Los viajes del vidrio de Vindel

Los viajes del vidrio de Vindel

…Castilla—hidalgos de semblante enjuto,
rudos jaques y orondos bodegueros—,
Castilla—trajinantes y arrieros
de ojos inquietos, de mirar astuto—…
Antonio Machado

Con las primeras luces del alba, entre la penumbra aún del monte, cinco figuras suben camino arriba, entre sombras de sabinas y enebros. Abajo dejan la vega de olmos y álamos desnudos donde el pueblo de Vindel parece sumido en un sueño reptiliano. El olor a leña de las chimeneas les regala la última despedida. En esta aurora del 6 de enero de 1752, nada se mueve ni nada se escucha entre sus frías calles. 

Son arrieros. Marcelino, Antonio, Custodio, Cristóbal y Juan. Y vestidos con sus alpargatas de esparto, sus pantalones remendados de pana, una faja parda de tela, una boina apretada, y una robusta capa de albornoz que les salvaguarda de las inclemencias del invierno, les espera un mes de viaje por caminos empedrados de herradura. Caminan en silencio, hasta que Antonio comenta que había escuchado que ese día venía gente desde Madrid, enviada por el rey Fernando VI, para preguntar sobre cultivos, tierras y oficios del pueblo. Todos parecen despertarse con aquella noticia y comienzan a enredarse en una larga conversación.

Arrieros en pleno viaje. Fuente: https://villadearbeteta.es/2015/09/16/los-arrieros-en-el-siglo-xviii/

Con la mañana ya limpia y anaranjada,  cruzan el pueblo de El Recuenco siguiendo los pasos que ordenan su recua de  “machos” y “pollinos” (1). Y entre el bullicio matutino del pueblo, les dirigen entre “Arre” y “So”.  Cada uno de estos arrieros, tiene a su cargo una o dos bestias cargadas con serones y angarillas de esparto. Marcelino y Juan llevan, cada uno, dos “machos” y por tanto, ganan más reales que Custodio que sólo lleva un “pollino”, y que Cristóbal y Antonio que llevan un “macho”. 

Son almas andariegas y viajeras. En sus ojos están grabados mil cruces de caminos, decenas de ventas y posadas, tragos de vino a la sombra de un pino y de agua fresca de las fuentes, bajo los airosos chopos. En total, cinco hombres y siete “bestias” para transportar la mercancía desde Vindel a los lejanos puertos de Bilbao.

Arrieros de Ronda de 1835 del artista John Frederick Lewis. Fuente: https://www.grabadoslaurenceshand.com/

¿Y qué guardan entre sus serones y angarillas de esparto? Bien saben estos hombres lo requerido y envidiado que es su producto. Fino, blanco y reluciente es el vidrio de Vindel, que junto al de los pueblos de alrededor como Arbeteta, El Recuenco o Alcantud se ha alzado como un emblema castellano y uno de los materiales más codiciados del mercado. Cuentan las viejas voces del pueblo que con el vidrio de El Recuenco se construyeron las grandes vidrieras de El Escorial y se llenaron grandes vajillas de la corte madrileña.

Mientras los cinco arrieros suben con ellos hacia Bilbao, la fábrica y horno de Vindel es propiedad de Antonio Fernández y es la principal industria del pueblo. En ellas hay al menos quince empleados que con arena, barrilla y leña crean esa lava que luego se solidificará y se transformará en el preciado material vidrioso. Y entonces será el momento de ellos, de los arrieros. Será hora de recoger el material, aparejar la caballería de serones y angarillas y lanzarse a los polvorientos caminos. Y casi la mitad del pueblo está dedicada, plena o parcialmente, al oficio de la arriería. Incluso los labradores del pueblo, como en este caso Marcelino, Juan y Cristóbal son también labradores.

Arriero de W.Dickes en 1803. Fuente: https://www.meisterdrucke.es/

Su viaje será un viaje largo. Quince días hasta Bilbao y otros quince de vuelta hasta Vindel. Un viaje de 390 kilómetros recorriendo pueblos, posadas, ventas y atravesando portazgos y pontazgos. Y la idea es no hacer menos de 30 km ningún día. Tras cruzar El Recuenco, el camino los llevará por los pueblos de Arbeteta y Oter en los montes del Alto Tajo para luego descender y entrar en los anchos campos castellanos de Soria por Canrredondo, Medinaceli y Almazán. Luego la capital soriana les abrirá un descanso y una parada, antes de prepararse para cruzar las inmediaciones de la Sierra de la Cebollera y las Tierras de Cameros. Tras ello, las tierras del Ebro con su paso por las grandes villas de Logroño y Haro. Y finalmente se van borrando los tonos pardos, secos y brillantes para entrar en la húmeda y verde tierra vasca. Los valles y las nubes los dejarán bajar desde Vitoria a Bilbao. 

Estos caminos, a diferencia de los anchos  y cuidados caminos de ruedas que estaban preparados para carros y carretas con bueyes, eran estrechos y empedrados. Eran estas sendas escondidas donde caminaban los humildes arrieros con sus mulas y burros y sus preciados productos. Por ello, se les conocía como caminos de herradura.

Mapa de caminos de ruedas y de herradura en 1760. En él aparece en puntos azules Vindel y Bilbao respectivamente y marcados en negro, puntos de paso. Elaborado por José Matías Escribano. Fuente: IGN

Pero estos cinco arrieros de Vindel, como cinco sabias hormigas, bien conocen el  camino que les lleva a los Puertos de Bilbao. Saben dónde encontrar los mejores platos y las mejores alcobas. También las mejores tabernas donde ya toman confianza con sus dueños y familias. Y conocen cómo cambia el paisaje desde el Tajo al Ebro. Los anchos pastos del Alto Tajo y la Sierra de la Cebollera, silenciosos ahora en invierno, se llenarán de nuevo en verano con la llegada de los ganados trashumantes de lana merina que tanta riqueza dió a estas tierras castellanas. 

También aquellas zonas que deben cruzar con rapidez y atención pues condensan mayor número de bandoleros y salteadores de caminos. ¡Cuántos compañeros arrieros no habrán perdido el viaje, y parte de su dinero, en uno de estos asaltos imprevistos! Pero hay encuentros más tranquilos y emocionantes. Y eso ocurre cuando al llegar a una lejana venta o posada en mitad de un camino ya en penumbra, se escucha atravesando el patio central desde las cuadras de las caballerías, una voz conocida. La voz de un arriero de Vindel, o de Alcantud o El Recuenco. ¡Entonces sí que esa noche corre el vino aprisa desde el porrón al higadillo!

Vista del interior de una posada en el siglo XVIII. Fuente: Valencia Histórica

Y, finalmente, ¡qué decir al llegar a los puertos de Bilbao! Aquellos barcos inmensos procedentes de todas partes de Europa y de las Américas. Aquella niebla continua que baja por la ría hacia los montes verdes de robles y hayas. La confluencia de tantas lenguas e idiomas en un mismo punto concentrado. Y entonces será el momento de buscar el precio y hacer un buen negocio. Dejar el vidrio castellano de aquella fábrica lejana y reponer los serones del “macho” y el “pollino” con azúcar, cacao, pescados y otros tantos géneros inimaginables en Vindel. 

De este vidrio castellano nace una mezcla natural con los pueblos vascos. Y no sólo por el intercambio de productos, sino por sentimientos más profundos. La llegada a  los puertos de Bilbao suponen además de comercio, también encuentros con amistades ya forjadas y algún que otro amorío. Curioso, es también la presencia del apellido vasco Asenjo entre los vecinos y vecinas de Vindel. ¿Quién sabe si fue fruto de alguno de estos viajes arrieros?

Vista de Bilbao en el siglo XVIII. Fuente: https://portusonline.org/bilbao-su-ria-y-puerto-en-la-estampa-historica/

Y, tras consumarse el comercio, de nuevo, la vuelta. Quince días cargados con el aroma del regreso. Y así, un atardecer de febrero, acompañados con las últimas luces del día, entre la penumbra ya del monte, cinco figuras bajarán camino abajo, entre las sabinas y enebros. Allá abajo, junto al río y la vega, la mirada de la iglesia de la Asunción y entre los tejados, las calles y la plaza.

Y, al día siguiente, tras almorzar junto al brasero, la luz de la lumbre y el calor de la familia, Marcelino, Antonio, Custodio, Cristóbal y Juan ya tendrán preparada en la fábrica otro cargamento de vidrio que llevar de nuevo a los puertos de Bilbao. Son arrieros y la vida en Vindel solo tiene sentido, con vidrio y en movimiento.

(1) Macho es como se llamaba en aquella época a una mula, la cual es hijo de yegua y burro, o de burra y caballo. El pollino es como se llamaba al burro.

BIBLIOGRAFÍA:

  1. J. Gudiol Ricart, y P. M. Artiñano, Vidrio: “Catálogo de la Colección Alfonso Macaya” Ed. Macaya. Barcelona. 1935. 
  2. P. Madoz. “Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar” vol. V Madrid 1846. 
  3. M.L. Gonzalez Peña. “ Vidrios Españoles” Madrid 1984. 
  4. A. Wilson Frotinghan, “Spanish Glass” Anales. 12º Congreso. Asociación internacional para la Historia del Vidrio Viena 26-31. Agosto 1991. Publicado en Amsterdam 1993. 
  5. M.L. Gonzalez Peña,. op. cit. Madrid 1984. 
  6. E. Larruga “Memorias políticas y económicas sobre los frutos, comercio, fábricas y minas de España” Tomo I, memoria VII, 1788, Tomo XVI. Madrid. 1788. 
  7. M.J. Sanchez Moreno,. “La fabricación del vidrio de El Recuenco: Una industria olvidada” separata de la revista “ Cuadernos de etnología de Guadalajara” nº 29. 1997. 8. Rico y Sinobas. “ Del vidrio y de sus artífices en España” 1873. 
  8. E. Larruga. Op.cit. Tomo XVI Madrid 1788. 
  9. E. Ramírez Montesinos, “Spanish Glass Cadalso de los Vidrios y Recuenco”. Amsterdam: Association Internationale pour l´histoire du verre. 1993. Annales du 12 congres de la AIHU. 
  10. Rico y Sinobas. “Del vidrio y de sus artífices en España” 1873. 
  11. Catastro de la Ensenada, 1752. https://pares.mcu.es/Catastro/
  12. https://revistadehistoria.es/los-caminos-en-la-espana-del-siglo-xviii/
  13. https://www.ign.es/espmap/mapas_transporte_bach/pdf/TyC_Mapa_03_texto.pdf

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