La Ruina, dentro de su manifestación inerte, emerge como guardián del recuerdo, el último testimonio presente de lo que un día fue no solo ella misma, sino todo su contexto físico y etnográfico. La última bocanada de una arquitectura que, desde la estancia más íntima a las trazas de la ciudad y el territorio, es el reflejo de la sociedad a la que sirvió.
De una manera literal y metafórica, nuestro presente y el de nuestros antepasados es el resultado del uso de la ruina como base, de la cual aprendemos y a la cual añadimos nuestra contemporaneidad. Obviar este proceso, condenarlo a su desaparición y dejar de escuchar aquello que nos trasmite, nos puede conducir a la más absoluta deriva. Y, sin embargo, pretender inmortalizar su presencia como si de una fotografía se tratara o simplemente intentar devolverla a la vida tal y como fue concebida, nos puede llevar a la involución.
LA INTERVENCIÓN SOBRE LA RUINA
Nuestra cota de concienciación sobre el patrimonio, su puesta en valor y su conservación no tiene casi precedentes en nuestra historia reciente, del mismo modo que las inversiones realizadas para tal fin. Sin embargo, el objetivo al que se dirigen las intervenciones sobre la ruina no queda en la mayoría de los casos definido, y conlleva a una consolidación arquitectónica y una musealización que no solo no pone en valor el legado que nos deja, si no que la expone a la pérdida de su ser.
Los debates actuales se centran en las formas de intervención, intentando validar o deslegitimar una actuación por la conservación material y formal de aquello que nos ha llegado, y no tanto por la puesta en valor de su testimonio y su encaje en la sociedad contemporánea.
Una intervención sin una base intelectual e ideológica detrás, más allá de su condición reversible o la diferenciación explícita de la base contemporánea a añadir, puede alinear su significado irreversiblemente y suponer la estocada final a aquello que justifica la existencia de una ruina: su memoria.
Estas afirmaciones sin embargo no pueden derivar en la intervención desvergonzada y sin ataduras, como si de un proyecto de nueva planta se tratara, eligiendo arbitrariamente qué elementos se conservan y en qué contexto o qué nueva materialidad tendrá, cayendo en la banalización. El estudio previo, la reconstrucción intelectual de su pasado formal y etnográfico, se torna fundamental como primer paso para la toma de decisiones sobre la misma.
LA RUINA DEL RECUERDO. INTERVENCIÓN SOBRE UN PALOMAR EN LA MANCHA.
El caso de María Gómez y su trabajo La Ruina del Recuerdo nos sirve como ejemplo de cómo la puesta en valor de la ruina es posible con sencillas y claras intervenciones, a menudo más eficaces en cuanto al objetivo de perdurar la memoria que complejas y costosas operaciones de consolidación y musealización.
El contexto de la actuación es el del Palomar de Alcoberdas, uno de los cientos que habitaron y destacaron en su día por la planicie manchega y en este caso, en los aledaños de la localidad de Madridejos. Estos complejos formados por construcciones de muros de tapia entorno a un patio -viviendas, cuadras y palomar-, eras empedradas, huertas, pozos y norias, formaban auténticas aldeas temporales durante los periodos de trabajo de las tierras aledañas, suficientemente alejadas del núcleo de población como para, con los medios de transporte de la época, no poder realizar trayectos de ida y vuelta diarios. Una suerte de utopía organizativa, en el que el respeto, la colaboración y el apoyo mutuo dentro de la convivencia vecinal se alzaba como único mandamiento, el cual queda patente en la configuración espacial del conjunto construido. El palomar, como elemento principal, es el punto de partida del complejo, normalmente orientado al mediodía, al que se adosan en serie y perpendicularmente a uno de sus extremos las distintas viviendas formadas por una cuadra, una cocina y una habitación más íntima. En un punto indeterminado, la hilera vira hacia poniente para empezar a conformar el patio interior, donde se ubicará el pilón al cual acudirán las bestias al finalizar las jornadas. Las viviendas paralelas comparten en la medida de lo posible elementos estructurales y ninguna destaca tanto por altura como por dimensiones por encima del resto. Para una buena ventilación e iluminación, los encuentros en esquina y entre cubiertas a diferentes aguas se resolverán con la separación oportuna, siempre sin romper la unidad formal del complejo. Alrededor del compacto complejo se prepara una extensa era empedrada que servirá para realizar las labores en el acto sin desplazamientos al pueblo, del mismo modo que se procede a la plantación de una pequeña huerta y la prospección del terreno para obtener un pozo del que sacar el agua necesaria para poder subsistir durante largos periodos de tiempo. El temporal asentamiento queda formado, y su interina sociedad también.
Este modelo de comunidad descrito perduró hasta el asentamiento del transporte mecanizado en un territorio en el que la industrialización nunca llegó y los servicios urbanos esenciales no se consolidaron hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX. Esto se refleja en la actual convivencia de una amplia generación que experimentó esta manera de vida con aquella que nació en plena democracia o con un mundo ya globalizado. Y, sin embargo, el desconocimiento por parte de los segundos sobre sus antepasados aún vivos es paradigmático, y queda reflejado en el estado avanzado de ruina de la gran mayoría de Palomares y otras construcciones – tanto residenciales como de labranza-, que configuran el paisaje y dotan de nombres propios y apellidos cada parte del territorio. Se vislumbra una gran brecha generacional fruto del desconocimiento del pasado, al mismo tiempo que existe una cultura compartida del rechazo al patrimonio heredado, que se considera superado.
María describe este hecho con su experiencia personal en la introducción a su trabajo:
“El Palomar es un edificio que conozco bien, o eso creía, ya que desde que era pequeña e iba al campo con mi padre disfrutaba mucho introduciéndome entre los cuartos de la deteriorada construcción (en ese momento se encontraba en mejor estado que actualmente). A pesar de mi infantil interés, nadie se molestó nunca en explicarme lo más mínimo sobre este lugar.”
Y MARÍA ROMPE EL SILENCIO
Con este sólido contexto, unido a la crisis sanitaria que se está llevando a aquellas personas que aún pueden dar testimonio de lo vivido en aquel lugar, se construye la base intelectual de la intervención de María: Revindicar el patrimonio olvidado y deteriorado y con ello una parte importante de la historia reciente de su pueblo natal.
Para ello se sirve del arte mural, llevada a cabo con una materialidad efímera -lo que lo llevará a desaparecer con las esperadas lluvias de otoño y apremia a aquel a quien se le haya despertado la curiosidad por su pasado-, y con el frágil e inestable lienzo de los muros aún en pie de un Palomar habitado no hace tanto por sus familiares. En ellos relata 5 hábitos, momentos cotidianos vividos en esas estancias privadas y espacios comunitarios, sacados de la conversación de María con su abuela y sus hermanas, las cuales han sido pioneras en romper con el silencio de una generación avergonzada por su pasado y acostumbrada al mutismo impuesto.
La potencia de las imágenes proyectadas remueve la memoria de aquellas personas que lo vivieron y lo vuelven a recorrer, y suscitan el interés por su significado en aquellos que están acostumbrados a ver la ruina de una manera desalmada, como un elemento de tierra a la que realmente pertenece y con la que con el tiempo se fundirá.
Y el arte como acción política y social se hizo realidad. Y a la llamada de S.O.S. lanzada desde los murales han acudido cientos de vecinos, despertando el hambre de varias generaciones huérfanas de conocimiento sobre su pasado más inmediato, y consiguiendo que aquellas que lo vivieron finalmente se atrevan a dar testimonio de lo vivido, desvergonzados, y quién sabe si por fin justamente con cierto orgullo. Un relato apoyado en el recorrido intergeneracional y en vivo a través de la ruina, que ahora más que nunca se empodera como guardián del recuerdo a la vez que se desnuda y muestra con la complicidad de sus antiguos moradores los secretos que atesora.
Jaime Gómez Maroto
Carmen Mota
Hallazgo
La ruina del recuerdo. La obra mural como estrategia artística para promover la conservación del patrimonio y la memoria histórica.
María Gómez-Carreño Infantes. TFM Universidad de Granada
Palomar de Alcoberdas (39,470433 -3,464307), septiembre de 2020