Quién nos iba a decir ahora a los conquenses que durante medio siglo esta tierra fue influyente y territorio clave para la gobernanza y el devenir de Castilla, una zona geográfica objeto de disputas, inquinas nobiliarias y planes estratégicos que casi siempre suelen llevar los mismos para jugar con las ciudades y los territorios como si de una partida de ajedrez se tratase.
La segunda mitad del siglo XV se caracterizó por guerras, disputas territoriales, lucha de egos entre las familias nobles castellanas y reyes poco enérgicos que fueron utilizados por unos y por otros en base a sus intereses. Un poder real cada vez más débil era aprovechado por importantes personajes cuyo poder militar, político, o incluso sentimental para aumentar su poder y presencia en el devenir de la Corte y el Reino. De estos personajes hubo un conquense que destacó por encima de muchos, tanto de nuestra tierra como de toda Castilla, y que posiblemente a algunos que lean estas líneas ya intuyen quien; para los que no, les saco de dudas: Juan Pacheco.
El papel del entonces Marqués de Villena fue capital para el discurrir político de Castilla en las décadas centrales del siglo XV; su ascendente poder en la Corte culminaría con una famosa Farsa donde el Marqués hacía y deshacía a su antojo en los asuntos de poder. Pero este poder no llegó solo, y más en un personaje que descendía de un linaje nobiliario de bajo rango y que fue ascendiendo, poco a poco, en la corte real.Todo empezó con otro conquense, Álvaro de Luna, natural de Cañete, que se convirtió en el hombre más poderoso de la Corte del rey Juan II de Castilla y ostentaba el Maestrazgo de la Orden de Santiago (sita en Uclés), quien introdujo a un joven Juan Pacheco como paje real del entonces príncipe Enrique, que a la postre acabaría convirtiéndose en el rey Enrique IV [1]. La cercanía, amistad y confianza del rey con respecto a su paje hizo que este fuera poco a poco ascendiendo en el escalafón, siempre a la sombra del Príncipe pero manejando su día a día. Y así fue como poco a poco se fue haciendo con el señorío de villas, propiedades, mercedes, y todo tipo de prebendas que hicieron del entonces anónimo paje un importante personaje cortesano.
Cuando Enrique llegó a rey os podéis imaginar lo que supuso para Pacheco ser su mano derecha aprovechando la poca fuerza de voluntad de un rey por todos infravalorado en sus funciones diarias. Es así como el paje real se convirtió en Marqués de Villena, uno de los títulos más codiciados de la nobleza española por el poder territorial y militar que suponía, así como señor de Belmonte y otros títulos que poco a poco fueron engrosando su escudo. Incluso llegó a casarse con una mujer superior a él en rango con tal de entrar por vía del matrimonio en un estamento que se le había privado anteriormente por el hecho de venir de donde venía. De esta forma emparentó con los Portocarrero [2].
Aun con todo esto, su deseo último era el de convertirse en Maestre de la Orden de Santiago —como su preceptor Álvaro de Luna y siguiendo los pasos de su hermano, que fue Maestre de la Orden de Calatrava—, puesto de eterna lucha entre las familias nobles por la importancia militar que ello suponía. Pero para aquel entonces la Corte estaba en continuos cambios, y el rey prefirió a Beltrán de la Cueva, aquel famoso personaje más conocido por la falsa bastardía de la hija del rey —Juana la Beltraneja— que por sus hechos en el plano político. Ante este problema, el Marqués ideó una solución: abrir un claro enfrentamiento entre los hermanos del rey para poder así manejar a otro a su antojo, convirtiéndose en los últimos días de su vida en Maestre.
Pero hemos venido aquí a hablar de Castillos, y de castillos vamos a hablar. El enorme poder del Marqués le movió a llevar a cabo un ambicioso programa urbanístico en sus dominios con la intención de hacer valer su imagen y de crearse una red territorial que le diera soporte a toda esa influencia. Castillos, palacios e iglesias promovió muchos y variados, pero en Cuenca podemos ver tres que son ejemplo de ese afán urbanístico que transformó en pocas décadas el paisaje conquense: los castillos de Belmonte, Alarcón y Garcimuñoz.
Belmonte fue la capital de su personal reino, en ella quiso construir una auténtica corte que visibilizara su poder asemejándose al rey. A pesar de ser Marqués de Villena, Juan Pacheco y su linaje descendían de este pueblo manchego, de ahí la elección de Belmonte como sede nobiliar del Marqués. Su castillo es la imagen y seña del pueblo, un castillo más palaciego que defensivo cuya planta constructiva es una auténtica innovación para la Castilla de la época y que quiso convertir en su “alcázar” particular. Sus espacios interiores de representación, con techos artesonados y una bóveda de estilo mudéjar con mocárabes que recuerdan a los existentes en palacios reales realzaba la imagen pública del Marqués, así como la importancia visual del Castillo para con la población.
No hay que olvidarse que no sólo se construyó el Castillo, sino que Juan Pacheco también promovió en Belmonte las obras de la Colegiata de San Bartolomé y el Hospital de San Andrés, cambiando para siempre su paisaje urbano [3].
Pero no sólo Belmonte, ya que Alarcón fue también objeto de la promoción y transformación urbana en sus territorios. Alarcón ya pertenecía anteriormente, como Belmonte, al Señorío de Villena, y famosos son los pasajes del Infante Juan Manuel por esas latitudes en sus periodos de caza. El castillo, que tiene más recinto defensivo que palacial, fue transformado drásticamente en época de Juan Pacheco, que reformó las estructuras dejándolas como lo vemos hoy en día. Uno de los mejores ejemplos de sistemas defensivos que se conservan en España y que aun hace la delicia de los enamorados de los castillos.
Por último, queda el Castillo de Garcimuñoz, famoso por el pasaje de Jorge Manrique y su muerte, acaecida precisamente en las guerras provocadas por las tramas nobiliarias del Marqués. El actual Castillo —los muros de piedra, no el ataque perpetrado a base de plásticos y hierro— fue obra de Juan Pacheco sobre una alcazaba anterior con el fin de proveer a esta población de una mejor defensa y convertirse en un hito paisajístico de la comarca.
Fue por tanto Juan Pacheco un personaje relevante en la historia de las tierras conquenses; por poder, por influencia, por ser en su momento más rey que el propio rey, y porque dejó un legado patrimonial que aún hoy podemos disfrutar los más profanos en asuntos nobiliarios. Su papel en la historia no viene a juzgarse aquí, pero es evidente que su legado aún lo podemos observar con los ojos del presente.
Bibliografía
[1] Carceller Ceriño, M. P. (2009): “Álvaro de Luna, Juan Pacheco y Beltrán de la Cueva: un estudio comparativo del privado regio en la Baja Edad Media”, En la España Medieval, nº 32. Pp 85-112.
[2]: Franco Silva, A. (2009). “Juan Pacheco, de doncel del Príncipe de Asturias a Marqués de Villena (1440-1445)”, Anuario de Estudios Medievales, 39, pp. 723-775.
[3] Ayllón Gutierrez, C. (2008). “Iglesia y poder en el Marquesado de Villena. Los orígenes de la Colegiata de Belmonte”, Hispania Sacra, LX, pp. 95-130