La huella de Fisac en Cuenca

La huella de Fisac en Cuenca

   La inveterada costumbre de caminar mirando de frente o hacia abajo –más aún en la era del móvil- hace que la mayoría de las personas obviemos aquello que supera nuestra línea de visión. Se comprende así que muchos conquenses pasen por debajo del desafiante voladizo de la biblioteca Fermín Caballero sin reparar en la envergadura de este elemento arquitectónico tan singular, signo de identidad de la primigenia Casa de la Cultura, realizada por Miguel Fisac en 1965. Este edificio, uno de los más transitados de la ciudad, carece de placa que recuerde al arquitecto que la construyó: si se firma un cuadro, ¿cómo no firmar un edificio?

Casa de la Cultura de Cuenca. Fotografía cedida por la Fundación Fisac

  Fisac realizó La Casa de la Cultura sin estar de acuerdo con el emplazamiento: “Es una pena que una concepción ramplona de un urbanismo trasnochado no nos haga posible jugar con la adaptación al terreno de tan gloriosa tradición en Cuenca, teniendo que someternos a la vulgar ubicación del edificio en un solar plano entre calles que nos impone la urbanización del solar del que disponemos” y añadía que “solo como rebeldía a esta inadmisible concepción, nos ha parecido oportuno presentar, más como un recuerdo simbólico que como una realidad necesaria, una zona colgada en la planta cuarta”.

   Es la única obra en Cuenca de este arquitecto que pudo dejar impronta en la ciudad con otros dos proyectos finalmente abortados: el Auditorio, encargado por el alcalde en 1966 y nunca desarrollado, y la Iglesia parroquial de San Esteban. El proyecto Gaviota, como se llamó al presentado para la edificación religiosa no sería seleccionado porque “desentona del ambiente de la ciudad, factor que se considera por este Jurado de gran importancia”. En palabras del propio Fisac, “al jurado le pareció demasiada atrevida esta solución”.  Su proyecto proponía un espacio con una planta abierta en abanico y una cubierta que evocaba el perfil alado de una gaviota en pleno vuelo. Se perdió la oportunidad de haber contado con un edificio emblemático, obra de un arquitecto de los que hacen historia.  

Maqueta de San Esteban Protomartir. Fotografía cedida por la Fundación Fisac

   Porque Miguel Fisac es una figura señera de la arquitectura nacional y manchego, para más motivo de acercamiento a su obra. Este arquitecto, nacido en Daimiel, Ciudad Real, en 1913, creó y patentó el hormigón pretensado y los llamados huesos de hormigón, empleados como vigas, pérgolas o celosías. Uno de sus sellos de identidad son también los encofrados flexibles que dan al hormigón un aspecto mullido y le confieren una estética inequívoca, auténtica marca de la casa: “en su cualidad de ser el único material que llega a la obra en su estado plástico blando, que se vierte en un molde, con mis encofrados flexibles he querido conseguir que quede la huella genética de su primitivo estado”, argumentaba su inventor.

Detalle de fachada. Carlos Copertone.

   Pese a ello y tras cosechar éxitos durante sus primeras tres décadas de carrera, iniciada en 1942, los años posteriores sería relegado a una oscuridad profesional que terminó en los años 90, cuando le llegaron los reconocimientos, ya rondando los ochenta años de edad. Un hito en su carrera llegaría en 1999 con el derribo del edificio de los laboratorios Jorba en Madrid, conocido por La pagoda. Según se indica en la Nota de los editores de su recién publicada Autobiografía, Patxi Eguiluz y Carlos Copertone, las causas de la voladura obedecieron a varios factores: “denuncias de conspiraciones religiosas, desidia administrativa o en clave de vacaciones de verano, negocios especulativos, celos profesionales y unos gobernantes incapaces de apreciar una arquitectura cuya injusta destrucción la convirtió en mito y mártir”. Cierto es que esta edificación emblemática había quedado fuera del catálogo de edificios protegidos y el nuevo propietario se propuso aumentar la superficie edificada. Para su autor se trató de una venganza del Opus Dei, organización a la que había pertenecido casi dos décadas; tal vez por ello, el derribo de esta audacia arquitectónica situada en la autovía que une Madrid con Barajas, solo mereció un parco comentario de su autor: “Si la destrucción de La Pagoda sirve para servir a Dios y al prójimo, bendita sea”.

Laboratorios Jorba (La Pagoda) en 1965 en Madrid. Fotografía cedida por la Fundacion Fisac

   La religión preside la biografía de este arquitecto autor de varias obras por las que mereció la medalla de Oro en la exposición de Arquitectura religiosa en Viena de 1954, como el Teologado de Dominicos en Alcobendas.  Haber dejado La Obra en 1955, dos años antes de casarse, le pasó factura como él mismo denunció en la carta a un miembro del Opus Dei en la que tachaba a la organización de Escrivá de Balaguer de “verdadera secta secreta, de hecho. Eso sí, con mucho dinero y mucho poder”. Tal vez ese poder influyó en su trayectoria posterior, porque hasta entonces los frutos económicos de su trabajo habían sido destinados en su integridad a la Obra, a la que pertenecía en calidad de numerario. El propio Fisac denunció que le costó salir de la organización y notó cierta presión para que se hiciera supernumerario, “y al no querer doblegarme, comenzó la persecución (…) una autentica persecución y difamación que me comenzó a ocasionar perjuicios profesionales: con actitudes repentinas y extrañas de clientes que ya me habían encargado trabajos y también de profesionales que tenían alguna clase de vinculación con el Opus Dei”.

Miguel Fisac. Fotografía cedida por la Fundación Fisac.

   En esta aproximación a la figura de Fisac, Medalla de Oro de la Arquitectura, que revolucionó la técnica doblegando un material como el hormigón, no podían faltar las frases que compendian sus principios arquitectónicos: “no hay arte sin tensión, ni belleza sin equilibrio”, o esta otra: “la arquitectura es un trozo de aire humanizado”; una revelación de la que nunca se separó, tras leer al filósofo chino Lao-Tse, quien sostenía que “cuatro paredes y un techo no son arquitectura, sino el aire que queda dentro”. 

   La Biblioteca Fermín Caballero de Cuenca respira ese aire de las obras con identidad, pese a ser reformada y ampliada en 2003, tres años antes del fallecimiento del insigne arquitecto que pudo situar a Cuenca en un lugar privilegiado de la arquitectura nacional. Aun así, su huella sobrevuela la ciudad.

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