Hay pueblos, que por encontrarse asentados entre largas y abruptas sierras son ricos en monte y leña, pero pobres en vegas y agricultura. No hay que temer que cese la lumbre de sus hogares y sus hornos, pero sí que llenaran sus alacenas. Son pueblos que, por esta descompensación de recursos, tuvieron que ingeniarse un futuro.
Vindel, asentado en una de estas estrechas vaguadas serranas cercanas al Alto Tajo, era humilde en agricultura pero acogía una relevante fábrica de vidrio.Y tirando de ingenio, tuvo dos preguntas que resolver: ¿qué hacer con el preciado vidrio aquí elaborado y qué hacer con las mulas y burros en los meses que el campo estaba yermo y estéril? El vidrio se acarreó sobre sus caballerías y Vindel, comenzó a andar, andar y andar.
Porque Vindel ha sido, en cuerpo y alma, un pueblo arriero. Este oficio hoy ya perdido, fue durante siglos el medio de transporte para el comercio y el intercambio de productos y géneros. ¿Desde cuándo? Difícil de saber. Pero si la fábrica de vidrio estaba en funcionamiento ya en el siglo XVI, es posible que junto a su origen, esté también el de la arriería.
Es en las Respuestas Generales del Catastro de la Ensenada, firmado en enero de 1754 en la Villa de Vindel, donde se describe con total detalle el funcionamiento y el calendario del oficio de la arriería, así como los nombres y apellidos que la ejercían. Al mover los ojos sobre las líneas de este histórico documento, se mueven las alpargatas al son de las pezuñas herradas por los polvorientos y pedregosos caminos.
Y es que ante la carencia de una fuerte agricultura y ganadería, los vecinos de Vindel junto a sus mulas (1) o burros (2), llamadas bestias de carga, recorrían los caminos del país transportando y trajinando (3) diferentes productos. Los caminos que partían desde Vindel, tanto hacia Priego como Arbeteta, eran el punto de partida y llegada de estos nómadas serranos.
En aquel enero de 1754, de noches gélidas y oscuras, cuando más se requería la abundante leña de sus montes y muchos arrieros recorrían los caminos pedregosos, se escribieron las notas más importantes de Vindel. Y así queda escrito: “los mas vecinos de esta villa son arrieros (a excepcion de un corto número de leñadores y jornaleros)”. Con sus 95 casas habitadas en aquellos años y una población aproximada de más de trescientos habitantes, 71 practicaban la arriería. Es decir, casi toda la totalidad de la población adulta masculina estaba dedicada a la arriería. Para sustentarla, se contaba con un ganado de “cincuenta y siete de mular, hasta treinta y siete pollinos todos machos (pues en este pueblo no hay pollina alguna)”. Es decir, 94 bestias de carga .
Este número único y asombroso se puede comparar con pocos de la provincia. Sólo los pueblos de la misma comarca: Alcantud, El Recuenco o Arbeteta tienen números similares. Sin embargo, Priego, cabeza de partido y a escasos kilómetros, contaba sólo con un arriero para las mismas fechas. El por qué de ello va más allá de su abundante leña y su ajustada agricultura.
Era Vindel, junto a Alcantud, El Recuenco o Arbeteta, pueblo arriero por ser vidriero. Y es que fue la fabricación del vidrio la que hizo florecer la arriería y su comercio. A ella se entregaron la gran mayoría de los vecinos de Vindel. Y no sólo por los productos que exportaban, donde sobresalía el vidrio, sino porque regresaban con los productos necesarios que a Vindel no llegarían de otra forma.
De aquellos viajes a “diferentes provincias, pueblos y puertos de mar (…) retorna, unos azucar, y cacao, otros pescados frescos, y secos, según el tiempo, otros las especies de garbanzos, alubias, arroz, proporcionando con lo comerciable de las tierras por donde transitan; y otros, finalmente perniles (4), huevos, lienzos y demas que ocurre…”. A pesar de las limitaciones geográficas y agrícolas, Vindel llenaba sus alacenas con una variedad de productos sana y variada.
Y como oportunamente recogió el texto recogido en el Catastro de la Ensenada había en Vindel dos tipos de arrieros: aquellos dedicados exclusivamente a la arriería y aquellos, labradores o leñadores, los cuales “hacen sus viajes en tiempo vacante de su labor traficando todos con uno, dos o más machos o pollinos”. Por tanto, complementaban el trabajo agrícola y forestal con la arriería.
Aquellos primeros, sin apenas patria, eran veintisiete nómadas destinados o condenados a vagar el año entero por caminos y posadas. Y es que “un arriero sin otro oficio, con mulos, hace diez viajes en el año y con pollinos, doce”. Teniendo en cuenta que un viaje duraba treinta días… ¿Qué no vieron los ojos de aquellos hombres andariegos? ¿No serían duros y tajantes? ¿Sabios de tanto viajar? ¿Trileros del verbo y de mirada silenciosa? ¿Cuántas, hoy ficticias, anécdotas y rencillas podrían contar? ¿De qué parte del mundo se sentían?
Luego, estaba el segundo grupo de arrieros, los que pasarían sus viajes añorando la lumbre del hogar y el aroma del regreso. Pues “siendo labrador y arriero, seis viajes unos, y otros ocho segun la mas o menos labor que tengan…”. Estos cuarenta y cuatro hombres seminómadas ¿no hablarían constantemente de Vindel y de sus tierras? ¿De las añoradas lluvias y las crueles tempestades para el campo? ¿De las hazañas históricas de los vecinos que nunca salieron del pueblo? ¿Y no se les escaparía una lágrima al tararear aquella vieja jotilla que les cantaban sus padres?
De la cantidad de viajes que realizaban y el número de “machos” y “pollinos”, dependía el sueldo. En el Catastro se determina claramente que “gasta cada arriero, sin distinción treinta dias para un viaje y ganan en el con cada macho 220 reales y con cada pollino 120”. Por tanto, un arriero que realizaba diez viajes con una mula, ganaba 2.200 reales. Si se le sumaba un burro, 3.400. Al arriero labrador que realizaba seis viajes con una mula, ganaba 1.320 reales. Si se le sumaba un burro, 2.040 reales.
Era tal el caso de la dedicación a la arriería en este pueblo de Vindel que el pueblo se veía afectado por este oficio. Todo giraba en torno al trajín y comercio. Por ejemplo, el maestro no podía llenar la escuela “de los pocos muchachos que doctrina, que los mas vecinos de esta villa son arrieros” que pronto marchaban a recorrer los caminos empedrados de aquella España. El herrero del pueblo “que tambien es herrador” dedicaba parte del duro oficio a las herraduras de las mulas y burros. Y dentro de los propios arrieros, existían un grupo de vecinos que elaboraban angarillas que se utilizaban para el propio transporte de las mercancías.
Pero, ¿y los que se quedaban todo el año? Hubo hombres y mujeres maestros de la paciencia y de la espera, quienes eran: diecisiete empleados en la fábrica de vidrio, una decena de leñadores, tres jornaleros, un esquilador, un vaquero, cuatro pobres, dos presbíteros y un clérigo de menores. Y, junto a ellos, las verdaderas Fueron estas gentes las únicas encargadas de salvaguardar el pueblo, siempre pacientemente esperando.
Pero quizás la parte más humana y real de todo esto es que gracias al Catastro de la Ensenada quedan reflejados los 71 nombres de los arrieros que estaban en activo en 1754, así como las viudas de los arrieros y sus hijos. En sus nombres quedan grabadas sus vidas. Aquellas vidas que pasaron tantos meses y tantas estaciones viajando desde Vindel hacia los Puertos de Bilbao y otros tantos puntos de nuestra geografía. En sus letras están los caminos y las posadas. Las nieves y las chicharras. Sus risas pasando la bota al terminar la jornada y sus largos silencios, aparejando las caballerías, al alba.
Hoy de aquel pueblo en constante movimiento queda poco. Si el principio del siglo XIX devastó la población de Vindel, el cierre de la fábrica de vidrio décadas más tarde, marchitó la arriería. Hoy, la población es de trece habitantes censados. Porque todo camino lo hace el andar, y eso bien lo sabe el tiempo. Vindel hoy parece querer recordar a Don Quijote, quien tras ser apaleado por los arrieros yangüeses, apelando al honor y la fe del buen caballero andante, respondía a Sancho: “No hay memoria que el tiempo no acabe, ni dolor que muerte no le consuma”.
(1) La mula, mulo o macho es hijo de yegua y burro o de burra y caballo. Es un animal estéril y era llamado como “macho”. El hijo de caballo y burra, menos valorado, es el llamado en Cuenca “macho romo” y en otros sitios “burdégano”.
(2) El burro era conocido como “pollino”.
(3) Trajinar: Transportar o llevar (géneros) de un lugar a otro (RAE).
(4) Perniles: Anca y muslo del cerdo (RAE).
BIBLIOGRAFÍA:
El sistema de comunicaciones en España, 1750-1850, S. Madrazo, Madrid, Turner, 1984.
- Catastro de Ensenada.https://pares.mcu.es/Catastro
Arriería y transporte. Laureano M. Rubio Pérez y Roberto Cubillo de la Puente.
- Los transportes y el estancamiento económico de España (1750-1850), D.Ringrose, Madrid, Tecnos, 1972.
- “Pastores, carreteros y arrieros” en El mundo social de Isabel la Católica: la sociedad castellana al final del siglo XV, editado por Miguel Angel Laredo Quesada 219-227. Madrid, Dykinson, 2004.
- Don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes Saavedra. https://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000042946&page=1
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