En lucha por los humedales. Las cespederas y la ganadería en Quero

En lucha por los humedales. Las cespederas y la ganadería en Quero

Al igual que hoy encontramos multitud de conflictos entre intereses y sectores económicos por el uso de la tierra (un ejemplo podría ser el impacto rural en usos que generan los parques solares), también existían en las sociedades agropecuarias que nos precedieron. La pugna entre dos modelos, el que prima la agricultura y el que favorece la ganadería, es una constante en la historia de los pueblos de toda España.

Mientras la agricultura promueve la partición de la tierra en parcelas pequeñas y privadas, la ganadería (extensiva, por supuesto) apuesta por un modelo de propiedad colectivizada (pública o comunal) donde poder llevar los ganados a pastar. Al poder juntar animales de diferentes propietarios en un mismo ganado, es útil que la tierra sea extensa y colectiva, aunque haya que pagar por su aprovechamiento de pastos. Así, mientras que en la agricultura el valor (económico) se centra en las hectáreas en propiedad, en la ganadería en el número de cabezas.

Entonces, ¿quiénes tenían más poder? Excluyendo, por supuesto, a jornaleros y pastores (pues han sido profesiones a sueldo), todo dependía de quién tuviera más patrimonio, ya sea en hectáreas para cultivo o en cabezas de ganado. Y una, sin duda, reñía con la otra. En las zonas de montaña, al contar con grandes pastizales naturales y zonas propicias al cultivo muy limitadas, la apuesta general de la población fue por la ganadería. Sin embargo, en las vegas de los cursos medios y bajos de los ríos, más aún en los latifundios del sur peninsular, se impuso la agricultura, con grandes plantaciones que llegan hasta nuestros días (olivares, viñas, almendros, cereales…).

La ganadería en Quero

Sin embargo, en Quero, a pesar de ser La Mancha una región con tradición agrícola, la importancia de la ganadería ha sido notable a lo largo de su historia. Se evidencia desde el siglo XVI, pues duplica en importancia económica de la lana a los pueblos cercanos.

A pesar de ello, la superficie ganadera era compatible con la explotación agrícola, existiendo tanto tierras de cultivo como dehesas y vegas incultas que eran aprovechadas por el ganado. Estas dehesas y vegas formaban parte de los llamados Bienes Propios del concejo de Quero (terrenos públicos), según se muestra en el Catastro de la Ensenada de 1751.

Cañada Real Soriana oriental a su paso por Quero, junto a la Ermita de Nuestra Señora de las Nieves. Fuente: Vestal

Mientras que, como norma general, los pastos de Rubiales, Juncadillas y el Cerro de las Casas eran usados como cotos carniceros, reservados para los ganados de la población, las vegas próximas al Gigüela eran usados por los grandes ganados, de los hidalgos, así como por aquellos propiedad del Priorato de San Juan.

Y es que, en general, los ganados pertenecían a grandes familias, destacando en el siglo XVIII el hidalgo Diego López de Villaseñor, con 838 cabezas lanares de la totalidad de las 3000 con las que contaba Quero. Junto a otros propietarios, utilizaban tierras baldías junto al río como la vega del molino del Herrero, la veguilla del molino de Esteban Fernández, la vega de Pastrana y Vadoancho o las vegas de Navefría, Alberdiales y Donadío.

Por supuesto, a estas 3000 cabezas de ganado estante, habría que sumarle los muchos ganados trashumantes que transitaban principalmente por la denominada en el municipio como Cañada Real Soriana, que corresponde con la rama oriental de la misma (también llamada Cañada Real de Alcázar), la cual cruza el propio pueblo. Algunos de estos ganados se desviarían por el Cordel de Los Torteros, al norte del municipio, conectando con la Cañada Real Soriana “occidental” (conocida en Quero como de Los Serranos).

Rebaño de ovejas a su paso por el Cordel de los Torteros. Fuente: Vestal

Más recientemente, a mediados del siglo XX, continuaba una gran presión ganadera en Quero, con 7 pastores que se repartían los cuarteles de pasto, siendo el ganado estante el más común, pues la oveja manchega, destinada a la producción láctea, suele pastar en las cercanías del pueblo. De hecho, como recuerda Julián Ruiz Villanueva, pastor en su juventud, “íbamos y veníamos en el mismo día e, incluso, salíamos dos veces al día a pastar, pero durmiendo en el pueblo”. Sobre la presión ganadera, destaca que “no había más pastores porque ya no cabían más”.

La trashumancia estaba más destinada a las muletadas, pues, como dice Julián, “las vegas de Quero no eran buenas de pasto, pero sí para el desarrollo de la estructura ósea de los animales”. Por ello, se programaba la criadera de las mulas en estos territorios para ayudar al fuerte crecimiento de las futuras compañeras de labor.

La solución de las cespederas

Estas vegas incultas fueron, sin duda, motivo de muchas disputas a lo largo de la historia en esta región. Y es que todos estos parajes se tratan de humedales de carácter semiartificial. Es decir, aunque se inundan de manera natural ante fuertes crecidas del Gigüela, esta característica ha sido moldeada y modificada por el ser humano en su propio beneficio.

En definitiva, son llanuras de inundación intervenidas por la acción humana, con clara repercusión en su ecología. Dos tipos de intervenciones se han realizado para manejar estos espacios: depresiones artificiales, es decir, zanjas; y elevaciones lineales, a modo de muros de tierra, que delimitaban la zona a inundar y permitían moverse por la laguna artificial. Estas construcciones eran conocidas como “cespederas” o, antiguamente, como “palerías”.

Cespedera junto al desagüe de la Laguna del Taray. Fuente: Vestal

Se realizaban con el material sobrante de la excavación de los canales interiores. Usadas estas “cespederas” desde antiguo por la Orden de Santiago, buscaban principalmente mantener poblaciones de peces en ciertas épocas para poder abastecerse. Sin embargo, este uso se ha compatibilizado históricamente con la actividad cinegética (la caza de patos) y, también, ganadera, pues aquellas que no eran delimitadas con estos muros y, por tanto, simplemente se encharcaban, eran utilizadas como pastos, pues la salinidad de sus suelos hacía impracticable la agricultura.

En Quero, estas llanuras de inundación se encuentran en lo largo del Gigüela principalmente, habiendo sido las más importantes: Arroyo Morón, Los Alberdiales, El Masegar, El Taray, Los Santos, El Molino de El Abogado, la Casa de la Dehesilla, Vadoancho y Pastrana. En total, unos 26 km2, más extensión que las Tablas de Daimiel.

Arroyo Morón en la actualidad, completamente seco. Fuente: Vestal

Todos ellos son alimentados por el río, la escorrentía a través de arroyos como el del Vadillo, así como por canales y zanjas artificiales, como el Cauce de la Sangría, que drena la Laguna Grande al Gigüela.

En el caso de Quero, la mayoría de ellas fueron creadas o, al menos, mejoradas y ampliadas, a partir de los años 60 del pasado siglo, con un único objetivo: fomentar la caza de aves acuáticas. Prisco García Consuegra, ex-guarda tanto en El Masegar como en Arroyo Morón, fue uno de los artífices de estas obras, en estas fincas como en otras como Pastrana. “Cuando yo llegué, El Masegar se estaba formando, hubo que hacer retenciones con cespederas para hacer la laguna”. Por tanto, el uso de estas tierras, que en su origen fue ganadero, pasó a ser cinegético.

El Masegar en la actualidad. Fuente: Vestal

Tomando como ejemplo esta Laguna de El Masegar, al este de la Laguna del Taray: cuenta con aportes naturales de agua, como las precipitaciones, las torcas que tiene al norte o el drenaje (superficial o no) de la Laguna del Taray o del Gigüela. Todo ello se complementaba (muchos de estos canales están ya cerrados) con aportes artificiales, como un canal al norte que derivaba agua desde el río, con una compuerta para abrirlo o cerrarlo. De este acceso norte, había una primera lagunilla delimitada por cespederas, con 4 compuertas que la conectaban con la parte principal de la Laguna de El Masegar. De ahí, unas cespederas con 15 compuertas (algunas de entrada de agua y otras de salida) separaban esta laguna de la del Taray y del río. Por último, otras 3 compuertas conectan esta zona con la parte más sureña, parte denominada como La Isla, donde finaliza este humedal. “Había varias compuertas para poder desaguar cuando subía mucho el nivel, pues mucha agua es contraproducente para la caza, pues los animales necesitan de refugio”, recuerda Prisco.

Para su uso cinegético y de pesca, se represaba a finales de primavera para que tuviera agua en verano, y asegurar de ese modo la época de cría de las aves acuáticas. A finales de verano, una vez criados los pollos, se abría y, en la medida de lo posible, se quitaban los lodos, para volver a represarlo a los pocos meses con las llegadas de las lluvias de otoño.

Una disputa histórica

Por tanto, a lo largo de la historia, estas lagunillas fueron aprovechadas por el ser humano para usos de pesca, cinegéticos y, ante todo, como zonas de pasto si no habían sido totalmente represadas. Pero también han ocasionado múltiples conflictos entre vecinos, por las inundaciones que ocasionaban en cultivos aledaños o las condiciones de insalubridad que implicaba un agua estancada con tantos residuos.

En el cercano río Záncara, hay constancia de “paleros” (de ahí, el nombre “palerías”) que realizaron numerosas obras de “monda” en cauces y acequias de este tipo desde al menos el siglo XVIII, pues los humedales estaban contaminados por los muchos sedimentos derivados de la actividad humana (ganadera principalmente). El objetivo, sin duda, era desecar estos terrenos para aumentar la productividad agrícola y mejorar la salud de la población.

Aspecto de la laguna de El Masegar en agosto de 1997. Fuente: Plantas acuáticas de las lagunas y humedales de Castilla-La Mancha

En el pueblo vecino de Villafranca, un documento de su párroco en el siglo XVIII, frey don Alfonso Luján y Cañizares, detalla el uso de cespederas precisamente para proteger a las cultivos de alrededor, pues así evitaban que, en épocas de crecidas de los ríos, se inundaran las tierras y quedaran inservibles para su cultivo. No tanto así para el ganado, pues se menciona que estos terrenos eran zona de pasto.

Un caso anterior de disputa sucedió en Alcázar de San Juan en 1601. La afición a la pesca había favorecido la proliferación de estas “cespederas”, surgiendo denuncias por parte de los agricultores por los desbordes en caminos y tierras de labor. Así, en 1608, el Concejo acordó que se destruyeran estas construcciones para evitar los daños que ocasionaban.

¿Es el fin de estos humedales?

En las últimas décadas, la tendencia es clara a este respecto, promoviendo acciones que, en definitiva, desecan estas zonas pantanosas en la ribera del Gigüela, encauzando el río. Prácticamente todos los humedales mencionados están hoy en un alto estado de degradación debido a las acciones antrópicas posteriores.

Desde los años 50 del siglo pasado, se comenzaron acciones promovidas por el Ministerio de Agricultura para desecar estas zonas. En Quero consistió en un profundo drenaje del río Gigüela, de unos 2 o 3 metros, evitando que las llanuras de inundación hicieran honor a su nombre, al descender el nivel freático. Por supuesto, las consecuencias del cambio climático y el desmesurado aumento de los regadíos han empeorado aún más la situación.

Aunque esta tendencia se frenó relativamente a partir de los años 70, en 1987 se aprobó la Ley de Regeneración Hídrica del Parque Nacional de las Tablas de Daimiel, modificando aún más el cauce del río y sellando las compuertas de las cespederas. Fue una condena de estos humedales a su desaparición. No queda agua. Ni caza, ni pesca, ni pasto.

En definitiva, muchos de estos humedales artificiales han desaparecido (como Arroyo Morón) y el resto están profundamente degradados. En los últimos años todas estas lagunas están secas, con la excepción ocasional de Pastrana o El Masegar. Lamenta Prisco: “ahora, como tenemos el tema del agua tan fastidiado, no hay lagunas. Eran lagunas muy superficiales y al bajar el nivel del agua del río, han desaparecido”.

El futuro de estos espacios de arraigo histórico, función ecológica y uso humano dependen de las decisiones que tomemos estos años. La pelota está en nuestro tejado.

Laguna El Taray. Fuente: Vestal

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El proyecto “Quero: entre el agua y la sal”, financiado por el Ayuntamiento de Quero y la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha a través de los fondos de la Unión Europea-Next Generation UE, tiene como objetivo principal la puesta en valor de todo este patrimonio cultural, oficios y conocimientos ecológicos tradicionales asociados al ciclo del agua en el municipio de Quero.
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