Paseando junto al río Júcar, tras el paraje de El Sargal, nos topamos con un gran puente. Lo que hoy conocemos como “La pasarela”, uniendo dos puntos cruciales para la ciudad: el parque de los Moralejos y “los institutos”. Sin embargo, si nos remontamos sólo 100 años, ninguno de estos puntos existía. El parque, previo al desmonte del cerro de los Moralejos, se mostraba muy diferente. Y bajo donde hoy encontramos la mayoría de institutos de la ciudad, había un barrio olvidado en el tiempo: la Guindalera. Junto a él, el aún existente barrio de Buenavista (o del Chocolate).
Ambos barrios aparecen como propiamente dichos debido a la expansión demográfica de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, tratándose de barrios populares de autoconstrucción. Se encuentran en espacios marginales, debido principalmente a la topografía.
Estos espacios marginales, conocidos y despreciados por gran parte de la ciudad debido a la pobreza que en ellos existía, no contaron en ningún momento con apoyo institucional. Lugares donde vivía el que menos tenía, pero que se encargaba de trabajos vitales para la ciudad que nadie más quería hacer: el jornalero, el ganadero, el albañil…
En 1930, vivían 184 conquenses en ambos barrios, con un claro carácter residencial. Esto, sumado al resto de barrios populares, da una población de 5241 personas.
Al igual que el resto de barrios obreros, dos grandes momentos formaron parte de su existencia en el siglo XX: 1944, año en el que se aprueba el Proyecto de Ordenación de Muñoz Monasterio, cuyo objetivo es, en parte, trasladar a los residentes en los barrios de San Antón, Tiradores o Buenavista a los nuevos grupos de viviendas (La Paz, Quinientas, etc.); y 1963, cuando se aprueba el Plan General de Ordenación, mucho más agresivo respecto al futuro de estos espacios.
La industrialización característica de la Edad Contemporánea ocasionó la concentración del trabajo en núcleos determinados: las ciudades. La configuración española por provincias hizo destacar, ante todo, las capitales de las mismas. La concentración industrial en estos polos (unido a la industrialización de la actividad agraria), generalmente bien conectados mediante vías de transporte, desató una fuerte inmigración campo-ciudad. Cuenca, a pesar de su modestia, no ha sido una excepción en este fenómeno.
Desde finales del siglo XIX, la llegada de inmigrantes (mayoritariamente de la propia provincia de Cuenca) no cesó hasta prácticamente el siglo XXI. Aquellas personas, generalmente de bajos recursos, se situaron en barrios populares, ya sean históricos, como San Antón o Tiradores; o de nueva creación, al menos de cara a los registros, donde destacan los Moralejos, Buenavista y la Guindalera. En general, residen aquí jornaleros, hortelanos y obreros de la construcción.
El barrio de Buenavista (o del chocolate)
El origen de Buenavista es incierto. Al igual que todos los barrios de construcción espontánea, no podemos asegurar un comienzo exacto. Sin embargo, sí sabemos que en el siglo XIII ya abundan viñedos en esta margen del río, pues hay menciones de pagos de Buenavista (impuestos). A finales del siglo XVI se estima que existen algunas viviendas en la zona, tratándose con casi absoluta seguridad de casas de campo aisladas. En 1605, se relata como unas casa llamadas de Buenavista fueron abrasadas por dos rayos en una descomunal tormenta veraniega.
Así, llegando al siglo XX se institucionaliza el barrio de Buenavista, produciéndose los primeros censos oficiales. El barrio se situaba junto a las vías del tren, en pleno campo. Durante muchos años no formó parte de la “ciudad legal”, por lo que no contaba ni con agua, ni luz, ni alcantarillado. En general, el barrio lo conformaban casas obreras de una planta y chabolas.
A mediados del siglo XX, tras más de 50 años de existencia constatada, seguía, por desgracia, sin asfaltar. Sin embargo, a diferencia de San Antón y Tiradores, tiene una topografía menos hostil, por lo que la urbanización hubiera sido más sencilla.
Sin embargo, a raíz del Plan de Muñoz Monasterio, se edificó un grupo de viviendas en Buenavista, dado que se quería potenciar esta zona como la entrada a la ciudad, planificándose ya en estos años el puente de la carretera de Madrid. A pesar de ello, en 1963, con el nuevo Plan de Ordenación, se considera como un suburbio a extinguir, con la intención de expulsar a sus vecinos. Finalmente, con la construcción del nuevo acceso desde la capital en los años 70, el barrio queda partido en dos (estudiando el paso elevado para enlazar el barrio), teniendo que expropiarse y derribarse algunos edificios. La unidad residencial de la Fuente del Oro lleva a muchos vecinos a trasladarse.
La expansión de la ciudad a este margen del río Júcar, con la construcción de varios servicios, como el hospital Virgen de la Luz, cambió radicalmente el aspecto de Buenavista. Las casas humildes, rodeadas de calles sin asfaltar, dieron paso a chalets y piscinas, siendo hoy uno de los barrios con mayor renta per cápita de Cuenca. Los vecinos actuales, de otro estrato social, poco recuerdan del origen de su barrio.
Tanto es así, que hasta el origen del apodo con el que aún muchos lo conocemos, el Barrio del Chocolate, se ha perdido en los callejones de la historia. Muchas teorías se escuchan al respecto. Sin embargo, fue conocido así debido a que durante años acogió un llamativo cartel publicitario anunciador de los famosos “Chocolates Matías López”.
La Guindalera
Pero si Buenavista fue un barrio humilde, olvidado, nada es comparable con la imagen de su vecino: la Guindalera.
A día de hoy, si cruzamos por el puente de la Presa del Cerdán, justo antes de llegar al canal de aguas bravas, nos encontraremos con una empinada cuesta que nos conecta con los institutos. Antes de construirse la pasarela, no eran pocos los alumnos y alumnas que transitaban este trecho. Sin embargo, los menos serían los que se fijaban en las historias que nos contaban las piedras de esta ladera. Son restos del barrio de la Guindalera.
El origen del barrio “del río”, como también era conocido, es, al igual que Buenavista, producto de la inmigración campo-ciudad a finales del siglo XIX y principios del XX. Sin embargo, como singularidad, podríamos decir que este era el barrio más pobre de toda la capital conquense, rodeado de innumerables prejuicios por el resto de la ciudad. La complicada morfología del barrio, bajo lo que en su día fue el Humilladero y la Cruz del Bordallo, confirman la humildad de las gentes que aquí residían.
Se tiene constancia de su existencia, al menos, desde 1919, siendo una serie de familias, como Los Tangas, la Tartalera, los hermanos Carrascosa o los hermanos Ortega, sus primeros moradores.
Muchos de sus habitantes se sirvieron de las características del paraje para construir sus viviendas, creando casas-cueva en los escarpes calizos del río Júcar. Bajo estas estaban las casas situadas al borde del cauce, paraje conocido como “La Cangrejera”.
Sus vecinos contaban con una economía de subsistencia, trabajando muchos de ellos en las huertas de la Alameda baja. También existían alfarerías, corrales, cuadras y pocilgas dentro de las viviendas. Sumado a ello, era habitual que los más jóvenes se dieran al oficio de la pesca, complementando así la dieta familiar.
Según el catastro oficial de 1925, se identifican en el barrio 30 viviendas, siendo edificaciones, en general, de mampostería con teja árabe. En el catastro de 1944-1947, la cifra asciende a 31, describiéndose cómo muchas de estas viviendas limitaban con el barranco, estando en riesgo de derrumbe.
En los años 50, tal y como nos describe Jesús del Peso Beltrán en su libro “El otro lado del río”, viven en el barrio unas 40 familias, siendo la mitad payas y la mitad gitanas.
Sin embargo, el 20 de noviembre de 1960 llegó el punto final de este barrio. De acuerdo al Plan de Ordenación vigente, se prohibió vivir en esa zona, pues se estaba planificando ya la construcción del puente que supondría la nueva entrada desde Madrid, y eso implicaba la expropiación de alguna de estas viviendas. Por tanto, todas ellas fueron demolidas, empezando por “La Cangrejera”, otorgándoles a las familias viviendas en el nuevo barrio de “Las Quinientas”.
La amnesia de la miseria
Es tentador, al estudiar la historia, centrarse únicamente en hazañas de reyes e imperios, de grandes civilizaciones y construcciones… Sin embargo, habitualmente olvidamos quiénes fueron los verdaderos artífices de ello: las clases populares, carne de cañón en las batallas, fuerza motriz en las construcciones, labradoras de duras tierras que nos proporcionan el alimento.
En definitiva, la intrahistoria que hace posible nuestra Historia. Cuenca ha destacado por sus industrias textil, maderera y alfarera. Pero no fueron reyes los que moldearon el barro, trasladaron los troncos o cardaron la lana. Fueron las clases populares, parte de lo que Troitiño denominó “ciudad productiva”, frente a la “ciudad parasitaria”, constituida mayoritariamente por el clero en nuestra ciudad. Y el Júcar como base de esta ciudad productiva, con los barrios de San Antón, Buenavista o la Guindalera.
Por tanto, lo mínimo que podemos hacer los nacidos en acomodadas casas de clase media, es reconocer y poner en valor el esfuerzo de estas gentes, responsables de los trabajos que aseguran la vida.
Este artículo forma parte del trabajo “Servicios de investigación etnográfica y diseño de rutas culturales en el tramo urbano del río Júcar”, financiado por los fondos europeos FEDER y el Ayuntamiento de Cuenca.
Vestal es una consultoría que apuesta por el fomento del turismo cultural en el medio rural.
Vestal busca recuperar aquellos saberes ancestrales en riesgo de desaparición, así como poner este patrimonio etnográfico al servicio de la población de una manera atractiva, sirviendo de cimiento para el turismo cultural y la repoblación rural.