Todos sabemos que el Casco Histórico de Cuenca es una sorprendente combinación de historia y paisaje y que se está intentando recuperar la vida y el protagonismo que merece.
Para comprender mejor el estado actual del Casco Histórico, es interesante conocer las transformaciones que ha sufrido desde su origen, y en concreto, estudiar la evolución de una de sus construcciones, el Castillo, actual Sede del Archivo Histórico Provincial de Cuenca, el cual realiza un gran trabajo por y para la ciudad de Cuenca.
Entiendo la ciudad como una superposición de capas, así que, ¿por qué no entender esta construcción igual, siendo cada uno de sus usos un estrato distinto?
La primera capa de Cuenca es la ciudad musulmana. En los siglos IX y X los musulmanes se asentaron en un estrecho escarpe de roca entre dos hoces. Tanto la organización de la ciudad como su defensa dependían completamente de su emplazamiento. El este y oeste de la ciudad quedaban defendidos por las hoces y el norte y sur por el Castillo, las murallas y la Alcazaba, donde hoy se encuentra la Torre de Mangana.
En 1177 Alfonso VIII conquista Cuenca. La ciudad cristiana se superpone a la musulmana, siendo esta la segunda capa o estrato de Cuenca. La población de Cuenca crece de forma rápida y se expande hacia el río Júcar, teniendo la Iglesia un papel fundamental en la organización de la ciudad. La nobleza y el clero se situaron en el eje central de la ciudad, la Calle San Pedro; la burguesía y el artesanado en la parte baja, a intramuros; la morería en la Calle de la Moneda y los judíos en la Alcazaba. En este momento comienza la construcción de la Catedral, una de las primeras construcciones góticas de España. También destacan un gran número de iglesias en el perímetro de la ciudad, como San Miguel, San Martín, San Pedro o San Nicolás.
La tercera capa es Cuenca en los siglos XVI, XVII y XVIII, la ciudad eclesiástica. El estamento religioso y la nobleza seguían estructurando la Ciudad Alta, mientras que la burguesía comenzó a organizar la Ciudad Baja, creando nuevos ejes y barrios fuera de las murallas, por ejemplo, San Antón. Además, en estos siglos, se produjo un auge de las obras públicas, como la construcción de la Torre de Mangana, donde se instaló el reloj de la ciudad; el Puente San Pablo o la nueva organización de la Plaza Mayor, que corrigió la gran pendiente y su forma alargada y desproporcionada. Esto último se consiguió solucionar cuando en el siglo XVIII se levantó el Ayuntamiento, atravesando de forma perpendicular la Plaza sobre un pórtico transitable de tres arcos.
La última capa de la ciudad es Cuenca en los siglos XIX y XX. Tras sucesos como la Guerra de la Independencia y la Desamortización de la Iglesia, el patrimonio arquitectónico de la Ciudad Alta de Cuenca quedó totalmente dañado. Muchas de sus construcciones se deterioraron, se destruyeron, se abandonaron o cambiaron de uso, por lo que cada vez más, la población se trasladó a la Parte Baja. Fue entonces cuando cayó gran parte de la Muralla, el Puente San Pablo de piedra, y la Torre de las Campanas de la Catedral, derribando parte de la fachada barroca.
En el siglo XX, tras la Guerra Civil, la vida de Cuenca se encontraba en la Ciudad Baja y no es hasta finales de los sesenta cuando comienzan los esfuerzos por restaurar esta valiosa parte de la ciudad. Este cambio de pensamiento se dio gracias a iniciativas públicas, como Cuenca Antigua, Cuenca a plena luz, la Fundación de Turismo, el Consorcio de Cuenca, etc. y privadas, como Zóbel, Saura o Torner, artistas que apostaron por la ciudad.
El proyecto de conservación y restauración del Castillo resulta de gran interés, ya que es la única construcción que se conserva desde el origen de la ciudad. Además, analizándolo, podemos entender el modo en el que se llevaban a cabo las restauraciones en Cuenca. Por último, se observa cómo realizando un buen proyecto de restauración se pudo recuperar parte del Casco, tan deteriorado a finales de los ochenta.
Los musulmanes levantaron el Castillo en la parte más alta de Cuenca, donde sólo existen 120 m entre las dos hoces, siendo este el lugar perfecto para cumplir su función defensiva. Son muy pocos los restos que se conservan de este primer estrato, pero por varias descripciones del momento y los restos conservados, podemos saber que existía un gran torreón y varias torres al norte, un foso excavado en la roca y un puente, probablemente móvil, que cruzaba el foso hasta llegar a la puerta de la ciudad, lo que hoy es el Arco del Bezudo.
Con la llegada de los cristianos, los muros del Castillo recrecieron de 1,50 a 3,00m hacia el exterior. Es decir, desde el interior de la ciudad se aprecia el Castillo musulmán, y desde el exterior, el recrecido cristiano. A día de hoy sólo podemos ver la fachada noreste y el foso, ya que los Reyes Católicos mandaron demolerlo y la fortaleza se usó de cantera.
En el siglo XVI, Felipe II autorizó la construcción sobre las ruinas del Castillo de la Sede de la Inquisición. No se apoyaron en la organización de la fortaleza, ya que estaba destruida, por lo que el Tribunal de la Inquisición se proyectó siguiendo el programa que necesitaba. Gracias al informe de los arqueólogos Solías Arís, Huélamo Gabaldón y Coll Conesa se sabe que el edificio en planta estaba organizado en forma de L y que existían dos accesos, uno para los Inquisidores en la Calle del Trabuco y otra para los presos en la Calle del Convento de las Carmelitas. Las celdas se encontraban en el ala larga, eran muy pequeñas, con un ventanuco hacia la Hoz del Huécar. En las plantas superiores se encontraban estancias como el Tribunal, la casa del Inquisidor, la del Alcaide, la sala del secreto retirado o el oratorio.
El siguiente estrato de este edificio se describe como la destrucción del mismo, ya que, en 1808 se instaló en él el ejército francés, que lo convirtió en Cuartel durante la Guerra de la Independencia. Al tener que abandonarlo, lo volaron.
Se llevaron a cabo diferentes reformas, y en 1890 esta construcción comenzó a utilizarse como Cárcel Civil hasta 1972.
Hasta este momento, las transformaciones que se realizaron en este edificio tenían como objetivo reconstruir las partes dañadas para que pudiera albergar el uso necesario del momento.
Como se ha mencionado anteriormente, a mediados del siglo XX comienza en Cuenca el interés por recuperar el Casco Histórico y, para ello, fue necesario que muchos de los edificios que se encontraban deteriorados y abandonados fueran restaurados y albergaran un nuevo uso que se adecuara a las necesidades de la ciudad.
Después de varios años y distintas opciones, se decidió adaptar el antiguo Castillo como Sede del Archivo Histórico Provincial, que es por ahora el último estrato o uso de esta construcción. El proyecto lo realizaron los arquitectos Carlos Rubio Carvajal y Enrique Álvarez–Sala hace exactamente treinta años. Se puede observar como respetaron la historia del edificio sin borrar ninguna de las capas que habían llegado a ese momento, pero sin miedo a la convivencia con la arquitectura de nuestro tiempo.
El trabajo de restauración también se extendió al entorno del propio edificio. Los arquitectos entendieron el conflicto que existía con el destino del Casco Antiguo y sus edificios históricos y consiguieron ofrecer una alternativa de reconversión y no de sustitución.
Esta construcción ha llegado a nuestros días gracias a los constantes cambios de uso durante su historia. La historia es algo vivo y cambiante y así considero también la arquitectura. Creo necesarias las restauraciones y transformaciones en el Casco Histórico, siempre desde el estudio y la protección de cada una de sus capas del pasado, ya que es la única manera de poder seguir transmitiéndolas en el futuro.