Cuenca, hoy pobre en industria, no siempre ha sido así. El textil y el uso de la madera han significado para esta ciudad de origen medieval los recursos económicos más importantes a lo largo de su historia. Todos ellos, asociados a sus ríos, fuente de vida y de producción de la ciudad. Y, en particular, asociados al Júcar.
Hablar del origen en el uso de la madera probablemente suponga remontarnos a tiempos prehistóricos, donde nuestros ancestros pobladores de la Serranía utilizaran este recurso para construir o calentarse.
Sin embargo, otro asunto sería hablar de la industrialización de los procesos, es decir, de su explotación organizada con el objetivo de maximizar los beneficios. En este caso, llegan a nuestra mente imágenes de las maderadas, de las cuales hay constancia desde época árabe. “Si la explotación de las madera es más antigua, será necesario abrir las presas. Si estas últimas son más antiguas, hace falta su consentimiento; la prioridad por antigüedad debe de ser establecida por los maestros de las presas. De igual modo se aplicará para los molinos”. En estas sentencias del siglo IX los juristas musulmanes vienen a dejar claro que el río es una vía de paso y que debe de prevalecer el derecho de la actividad más antigua, teniendo que someterse las otras a pedir permiso.
Así, ya en el siglo XII, Al-Edrisi (1150), habla de pinos que bajan por el río “Quelaza” (probablemente el río Cabriel) hasta el mar, que sirven para la construcción de navíos y edificaciones.
En el siglo XIV, se da constancia del uso del río Júcar para el transporte fluvial de los troncos, llegando las Cortes Aragonesas a solicitar la apertura de una acequia hasta Valencia, partiendo del municipio de Tous.
La madera en el siglo de Oro
Con ello, llegamos al siglo XVI, siglo de Oro, en el que Cuenca se convirtió (principalmente, debido a la industria textil) en una de las ciudades castellanas más importantes, alcanzando una población de más de 10.000 habitantes.
Pero la industria maderera no se quedaba atrás. Gracias al estudio realizado por Pedro Miguel Ibáñez, conocemos muchos de los secretos de esta práctica. Desde 1551, hay constancia jurídica de la existencia de la maderada, con un contrato entre el transportador y los carpinteros (clientes), especificándose que se trasladarían los troncos desde el paraje situado “bajo el tormagal de Uña” hasta el “desembarcadero en la rambla bajo de Santiago”. Era en este lugar, cerca de lo que hoy conocemos como El Sargal, donde se acumulaban las cambras (pilas) de maderos. En 1565, cuando Anton van den Wyngaerde dibujó “La vista de Cuenca desde el Oeste”, ya nos mostró este espacio: el desembarcadero de El Sargal.
Es en esta época, finales del siglo XVI, cuando se comenzó la construcción del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, para el cual, entre otras maderas, se utilizó la de los pinos de la Serranía conquense. Por tanto, las maderadas sobre el río Tajo también se producían durante estos años.
Pero centrándonos en el Júcar, esta práctica continuó en los sucesivos años, siendo destacable el juicio de 1579, en el que los maderos ocasionaron daños en el importante molino de Santiago, cerca del actual restaurante de la Ceca. En 1606, Muñoz Soliva destaca que “cayó un nevasco tan grande en esta ciudad y comarca, cual no se había visto en muchos años. Cayó hielo en seguida y duró mucho, encareciéndose la leña tres tantos por la dificultad de traerla”.
Madera para barcos
Así, llegamos al siglo XVIII, donde otro hecho nos afirma la existencia de las maderadas por estas aguas: la construcción de los buques de la Armada. En 1748, leemos que ‘Su Magestad manda observar para la cría, conservación, plantíos y cortas de los montes, con especialidad los que están inmediatos a la mar y ríos navegables’. Es decir, entre otros, el Júcar.
La madera de los montes de Cuenca se destinó al servicio del Arsenal de Cartagena. Este Arsenal fue el más importante del Mediterráneo y hasta allí fueron enviados los árboles, fundamentalmente pinos, de los montes de la Serranía de Cuenca y otros como los Palancares y pueblos del este de la provincia. Hay documentación que muestra cómo se realizaba el transporte a través de carretas, una vez llevada a Cuenca a través del río. La madera se conducía por los ríos Cabriel y Júcar hasta la desembocadura en Cullera y allí embarcaban las piezas por mar hasta Cartagena. Las piezas que eran más grandes y corrían peligro en el río se trasladaban usando carretas tiradas por bueyes, la mayor parte de las veces.
La Industrialización
El siglo XIX supuso en toda Europa el inicio de la Industrialización. España, como ya suele ser habitual, algo rezagada; y Cuenca, aún más. La llegada de modernas formas de transporte (en particular, el tren), así como de procesos más productivos impuso una nueva etapa en el sector de la madera. Una época de transición, donde los modos antiguos y las nuevas técnicas se enlazan y complementan.
Como indicaba Troitiño, a partir de mediados del siglo XIX la expansión de las ciudades españolas y la instalación de las vías férreas aumentó mucho la demanda de madera, incrementando el precio. El primer registro del negocio maderero aparece en 1841, según la tendencia racionalizadora de nuestro sistema productivo, incrementándose la actividad a lo largo de la década de 1850. En 1847, se estima que descendieron hasta la laguna de Uña aproximadamente 30.000 maderos anuales procedentes de los montes aledaños.
En 1856 se remarca la cantidad de maderas que llegaban a la ciudad de Cuenca a través de su río, dejándose parte (tres cuartos aproximadamente) seguir su curso hasta Fuensanta (Albacete), siendo retenido el resto en los desembarcaderos de la ciudad (principalmente, el de El Sargal), transportándose en carretas hacia La Mancha y Madrid.
Es en estos años cuando la industria maderera empieza a moldear industrialmente la capital conquense. En 1873, hay 22 almacenes de madera, ubicados en El Sargal, Madereros (actual Carretería) y La Ventilla (actual calle Cervantes). En 1875 aparecen descritas las primeras serrerías o aserraderos, propiedad de Gil Roger. De hecho, hay constancia del volumen de empleo de esta serrería, empleando en 1890 a 9 tratantes de madera y 17 carpinteros, así como contando con un almacén de muebles.
La llegada del nuevo siglo trajo una gran novedad: la instalación eléctrica en 1900. Esto supuso una buena noticia para el sector, diversificando la producción al incluir la obtención de la resina. Se instalan tres fábricas resineras: la Unión Resinera Española-LURE, en el camino de la Noguera (1905); la Compañía de Productos Resineros S.A., en el Puente Verde, actual puente del Terminillo (1908); y la de Valentín Zapatero, en El Martinete (1915). El número de serrerías aumenta también durante estos años, llegando a seis en 1917.
Posteriormente, en Cuenca llega a haber ocho serrerías y ocho talleres de carpintería, empleando un total de 264 obreros. La llegada del ferrocarril a la ciudad a finales del siglo XIX configuró una nueva ciudad, que buscaba extenderse hacia la carretera de Valencia, acercándose a la estación. Eran justamente las serrerías, núcleo industrial del municipio en estos años, las que se situaban en esta zona. Desde la estación del ferrocarril, se llevaba hacia Madrid ya procesada. Cuando se inauguró el tramo que unía Cuenca con Valencia, también se impuso el tren como medio de transporte de las maderas hacia el Mediterráneo.
En 1926 se inaugura una nueva central hidroeléctrica, El Salto de Villalba, y con ello se amplía la Laguna de Uña y se crea el embalse de La Toba, con un canal que conectaba todos estos puntos. Esto supuso un antes y un después en las maderadas, reduciéndose mucho el tiempo y la dificultad, pues se ahorraban así el paso más complicado del Júcar.
Desde esos años, comienza una época de vaivenes en el sector, con especial importancia de la resina. En 1949, Cuenca era la segunda provincia productora nacional, aunque una de las 3 fábricas de resina de la capital había cesado su actividad. Se confirma la completa industrialización del sector, sucediéndose en los años 40 las últimas maderadas, debido a la consolidación del transporte por carretera en camiones, siendo definitiva su desaparición en la década de los 60. En 1936, en vísperas de la Guerra Civil, se produjo la última gran maderada. Sin embargo, siguió los siguientes años, con menor importancia, como puede observarse en un reportaje del NODO del año 1943.
En 1963, existen pequeñas industrias y talleres en la carretera de Valencia, aunque también, en menor medida, en Antonio Maura. Desde 1960 se reduce la importancia del sector resinero, concentrándose sólo en algunos núcleos (Cuenca capital entre ellos). En 1965, solo quedan en funcionamiento en la capital la fábrica Industrial Resinera Valcán (en la vega del río Moscas, en la Carretera de Alcázar), con 10 obreros y LURE (en la calle Antonio Maura), con 19 obreros. La fábrica de LURE se cerró en 1977.
Presente y… ¿futuro?
Es la historia de una de las industrias más importantes para Cuenca, junto a la textil. Desde la obtención de la materia prima (la madera o la miera, según el caso) hasta su procesamiento para la obtención del objeto buscado.
Han sido multitud de generaciones enlazadas a esta historia, debida, fundamentalmente, a la abundancia de recursos de nuestra tierra y, en especial, de nuestra serranía. La hoy despoblada, olvidada y minusvalorada sierra sigue siendo la fuente de los recursos más importantes: agua y aire limpios. Pero, especialmente, una historia unida a la gran cantidad de pinares que nos rodean, con madera de alta calidad constructiva.
Sin embargo, a día de hoy poco queda de los grandes hitos de la madera. Las industrias existentes se han quedado en forma de ruinas, de columnas solitarias sin humo que exhalar. El proceso globalizador ha afectado nuestra tierra, haciendo difícil que seamos competitivos en un mercado global. No tiene sentido intentar competir con países con legislaciones laborales nada protectoras con el trabajador. Hay que buscar soluciones innovadoras que aporten valor añadido. Que vuelvan a crear actividad en nuestros bosques.
Este artículo forma parte del trabajo “Servicios de investigación etnográfica y diseño de rutas culturales en el tramo urbano del río Júcar”, financiado por los fondos europeos FEDER y el Ayuntamiento de Cuenca.
Vestal es una consultoría que apuesta por el fomento del turismo cultural en el medio rural.
Vestal busca recuperar aquellos saberes ancestrales en riesgo de desaparición, así como poner este patrimonio etnográfico al servicio de la población de una manera atractiva, sirviendo de cimiento para el turismo cultural y la repoblación rural.
Interesantisimo artículo sobre una actividad económica fundamental en la vida de muchas familias conquenses como la mía.
Por correo electrónico les remitiré fotografías de la fábrica familiar (hoy en ruinas) en Carboneras de Guadazaon, por si son de su interés.
Saludos y gracias por su trabajo