Valencia y sus tierras destacan por su aire levantino del mar, ríos poco caudalosos, extensas huertas y un predominante monte bajo. Sin embargo, los edificios, palacios y grandes salones de la capital, los grandes buques, las traviesas de las vías de su ferrocarril o los envases de madera para las frutas, todo precisaba de continua y consistente madera. ¿De dónde procedía?
Todo comenzaba a cientos de kilómetros de la mediterránea y templada costa, en los agrestes y desamparados montes conquenses y aragoneses de las Sierras de Moya, Albarracín y Javalambre. Allí, durante los meses más fríos del año se cortaba y se preparaba la madera que a partir de enero, cabalgaría, bajo el efecto de la gravedad y la sagrada sabiduría de los gancheros, río abajo hasta la capital del Turia.
El río, madre de la naturaleza, ha sido una vía de comunicación y de transporte imprescindible en nuestra tierra.

Aunque ya habían aparecido descripciones anteriores, como las del geógrafo Al-Edrisi sobre las maderadas por el Cabriel en el siglo X, los primeros documentos sobre el transporte fluvial de la madera por el Turia datan del siglo XIII, bajo el reinado de Jaime I.
Y como una odisea fluvial, ponía en funcionamiento una red de personas y recursos, hoy en día, costosa de imaginar. Una fuerza de necesidad que, enfrentándose a las crudas condiciones climáticas y a la peligrosa orografía del terreno, se pagaba con la vida misma de los gancheros que transportaban la madera.
No era, hasta ver la majestuosa Peña María, en Gestalgar, cuando el cuerpo y alma del ganchero se aliviaba, su espíritu se encandilaba y sus ojos ensoñaban.

Pero, para entonces llevaba ya la madera, en su astillada carne, un largo viaje. Troncos altivos de pino laricio o negral que nacieron, crecieron en los lejanos montes, castellanos y aragoneses, de la Serranía de Moya, Albarracín y Javalambre y donde fueron sentenciados y adjudicados a sus clientes de la capital valenciana. Y fue tan alta la demanda histórica por el Reino de Valencia, que en el siglo XVIII, el Marquesado de Moya estaba totalmente esquilmado (1).
Una vez se cerraba el tratado de compraventa, cuadrillas de duros hacheros serranos cortaban la madera requerida durante los meses de invierno. A continuación, la labraban, limpiándola de ramajes y dándole la forma que exigiera el contratista. Cortada y labrada se arrastraban en carretas tiradas por mulas o bueyes. Afamados fueron los carreteros de Ademuz y Castielfabib desde el siglo XV, a través de caminos y veredas hasta el punto de embarque en el río.

Ya en los embarcaderos o aguaderos, las maderas ya encambradas y puestas “a tumbo de agua” esperaban a que se purgaran y secaran, lo que facilitaba su posterior flotabilidad y conducción. Estos se encontraban generalmente tras el encuentro del Turia con el Ebrón, en Torrebaja, el que le otorgaba un caudal estable y abundante. Aquí ya aparecían los del Mas del Olmo y el del Puente de la Palanca al otro lado de Torrebaja.
Aguas abajo, los aguaderos de la Virgen de la Huerta y la Virgen del Rosel en Ademuz y el de La Olmeda en Santa Cruz de Moya (2) eran las principales fuentes de embarque y fueron históricamente los de mayor afluencia. Cuando todo estaba listo comenzaba la conducción fluvial. La tierra se transformaba en agua y el bosque se sumergía en el agua. Y comenzaba la odisea de los gancheros (3).

Si fue el viaje de Ulises a su regreso a Ítaca un camino largo lleno de aventuras, amenazas y obstáculos, no lo era menos el que hacían los gancheros. Tripulantes de raídos sombreros, fajas y chaquetas remendadas; en un barco sin nave, sin velas para el viento. Sólo con un timón: una vara de avellano coronada de hierro con una punta y un garfio, el gancho; tres reales de salario y la constante incertidumbre del regreso.
Así, entre un centenar y medio millar de hombres guiaban los troncos sueltos sobre el agua con astucia, coraje y sabiduría. Organizados por cuadrillas, se dividían en tres grandes bloques distribuidos a lo largo del río: la delantera, encargada de construir las presas o adobos para salvar las irregularidades del terreno; el centro, quienes empujaban y hacían pasar los troncos; y la zaga, cuya función era quienes era desmontar los adobos realizados por la delantera. Cada una de ellas liderada por un mayoral. Y todos ellos bajo el mando de un maestro de río. Una estructura jerarquizada, casi de carácter militar.
Y junto a ellos, un sinfín de oficios: tenderos, guisanderos, roperos, barberos, médicos… Y los broceros, gentes de los pueblos por los que pasaban y que recogían cortezas, ramas y otros desechos vegetales que servían para reforzar los adobos. Y, entre ellos, niños, muchos niños rancheros, que custodiaban el hato y que el día de mañana, a partir de los once años, serían la siguiente generación de gancheros.

Es el curso del río Turia, los cíclopes se convierten en estrechos desfiladeros, las sirenas en soplidos de gélidos vientos y la maga Circe se esconde en la intemperie de la noche. Ya desde Ademuz, el Turia inicia terrenos escabrosos como el desfiladero antes de La Olmeda; el Estrecho de las Cabra, la Cocinilla y el Molino de la Tosquilla (4); o Los Conquetes o El Salto del Conejo en Titaguas.
Cruzando los términos de Titaguas y Tuéjar, se llega al lugar que ha encumbrado a los gancheros y al Turia: Chelva. Las referencias respecto a los gancheros chelvanos son inmensas y su destreza en la conducción los llevó a recorrer casi todos los ríos de la Península Ibérica: el Tajo, el Júcar o el Cabriel. Su fama aún hoy se recuerda en los ríos pirenaicos.
Luego vendría la Hoz del Cañar en Benagéber, los términos de Calles y Domeño, y finalmente, el más mítico y quebrado paso: el Salto de Chulilla. Colosales paredes verticales de roca caliza que suponían un verdadero obstáculo natural. Fue tal su temeridad que, en 1664, se ordenó construir, al comienzo del cortado, la Ermita de San José para implorar a sus dioses poderlo salvar (5).

Pero tras la tormenta, la calma. Tras la pena, la dicha. Y eso ocurría, al ver Peña María y llegar a Gestalgar. Era la entrada al pueblo, sinónimo de esperanza y por ello, para festejar y dar gracias por haber llegado hasta allí, se levantó la Ermita de los Santos Abdón y Senén, “los Santos de la Piedra”. Allí, como Ulises al bajar al Hades, recordarían y verían en sueños a los compañeros caídos en el camino.
Era tan importante el transporte fluvial y el paso de la madera por estos pueblos que había continuas luchas y pleitos por ella. De ejemplo sirve, como en el 1615, el Señor de Gestalgar Don Baltasar de Monpalau, alegando que los troncos no dañasen el puente, los azudes ni las acequias “se apropió de cincuenta maderos de la cabaña del marqués de Moya en concepto del derecho del cinquantí”. A ello se opuso el marqués y comenzaron las disputas.
Tras Gestalgar, Bugarra y Pedralba, las lomas se suavizan y la hortícola llanura abre las puertas de la histórica capital valenciana. Solo quedaban para los gancheros dos escollos: salvar los azudes de las huertas y llegar a Valencia a tiempo. Ítaca les esperaba.

¿No sería impactante ver llegar a aquellos hombres, de piel tiznada y de ojos cansados, llegar a lomos de los troncos a la ciudad de Valencia? ¿Qué llenaría el pensamiento al contemplar los movimientos de aquellos cantos rodados que caían desde las montañas al mar?. ¿Qué sensación se tendría al mirar aquellos ojos sobre esos rostros cortados por el frío y labrados por el hambre, pero de corazones duros como la propia piedra?
Como menciona Gaspar Escolano, en 1611, “y es cosa de asombro, que con ser tantos, a pocos meses no queda una astilla dellos; que todos se han labrado y deshecho en servicio de la Ciudad”. La madera, la cual dependiendo de la época histórica se desembarcaba en distintos puntos: primero, el puente del Real (5) y El Grau y, más tarde, en la Trinidad o en el Puente Nuevo o de San José. De allí, se transportaba para comenzar su esplendor y fama. A su espera: palacios, iglesias o buques. Al igual que en Tortosa, Toledo, Sevilla o Cullera, en Valencia la demanda maderera escribía esa historia que en los libros queda.

Pero también allí se olvidaban a los gancheros. Gentes que dejaban sus pueblos y sus gentes para jugarse la vida entre el agua y el monte. Gente pobre, de pocos recursos, de mucha sabiduría y ninguna esperanza. Gente tallada por el hambre, el sol y el frío. Pobres almas sin dioses que los amparen. Que, quizás, soñaron con nuevos paisajes. Quizás, también, con otras vidas. Pero que jamás ocuparon las páginas de los libros de Historia.
En 1952, se inauguró el embalse de Benagéber, cuya presa marcó el final de las conducciones de madera por el río Turia. Hoy, la Asociación de Gancheros del Turia pretende volver a recuperar la memoria de este oficio ancestral. Un oficio que era arte y sabiduría, que se camuflaba en la naturaleza y hacía del ser humano, un domador y entendedor de la tierra. Cuadrillas de Ulises que, sin saberlo, escribieron la verdadera Odisea de nuestra tierra.
(1) Simón de Rojas Clemente menciona que en 1825 la madera procedía de la Huerta del Marquesado y la Cierva, partido de Cuenca, cerca ya de Tierra Muerta. Tierras muy alejadas de Ademuz, en donde fueron aguadas dichas piezas “tras haberlas transportado por carro en un viaje que duró tres días”.
(2) A este aguadero confluía la rambla-camino de Asturias por la que llegaba la madera de los montes de Moya que es el mismo camino que siguió el botánico Antonio José de Cavanilles en sus viajes en la década de 1790.
(3) En contraste con las maderadas del Júcar, Cabriel, Tajo o Segura donde el refrán indicaba que “marzo con sus marzadas, se lleva las maderadas”, en el Turia se adelantaban a enero para que pudieran llegar a Valencia antes del 1 de abril, momento en que se abrían las compuertas de las acequias de riego. Así lo constata Simón de Rojas Clemente “todo esto a pesar del frío, cuyo rigor hace tan dura la maniobra, pues el riego de la Huerta Valentina no permite el paso y llegada a la ciudad más que hasta el primero de Abril” (1825).
(4) En este lugar el sabio Clemente, allá por 1820, bajaba a ver las maderadas.
(5) Su peligrosidad quedó escrita por el mismo Cavanilles “ (1797).
(6) Un documento de 1397 ya ordena que fuera depositada junto al puente del Real, en la rambla formada frente al edificio del Temple (Crónica de Vidal Corella)
BIBLIOGRAFÍA
- Alberola Romá, A. (2005) Sequía, lluvias torrenciales y transporte fluvial de madera: las avenidas del río Turia del otoño de 1776. Núm. 23: Agricultura, riesgos naturales y crisis en la España moderna. Universidad de Alicante.
- Albertos Pérez, V. (2022). Gestalgar: La madera, la leña y la fornilla. Sus montes. Oficios perdidos. https://www.youtube.com/watch?v=Uf2FeA-xu1o
- Alcaine, V (1867): La vega de Valencia y el río Turia. Librerías París-Valencia, 1980. 153 pp.
- Algarra Pardo, V. M., Navarro Pérez, M. (2021). Catálogo de bienes y espacios protegidos de Gestalgar. Gestalgar.
- Arciniega García, Luis (2011) El abastecimiento fluvial de madera al Reino de Valencia, en MONTESINOS, JOSEP; POYATO, CARMEN (Eds.): La Cruz de los Tres Reinos. Espacio y tiempo en un territorio de frontera. Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, págs. 99-134.
- Arciniega García, L (2013) La madera de Castilla en la construcción valenciana de la Edad Moderna Universitat de Valencia
- Botella, J.V., Mateo Sanz, G. (2014) Referencias Etnobotánicas en la Obra de Clemente “Historia civil, natural y eclesiástica de Titaguas” Flora Montiberica 57: 24-30. ISSN 1138-5952 edic. digital: 1998-799X
- Cavanilles, A.J. (1797) Observaciones sobre la Historia Natural, Geografía, Agricultura, Población y Frutos del Reyno de Valencia. Reproducción Facsímil. Ediciones Albatros, Valencia, 1983. 2 vols.
- Casterá, C; López Játiva, V. El ferrocarril en Valencia
- Escolano, G. (1611) Segunda Parte… Valencia, Pedro Patricio Mey, 1611, Libro VII, cap. I, col. 278.
- Herrero, F. Los madereros del Turia. Publicado en Las Provincias (28 / 11 / 2006).
- Madoz, P. (1845-1850). Diccionario Geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar.
- Pardo de la Casta, J. (1859) “Los valencianos pintados por sí mismos”
- Piqueras, J., Sanchís, C. (2023) Maderadas y gancheros por los ríos de España. Con especial referencia a los ríos Cabriel, Júcar y Turia. Ediciones Arcis.
- Ponz, A. (1792-1794). Viage de España, en que se da noticia de las cosas mas apreciables, y dignas de saberse, que hay en ella. Madrid, Joaquín Ibarra, vols. XVIII; 1774, libro III, carta VIII, nº
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- Vestal Etnografía S.L. (2025). Las maderadas por el Turia a su paso por Gestalgar, con Manuel Félix Cruz Pedraza. Vestal Etnografía S.L. https://www.youtube.com/watch?v=aTKAhsD6RMk&list=PLGln1xZjbxFjPI7GEINjNLEJGFx1-yVOV&index=1
- Vidal Corella, V. Crónica de las Maderadas. Las Provincias.
- Viñals Cebriá, J.B. (2010) Artìculo El Turia y las maderadas. Levante, el mercantil valenciano (18/01/2010)

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