o el de Iniesta. Sin duda, diferentes nombres que fueron tomando estos espacios caracterizados por un desnivel de agua y un caz que activaran las constantes muelas que desgastaban el grano.
Sobre las muelas y la maquila
Para finalizar este repaso por la industria molinera “tradicional”, es de interés remarcar dos elementos fundamentales para entender el funcionamiento de estos molinos.
El primero, de índole técnico, hace referencia al elemento principal de estos ingenios hidráulicos harineros: la muela. Sin ella, no se moltura el cereal. Sin embargo, debido a sus dimensiones y los sistemas de transporte tradicionales, era crucial encontrar canteras donde conseguir estas piedras cerca del molino. Los alrededores de las propias lagunas fueron el lugar elegido por los habitantes de Ossa de Montiel.
En los límites de las Lagunas de Ruidera se encuentran huellas de esta explotación pétrea en zonas de toba y roca caliza, con agujeros circulares del tamaño de las ruedas de los molinos, y donde se observan las marcas de las cuñas usadas para extraer la piedra, antes de tallarla, labrarla y transportarla hasta el molino.

El segundo aspecto cobra un cariz mucho más económico. Y hace referencia a uno de los pocos elementos pre-industriales y pre-capitalistas que han pervivido en nuestras sociedades hasta hace apenas unas décadas: la maquila.
Las revoluciones industriales del siglo XIX también influyeron en la industria harinera. Y no sólo técnicamente, reemplazando paulatinamente la piedra por los cilindros y la fuerza del agua por los combustibles fósiles o la electricidad. También modificaron el funcionamiento económico de los molinos. Tanto que surgieron las fábricas de harinas, negocios completamente privados que producían harina para venderlas a las panaderías a cambio de dinero. Sin embargo, históricamente, los molinos habían funcionado de otra manera, así como las almazaras. Su pago se hacía mediante la maquila, la cantidad de grano o harina que correspondía al molinero por la molienda.
De hecho, a partir de ese momento muchos molinos pasan a apellidarse como maquileros, símbolo de la pervivencia del sistema de cobro tradicional en especie.
A modo de ejemplo, podemos basarnos en uno de los estudios del historiador Bernardo Sevillano sobre cómo funcionaba la maquila en el cercano pueblo de Ruidera a finales del siglo XVIII: “en los molinos de Ruidera, por cada carga de trigo o centeno u otra mezcla de granos de dos fanegas y media que se molía obtenían desde la espuerta por maquila medio celemín colmado, que tenían herrado y arreglado. Y de la misma carga de cebada maquilaban un celemín colmado. El producto de maquilas se echaba en unas arcas de madera. Cuando parecía conveniente, Pedro Castellanos las conducía a las paneras que se hallaban en la Casa del Rey, llevando asiento formal del número de fanegas para darlas a los arrendadores, siempre que la pidieran. También usaban la harina que arrojaba la piedra cuando se levantaba para picarla, que llamaban arijas, según se observa en todos los molinos”.
En el caso de Ossa de Montiel, fueron los Molinos del Tobar y de San Pedro los últimos maquileros, en funcionamiento hasta finales del siglo XX. Testigos de un sistema en el que el molinero no era propietario del grano o la harina, sino cada vecino que la obtenía de su tierra.
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