Las ruinas del tiempo

Las ruinas del tiempo

¿Viste sueños y rostros y caminos 

Y muros de dolor que el aire azota?

Federico García Lorca

El monte hierve ruinas. No son de grandes fortalezas, ni de lujosos palacios ni tampoco de grandes templos donde buscar piedad de algún dios. Ni siquiera de las que pudieran atraer la mirada de fotógrafos, turistas o investigadores. Son parte del paisaje y, quizás por eso, la historia con mayúsculas no parece encontrar espacio en ellas. Sí, la historia con minúscula. Esa historia que forja la Historia, que une los albores de la humanidad con el presente y que representa a la especie humana.

Son ruinas ganaderas que rememoran el pasado neolítico del ser humano. Aquel remoto momento donde se amansaron las salvajes pezuñas y se domesticaron y seleccionaron las primeras cabezas de ganado. Nos enseñan los callos de musgo y líquenes por el esfuerzo de prácticas milenarias y, como gárgolas irregulares e informes, nos observan. Son los ojos y las voces de nuestros antepasados. De cientos y cientos de generaciones que, piedra sobre piedra, levantaron un futuro hoy llamado olvido. Las tainas nos hablan de un oficio abandonado y petrificado en sus muros. De lo que fuimos y por lo que somos. La escultura de un tiempo en ruinas.

Figura 1. Entrada al corral de la taina. Fuente: Elaboración propia.

Pero, ¿qué es una taina? Una taina es una construcción cuadrada o rectangular para guardar el ganado, principalmente ovino. Su estructura incluye un corral unido a un cobertizo techado y, en la mayoría de ocasiones, una casilla de pastor. Su principal material es la piedra que se coloca utilizando la técnica de la piedra seca, la cual, en ocasiones es reforzada con mortero de yeso. También destacan las vigas de madera y la teja para cubrir el techado. Eran propiedad y para uso del ganadero. Es curioso cómo en ocasiones, y resultado de algún proceso familiar, aparecen dos tainas juntas. La taina es un refugio neolítico. Un recurso natural y económico. Un lugar donde conviven diferentes animales, entre ellos el ser humano. 

La Serranía de Cuenca, zona estandarte ganadera, está repleta de estos corrales para el ganado. Tainas, tinadas, majadas, parideras, barracas… Diferentes nombres para hablar de la misma estructura. Un redil, un cerco, un cobijo. Si fueran de castillos o templos todas estas ruinas, ¿quién no desearía ir a visitarlas a imaginar la pomposidad de sus salas? ¿a buscar piadosa ayuda? Sin embargo, como seres invisibles, pocos ojos se posan en sus ruinosas oquedades y al mismo tiempo ¡qué importantes!, ¡qué necesarias!, ¡qué obras arquitectónicas tan inmemoriales! Piedras sobre piedras que fueron un pulmón socioeconómico para vivir, una fuente de agua fresca para sobrevivir.

Figura 2. Restos de una taina en el término de Las Valeras. Fuente: Elaboración propia.

Las tainas son un escondite en el tiempo. Acercarse y observarlas es iniciar un estudio arqueológico, arquitectónico, socioeconómico, etnográfico y natural. Las tainas ocultan el sentido primigenio del sedentarismo; justifican la sencilla eficacia de la construcción; encarnan al pastor y su ganado, motor de la economía tradicional; destilan el conocimiento del ser humano sobre los recursos del entorno y se camuflan con los colores de la naturaleza.

Para comprender la magnitud de la importancia de las tainas hay que comprender su estructura. Generalmente, su tamaño dependía del número de cabezas de ganado, que en la mayoría de ocasiones sería entre 100 y 400 ejemplares. Atendiendo a la zona de estudio, su área media se encuentra entre 293,776 m2, la más pequeña tiene 140 m2 y la más grande 576 m2. Están construidas según una estructura común y divididas en tres grandes partes: corral, cobertizo y “casilla” del pastor.

Figura 3. Vista del corral, desde el tejado del cobertizo, de una taina en buen estado en el término de Olmeda del Rey. Fuente: Elaboración propia.

El corral es, a primera vista, el espacio fundamental y básico de la taina. Es decir, cuatro muros que separan el ganado del peligroso mundo exterior. Una muralla que disuade a los enemigos como el lobo; una cuna para mecer a los algodonosos corderos; una membrana que impide pasar al frío viento y una terraza donde barnizarse al sol. 

Figura 4. Parte del cobertizo de una taina en buen estado en el término de Las Valeras. Fuente: Elaboración propia.

Sin embargo, este corral sigue siendo demasiado débil ante las inclemencias del tiempo.  ¡Qué decir de las gélidas noches de invierno en la Serranía de Cuenca! Por ello, aparece la figura del cobertizo. Unido con el corral, sustentado con vigas de madera apoyadas sobre machones de piedra y cubierto por un techo inclinado de tablas de madera y tejas, este podría considerarse el verdadero hogar. Es interesante comprobar cómo el término “taina” o “tinada” proviene del latín “tignum” que significa viga o madero, en referencia a esta parte de la estructura. Es este el refugio donde se amontona el ganado y hace frente a ese tempestuoso mundo exterior. Aquí yace el reino más duradero de la Historia: el reino del sirle. Los excrementos revueltos entre la paja proporcionan un calor digno de fuentes termales. Un perfumado y cálido escondite donde vencer, ahora sí, a las inclemencias de la naturaleza.

Figura 5. Entrada a la casilla del pastor en una taina del término de Olmeda del Rey. Fuente: Elaboración propia.

Por último, falta el espacio para el ser humano, la conocida como “casilla” del pastor. Esta caseta es cuadrada, humilde, pequeña, siempre en un lado de la estructura corral-cobertizo. Aquí, dormía, cocinaba y meditaba el pastor. Una rudimentaria cama y una chimenea eran los dos elementos básicos. Destaca la chimenea como punto caliente de la habitación. Situada en la esquina exterior de la caseta tiene una estructura común y en ella se calentaba y cocinaba el pastor. Seguramente, y por pura obligatoriedad, siempre hubiera junto a ella un asiento, pudiendo ser piedra, tocón de madera o silla, y un montón de leña esperando paciente a ser quemado. En muchas de estas casillas también aparecían ventanas y hornacinas, donde mirar el exterior y poder dejar el pastor algunos de sus enseres, respectivamente. 

La gran importancia de las tainas queda reflejada en la densidad y número que encontramos en los municipios de Olmeda del Rey y Las Valeras. Entre los dos municipios hacen un total de 146 tainas, 68 en Olmeda del Rey y 78 en Las Valeras. Ante este descomunal número de tainas y dejando a un lado la parte arqueológica y arquitectónica, debemos de destacar dos grandes características: situación y orientación.

Figura 6. Mapa de los términos de Las Valeras (izquierda) y Olmeda del Rey (derecha). La zona redondeada superior es la Dehesa de Fuenlabrada que pertenece al término de Olmeda del Rey. Se incluye también los Montes de Utilidad Pública de ambos municipios.

Las tainas se encuentran siempre, y siempre es siempre, en lugares altos. Son pequeñas atalayas con la mirada puesta en el horizonte. En nuestra zona de estudio, se encuentran en lo alto de las sierras, “cabezas”, muelas o cerros que bordean el curso del río Gritos. El verdadero motivo de esta situación es la salubridad del lugar. La gran acumulación de sirle, excrementos y estiércol es escenario idóneo para enfermedades. Pero es esta localización en sitios aireados quien actúa como si hospitales de un arrabal se trataran. El fresco aire airea de enfermedades y refresca la taina. No encontraremos tainas en ningún hondo ni en lugares que burbujeen humedad. 

Pero para comprender porque se encuentran en puntos con altitud aún falta la clave de su éxito. Estos, a priori, restos de insípidas construcciones y sin sentido alguno, están todos construidos con la misma orientación. Todas las tainas, como si en vez de piedras fueran hojas, se encuentran mirando hacia el sur como buscando el sol para hacer la fotosíntesis. Ahora sí podemos decir que estas zonas eran altas, abiertas, aireadas y… soleadas. La solana proporcionaba calor en las largas semanas invernales. En relación a la zona de estudio, la franja total de orientación de las tainas viaja desde el oriente (16) al sur (55). El resto se encuentran cercanas al SW y SE. El sol era el arquitecto de estas construcciones y, además, de forma gratuita, marcaba el tic tac del reloj. Para saber la hora y sus faenas, sólo había que mirar su posición.

En la actualidad, estos lugares están completamente transformados. Antaño y por causa del denso pastoreo, fueron abiertos; al abandonarse drásticamente la ganadería, se han ido tapizando de aliagas, enebros, sabinas y otros árboles. Este proceso ha sido acelerado con las repoblaciones de pinos. A esto se suma que, como consecuencia de la concentración parcelaria, las laderas y altos de los cerros, antes cultivados, ahora forman parte del nuevo monte. Por todo ello, hoy, la mayoría de las tainas se encuentran despegadas de la realidad. Ruinas desconectadas y sumergidas, como restos de pequeñas habitaciones encantadas, entre la frondosidad del bosque.

Figura 7. Toponimia de los nombres de las tainas en el término de Olmeda del Rey. Fuente: Documento escrito por Francisco Ortega, vecino de este municipio.

Cada taina tenía su nombre y por tanto, su personalidad. Su localización, su estructura e incluso sus anécdotas eran reconocidas por este dato de referencia. En el caso de Olmeda del Rey, gracias a los vecinos Francisco Ortega y Primitivo Mora, se han conseguido rescatar sus nombres tradicionales. Estas denominaciones derivaban de tres diferentes modelos. El primero, aquel que hace referencia al nombre del propietario o propietaria de aquella época como las de El boticario, Félix Cabra, Bernabé o Tertuliano. Es importante destacar que estos propietarios fueron los últimos de linajes que se pierden en las entrañas del tiempo. El otro hace referencia al nombre familiar que se retrotrae en la genealogía como Los Carretas, Los Capitanes, Los Linos o  Los Uribes. Por último, una denominación inmemorial que hace referencia a otro factor como el punto geográfico u otros sin explicación aparente. Ejemplos son la Taina de los Morteros, Taina de las Tajás, Taina de la Cotorra o Taina de Los Majales.

Figura 8. Taina en el término de Olmeda del Rey con una oveja, como una sombra de otros tiempos, dentro de la casilla del pastor . Fuente: Elaboración propia.

Nada es casualidad sino causalidad. Todo tiene un por qué… El origen de la taina como humilde fortaleza, sanatorio aireado, girasol inmóvil y motor de la economía local de los pequeños pueblos. Su estructura, su situación, su orientación y su gran número se atiene a las sólidas razones señaladas. También su propio abandono. Hoy, quedan lejos los pastores, los balidos del ganado y las historias que atesoraban el propio nombre de la taina. En nuestro calendario, el sol es sólo un bronceador, el viento una molestia para despeinarnos, el campo un área recreativa y las tainas, ruinas.

Estas ruinas de las tainas son las ruinas del tiempo. Si existe una patria esta reside en la memoria colectiva que representan estas piedras sobre piedras. Ajustadas fielmente al entorno y a la naturaleza atesoran el modo de vida de nuestra comunidad durante siglos y siglos. Entonces el entorno, el cielo, el sol y el viento tenían un sentido, hoy no. Nosotros, quizás, tampoco.

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