Gris, rojo y blanco.
Coloreado con las tonalidades de estos tres materiales nace el río Gritos antes de empuñar el cincel y moldear una serena vega, una estrangulante hoz y una llanura de aires manchegos. Tres elementos que comienzan a componer una inmemorial nana. Nana de melodías escondidas en el soplo del aire, entre los granos de la tierra y sobre la frescura del agua, para, a modo de bis, cantarlas al Júcar. La cuna del río Gritos es el paraje conocido como Malpaso, en el límite oriental del término de Olmeda del Rey.
El gris representa la piedra caliza, esencia cretácica y alma altanera de estas sierras. El rojo y el blanco representa la arcilla y el yeso, el hondo fértil de la vega. El gris de las formaciones montañosas acogen y dirigen, tanto por la margen izquierda como derecha, la rojiza y blanquecina vega del río.
La margen derecha es una prolongada y suave sierra de cerros o “cabezas” calcáreas y atesora los más bellos paisajes del término de Olmeda del Rey. “Cabeza Padilla”, “Cabeza Hondonera”, “Cabeza la Piedra” o “Cabeza de la Nava” hoy están peinadas de pinares, quejigares y espesos encinares, pero hasta hace no mucho estaban calvas de vegetación. Entre ellas y perforando las cales de la roca cenicienta se abren, simas, vallejos y hoces que permiten al agua carbonatada correr y a los animales buscar refugio. Destacan por su hermosura la Hoz del molinillo y de Las Hontecillas. Donde terminan estos labrados cauces se abren prados, pastizales y dehesas donde manan numerosos pozos, manantiales y fuentes. Por su importancia histórica y socioeconómica, destaca la Dehesa de Fuenlabrada, la cual está separada por una franja, El Cadorzo, perteneciente al término municipal de Cuenca. También encontramos otros parajes de bello interés como el Pozo Labajo, la Dehesa Boyal o “Dehesilla” o por su belleza paisajística, Los Morteros que, como una breve exposición de la Ciudad Encantada, juegan con la mirada del que los mira.
La margen izquierda, como un espejo de la derecha, pertenece en su mayoría al término de Las Valeras. Su paraje más representativo se define por sí mismo: La Pedriza. Desde aquí y hacia las tierras de Valera de Abajo y la histórica Valeria se descuelgan hoces, vallejos y montes. Estas zonas altas parameras y pedregosas también son atravesadas por la calzada romana que unía Valeria con Levante y el interior de la Península.
Y entre ambos márgenes, el hondo. Estas dos sierras calizas se van descolgando hacia la vega del río Gritos mientras las tonalidades grises se van mezclando y transformando en tonalidades rojizas y blancas. Aquí, el paso obstinado del tiempo ha lavado y arrastrado las cales carbonatadas hacia otros lugares, desnudando y mostrando la arcilla que se encontraba en estratos inferiores. Entre estos materiales propicios al barro, perfumados de tomillos y bajo el tapiz de los campos de cultivo, mana el blanco aljez: el yeso para enjalbegar paredes.
El escenario es amplio y ondulante. En sus hondos, por ser este un material impermeable, florecen manantiales u “ojos” como el “Ojo del Val” o el “Ojo de la Urraca”. Sobre sus oteros o cerros como el Cerro de San Cristóbal, el Cerro de la Horca y el Cerro de San Pedro grana la historia. Junto a esta última loma arcillosa, la más cercana al curso todavía tímido, casi mudo, río Gritos, se abraza el pueblo Olmeda del Rey. Su conjunto urbano, en forma de media luna, se dejan caer de “La Cuesta” hacia el río, el cual, con rumbo hacia poniente, se engrandece, envalentona y comienza su canto.
El hablar de su origen provoca tanta incertidumbre como el imaginar su futuro. ¿Fue habitada su fértil vega desde tiempos remotos? ¿O posteriormente influenciada por la importancia de la ciudad de Valeria? ¿Se trató de un punto estratégico de repoblación tras la conquista cristiana durante el siglo XIII? ¿O una mera anécdota en el territorio? Poco aclararemos, sólo que fue el Cerro de San Pedro el que en su cumbre acogió una primitiva fortaleza o castillo y que los recios olmos de la ribera del río Gritos formaban una frondosa olmeda.
Los primeros documentos oficiales proceden del siglo XV cuando se denomina como Olmeda junto a las Valeras. Ya entonces también se menciona la Dehesa de Fuenlabrada. En el marco de la Guerra de Sucesión, en 1706, se produjo un grave incendio donde se quemó gran parte de la documentación histórica existente. Quizás ahí estuvo la respuesta. De décadas posteriores, en 1787, aparece una de las primeras descripciones del municipio como “Villa de señorío de los Marqueses de Valera de Abajo, con 160 vecinos y las ermitas de San Pedro Advíncula, San Sebastián, San Cristóbal y la de las Nieves que fue antes parroquia. Hay ruinas de un castillo en el cerro de San Pedro…”.
En el siglo XVIII, Olmeda junto a las Valeras alcanzó su máximo esplendor gracias a la carretería y su asociado ganado vacuno. Ello vino influenciado por su cercanía a Almodóvar del Pinar, principal centro carretero de la provincia de Cuenca. Olmeda, con un total de 94 carretas, se convirtió en el quinto municipio en esta industria a mitad de siglo. Tras ello, el sistema de tiro fue sustituido por el ganado mular y aún, en 1917, el municipio gozaba de fama arriera.
Quizás fue aquel empoderamiento económico y social el que provocó que, en 1829, se acabara la subordinación nominal a los pueblos de Las Valeras y adquiriera su nuevo nombre de Olmeda del Rey. Aunque el siglo XX comienza con una población que superaba el millar de habitantes, es el siglo de la decadencia y desplome demográfico. Como ejemplo el desesperado y frustrado intento, en 1974, de fusión de varios municipios aledaños (Almodóvar del Pinar, Chumillas, Monteagudo de las Salinas y Solera de Gabaldón) con el nombre de Almodóvar de Monterrey.
Bordeado por su cinturón de eras, su historia respira alrededor de su plaza. Ayuntamiento, escuelas, iglesia, bares y hogares se enganchan a este espacio lleno de identidad. Entre esta trama de calles y siglos vivieron herreros, yeseros, carpinteros, barberos, molineros, curas, duleros, guardas forestales y los guardianes de la imaginación, cientos de niños y niñas. Pero el verdadero motor socioeconómico del pueblo, como el de la gran mayoría, fue la agricultura y la ganadería.
En el primer caso, se cultivaba de todo y en todos los rincones. La húmeda vega, expuesta a inundaciones, quedaba relegada a huertas y azafranales, mientras que cereales y legumbres escalaban por las laderas de los cerros e incluso en lo alto de ellos. Aún hoy se observan las hormas de piedra seca que servían para “aterrazar” las laderas. Jugando con el ciclo de las estaciones crecía el trigo, la cebada, las guijas, el azafrán y el sinfín de hortalizas y frutos que aprovisionaban las alacenas olmedeñas… La leña quedaba relegada al monte y sus enebros, sabinas, pinos, encinas y quejigos.
Pero quizás el mayor escultor del paisaje ha sido, durante siglos, la ganadería. Cientos y cientos de cabezas de ganado que han ido segando y desbrozando los herbazales convirtiéndolos en pasto. Motas de polvo blanco que coloreaban el gris, el rojo y el blanco de la tierra y surtían de balidos el aire limpio. A su vez, en los altos de las sierras, las llamadas “cabezas” se encontraban gobernadas, como bajas torres vigías, de corrales llamados “tainas” donde se guardaba el ganado del cual brotaba la lana para abrigar el invierno, la carne para calentar el estómago y el sirle, los excrementos, para abonar la tierra. Más de sesenta “tainas” que, un día atalayas sobre las desnudas sierras, han ido quedando escondidas entre la maleza del monte y las repoblaciones de pinos.
La década de los 60 interpretó la decadente agonía de estos viejos pueblos castellanos. Pero las nuevas melodías de transformación industrial y tecnológica de la agricultura y de superflua bonanza en las ciudades que sonaron a réquiem en Olmeda del Rey. Obras de “progreso” que la población, con aromas aún de posguerra, entendió este fenómeno como una oportunidad. Hasta entonces fueron calles de algarabía; de deambular de muchachos y muchachas; de sillas en las puertas sujetando el peso de la edad; de manos cosiendo, bordando e hilando el tiempo; de un ir y venir de herraduras; de un zumbar de cencerros y de un cacarear de gallinas. Si en 1966, contaba con una población de 633 habitantes, en 2023 son 124.
La piedra, la arcilla y el yeso observaron perennes cómo se fueron marchando sus gentes y como el silencio fue ocupando la partitura de sus calles. Se guardaron los instrumentos que oficios, prácticas, cantos, saberes, parajes transmitieron durante generaciones y generaciones. ¿Reconoce el río Gritos este rostro y esta personalidad? Hoy su silenciosa memoria permanece descoloreada entre tres tonalidades.
Gris, rojo y blanco.
Vestal es una consultoría que apuesta por el fomento del turismo cultural en el medio rural.
Vestal busca recuperar aquellos saberes ancestrales en riesgo de desaparición, así como poner este patrimonio etnográfico al servicio de la población de una manera atractiva, sirviendo de cimiento para el turismo cultural y la repoblación rural.