A menudo, escuchamos cómo Cuenca es el municipio con mayor superficie forestal de España, y las posibilidades de desarrollo que esto pudiera suponer. Este dato no debería sorprendernos al tener en cuenta que es uno de los municipios más extensos del país. Y, además, con la mayoría de su territorio expandido a lo largo de una serranía vieja, de suaves lomas y extensos pastizales.
Aún a día de hoy, cuando nos dirigimos hacia la Serranía Alta, no somos conscientes de la cantidad de veces que entramos y salimos de este municipio. Pero para entender el por qué, es necesario comprender que Cuenca, como provincia, destacó, especialmente a lo largo del siglo XVI, por su industria textil. Y para ello, necesitaba ovejas y, como no, pasto. Es decir, quien más prados tuviera, más poder poseía.
Con la conquista cristiana, Alfonso VIII, en el Fuero de Cuenca, estipuló: “En primer lugar, doy y concedo a todos los habitantes de la Ciudad de Cuenca y sus sucesores, Cuenca con todo su término; es decir, con sus montes, fuentes, pastos, ríos, salinas y minas de plata, de hierro o de cualquier otro metal”. Un privilegio sin igual al que se amarrarían multitud de generaciones que les sucedieron. Con ello, se estableció la Mancomunidad de Pastos de la Tierra de Cuenca. Una gran extensión de terreno que, sin duda, ha sido crucial para entender la historia de la Serranía conquense. Hay que tener en cuenta que Cuenca posee a mediados del siglo XVIII más de 208.000 almudes de territorio pastable, suponiendo un tercio del total de la Serranía conquense (alta, media y baja).
Un problema de lindes
La razón de comenzar este análisis por la ciudad de Cuenca se debe a la constante presión que un término de estas características ha supuesto sobre los colindantes serranos. En particular, Huélamo. Entre los terrenos de propiedad de la capital que se encuentran junto a Huélamo cabe destacar la Muela de la Madera, Pin Pajarón, la Sierra de las Canales o el Prado de la Alconera, entre otros. Todos ellos de una excelente calidad para el pasto. Por eso, esos montes de uso común por parte de Cuenca creaban reticencias entre los vecinos de manera continuada.
De hecho, a lo largo del siglo XVIII, en la sierra se produce un proceso de transformación de algunos terrenos de pasto hacia tierra cultivada, respondiendo a las necesidades de una población creciente. Todo ello ocasionó conflictos entre municipios fronterizos. De hecho, Beamud tuvo un pleito con Huélamo en 1750 por El Entredicho, pidiendo a Cuenca el apeo ejecutado (es decir, el correcto deslinde). Por su parte, un vecino de Huélamo contradice a Beamud y otras poblaciones colindantes con El Entredicho sobre la tierra “El Rodenillo”, que siendo de Huélamo según los apeos, pretenden incorporarlo a El Entredicho.
En otra ocasión, Huélamo tuvo problemas con Valdemeca por las lindes, por lo que se decidió deslindar Valdemeca, Beamud y otros pueblos del Marquesado de Moya. Todo induce a creer que es un intento por parte de Huélamo por acaparar terreno de la Sierra de Cuenca, arrebatando espacio al mencionado Marquesado.
Unido a ello, hay usurpaciones de terrenos de propios de la ciudad de Cuenca por los vecinos de la sierra, entre ellos, de Huélamo, cultivando las dehesas de Valduerguinas y El Codorno, para que no pudieran ser usados por ganaderos de la capital. En 1804 todavía siguen Huélamo y Tragacete en el centro del conflicto por las usurpaciones de tierras de Cuenca.
Los pastos de Huélamo
Si nos ceñimos a Huélamo, las características históricas de su ganadería han sido muy similares a la del resto de pueblos serranos. Con pocos ganados estantes en comparación con otras regiones de la provincia, destaca, sin duda, por la ingente cantidad de ganados trashumantes en la temporada veraniega, usando estas tierras como agostaderos.
Como superficie de pasto, tomando datos del siglo XVIII del Catastro de la Ensenada, Huélamo cuenta con unos 8.500 almudes, es decir, 25 veces menos que Cuenca capital. Entre los espacios pastables, destaca la Muela y Valdeminguete, así como la Dehesa del Vizconde de Huerta y, por último, la Dehesa de Pajarón (este último con pastos de muy baja calidad).
En aquel entonces, en el pueblo se contaban 1639 cabezas de ganado ovino frente a 285 de caprino. Por otro lado, también se encuentran casi 180 cabezas de vacuno (mucho en comparación con el resto de la región) y 14 equinos. Como se puede observar a raíz de los datos, es una cabaña ganadera muy escasa, siendo fundamentalmente la actividad ganadera protagonizada por los trashumantes. Miles de animales poblaban estas tierras en verano, siendo de especial importancia las vacas y bueyes, que buscaban estos calmos prados especialmente adaptados a sus necesidades.
Las ovejas estantes eran, como norma general, churras, frente a las trashumantes, principalmente de raza merina. Esta diferencia se mantuvo durante los siglos XV y XVI, siendo en el siglo XVII, cuando en la práctica totalidad de los ganados ovinos (estantes y trashumantes) se impuso la raza churra, destinada al aprovechamiento de carne. La profunda crisis de la industria textil conquense fue la culpable de este cambio. Sin embargo, la raza merina, aunque en menor proporción, se mantuvo presente en la serranía hasta prácticamente finales del siglo XX, cuando el precio de la lana se desplomó de tal manera que hizo impracticable su cría.
Mención especial, por su excepcionalidad, era el uso en Huélamo de caballos (y también yeguas machorras) para labor y transporte de leña y haces de paja, en lugar de las mulas o burros. De hecho, muchos de esos caballos eran trashumantes, llegando a realizar labores de arriería frente al uso de burros.
Los guardianes del monte
De acuerdo al censo agrario del año 2020, a día de hoy encontramos 1710 cabezas de ganado ovino y caprino. Prácticamente lo mismo que a mediados del siglo XVIII. Pero el aspecto de Huélamo ya no es el mismo. La Serranía no bulle repleta de vida, como hace apenas unas décadas. La trashumancia no ha cesado su decadencia desde el siglo XVI, pero los ganados estantes (y algunos remanentes trashumantes) siguieron siendo la norma de vida en este pueblo serrano hasta finales del siglo XX. Hoy en día, los pocos ganados supervivientes campean a sus anchas por unos montes despoblados, si es que salen de sus naves. El avance de la ganadería intensiva en nuestra tierra, desplazando la tradicional extensiva, ha ocasionado brutales consecuencias. Entre ellas, la pérdida de población de estas zonas rurales.
Aquellos tiempos de vida montaraz recaían en figuras humildes, hoy casi de cuento: los pastores. Guardianes ocultos, cubiertos con ropajes ajados, gráciles en sus movimientos, como imitando a sus vecinas cabras salvajes, se encargaban de cuidar, como si de sus hijas se trataran, a las ovejas que por sus montes pastaban. Gentes armadas con su garrota y su zurrón, acompañadas por su fiel perro. Han sido ellos los responsables de que la carne llegara a los mataderos, la leche a las queserías o la lana a las Casas de Esquileo. De que comiéramos y nos vistiéramos. Hoy, verlos por los campos nos traslada a una bella imagen bucólica, una estampa anecdótica. Pero a ellos, como a muchos y muchas otras que nos precedieron, que dieron vida a nuestra tierras e hicieron cubrir las necesidades humanas más básicas, les debemos hoy estar aquí.
Cuando se nos llena la boca remarcando la importancia forestal de Cuenca, no debemos olvidar esto. Porque si la capital hoy dispone de tanto territorio, se debe a un privilegio medieval que perjudicaba a los pueblos serranos. Y con ello, a los pastores que poblaban esta comarca. Todas las oportunidades que surjan deben respetar su memoria. Pero sobre todo, deben respetar la de sus sucesores, los guardianes que a día de hoy viven allí.
Este artículo forma parte del proyecto “La Ganadería en Huélamo. Estudio y documentación de las infraestructuras tradicionales ganaderas del municipio de Huélamo”, desarrollado por Vestal Etnografía, y financiado por el Ayuntamiento de Huélamo y la Diputación Provincial de Cuenca.
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