Pilar Rius pertenece a una familia de intelectuales de Tarancón, de gran peso cultural y político en tiempos de la República. El interés por recuperar la memoria de esta familia va creciendo con los años: tesis doctorales, homenajes, jornadas de folclore dedicadas a la obra de uno de ellos, Luis Rius Zunón, que también da el nombre a la biblioteca municipal y a una calle, etc. A todas estas fuentes de información, hay que sumar otra más directa, las memorias que Pilar escribió en 2019 con el título de Cantos Rodados. Memoria de un exilio que gané y de una guerra que aún no gano.
La autora confiesa que escribió este libro para que las generaciones siguientes a la suya conocieran su verdad, dado que los vencedores, recuerda citando a Azaña, impondrán una versión distinta de los hechos: La historia de la contienda de los que asesinan en nombre de Jesucristo… será una gigantesca mistificación. La cita refleja su reivindicación de la memoria histórica de un tiempo, el de la República y la guerra civil española, que los vencedores de esa guerra han tergiversado. Pilar, con su verdad, su interpretación de los hechos y sus recuerdos, impondrá una versión doblemente interesante por partir de una persona que los vivió en el bando de los represaliados, los obligados a exiliarse para salvar sus vidas, y por ser el punto de vista de una mujer.
El matrimonio de José Maria Rius y Herminia Zunón vinieron a Tarancón a fines del XIX, desde Lérida. Tuvieron 9 hijos entre 1892 y 1914, todos ellos intelectuales y dedicados a las distintas artes, literatura, pintura y otras artes plásticas. El mayor José, poeta; Carlos, el padre de Pilar, pintor; Herminia, poeta; Luis, el más conocido por su significación política, también poeta; Maria Pilar, poeta y pintora; Antonio, además de poeta, músico; Carmen y Manuel, también poetas; y por último, Enrique, el más pequeño, que, además de poeta, fue pintor. Jose Rius, en aquella fecha tan temprana de fines del siglo XIX, creó en este pueblo manchego un centro educativo, único en la zona, al que vendrían a educarse, en régimen de internado, alumnos de pueblos cercanos. El colegio Riánsares, fue un centro pionero, fruto de las ideas krausistas, que veían la importancia de despertar la creatividad y el espíritu crítico en los alumnos. Tanto los hijos como las hijas de la familia se beneficiaron de esa educación, así como de la incorporación de las artes en las enseñanzas que se impartían.
El padre de Pilar, Carlos Rius Zunón, sería su director durante algún tiempo. El nombre del colegio se debía al edificio que ocupaba, un palacio construido por la reina María Cristina, a mediados del siglo XIX, una vez viuda de Fernando VII, para vivir con su segundo marido, el taranconero Fernando Muñoz, pariente de los Rius.
Pilar se explica el anticlericalismo de su padre, y de la mayor parte de su familia paterna, por un hecho protagonizado por un tío suyo, don Marcos, hermano de su bisabuela, que era sacerdote. El mismo que casó a otro pariente, al capitán Muñoz, con la reina Maria Cristina, una vez viuda del rey Fernando VII. Este clérigo administraba las propiedades de la familia y se iba quedando con tierras y fincas que, a su muerte, no dejó a sus esperados herederos, sino a la hija natural de una feligresa, en cuya casa solía merendar chocolate con picatostes. De esta manera irónica, deja entrever el origen, mantenido en secreto, de esta hija del cura.
Otro dato significativo que se cuenta en el libro es el de la profesión de la madre, María de la Pola, farmacéutica de Tarancón, una de las pocas mujeres que accedió a la universidad en esta época. No solo la familia del padre practicaba el espíritu libre y renovador de la enseñanza, también la de la madre. En la vida de ambos se ve la presencia de la Institución Libre de Enseñanza, creada por Giner de los Ríos, que se diseminó por toda la geografía española con la creación de institutos en los que se daba una educación que fomentaba pensamiento crítico, tolerancia y la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Lo que permitiría el acceso de estas mujeres a la formación académica y profesional. Las hijas de los Rius Zunón estudiaron el Bachillerato e hicieron sus carreras, lo mismo que sus hermanos.
La autora, que se confiesa feminista, trata dos aspectos biográficos que reflejan una problemática muy común a otras mujeres: la relación con la madre y con el marido, la dificultad de conciliar la vida familiar y la profesional y el afán conciliador.
María de la Pola, la madre, terminó la carrera de Farmacia en 1925, el mismo año en que Victoria Kent entraba en el colegio de Abogados. Un año antes del Lyceum Club, frecuentado por Margarita Nelken, Zenobia Camprubí y muchas otras mujeres republicanas que ella conocería, más tarde, en el exilio.
Pilar recuerda las canciones infantiles que luego recopilará su tío Luis en México. Ella le ayuda a recordar melodías y letras. Recuerda que su abuela materna, la madre de doña María de Pola, la farmacéutica, tenía un piano y le enseñaba a cantarlas.
Los recuerdos felices de su infancia en Tarancón se intercalan con los más infaustos, los de la guerra civil y los años primeros de su exilio, primero en el sur de Francia, luego París y Holanda, hasta que su familia consigue embarcar a México. Estos primeros años está llenos de trabajos, penalidades, como las de miles de exiliados. Después, la zozobra en ese barco, que si es interceptado puede llevarlos a la muerte, pero que, felizmente, los lleva al país que acoge a los republicanos españoles con solidaridad, que valora la inteligencia y conocimientos de estos emigrantes. En el país de acogida, los exiliados crean editoriales, revistas literarias, colegios y un sinfín de organizaciones culturales de las que se benefician, tanto los que llegan como los nativos: Colegio de España, editorial Fondo de Cultura Económica de México, la Academia Hispano-mexicana, donde daban clase multitud de catedráticos exiliados, entre ellos su padre.
Recuerda una España culta que “encerraba el futuro con decisión y confianza”, la de las Misiones pedagógicas que iban por los pueblos creando bibliotecas, recitando romances, dando conferencias, llevando la novedad del cine y representando obras de teatro.
Al mismo tiempo que la República iniciaba su proyecto gigantesco de educación, se iniciaba la mía, escribe. Vemos La Mancha, otra vez, en esa interpretación de los exiliados como nuevos quijotes que aprecian sobre todo la libertad, “La libertad, o Sancho es uno de los más preciados dones…” La imagen de don Quijote y unos molinos de viento será lo último que quite de su despacho en la universidad cuando se jubile. Le han acompañado en toda su trayectoria vital en el país donde confiesa que ha echado raíces, allí se casó, allí nacieron sus hijos, y allí reside casi toda su familia y amigos. Su exilio, a diferencia del de otros muchos, puede decirse que fue afortunado. A pesar de las dificultades económicas de los primeros tiempos, los mayores pudieron desarrollar sus carreras, los más jóvenes, adquirir una formación académica excelente y rodearse de lo más granado de la intelectualidad española, en el exilio, como ellos: Pedro Garfias, León Felipe, Luis Cernuda, Luis Buñuel, Max Aub, Maria Zambrano, y tantos otros poetas compañeros de su tío Luis y de su primo.
Peor suerte tuvieron los que se quedaron, su tío Rafael y demás parientes, que estuvieron presos en Uclés, los que emigraron a Francia y fueron retenidos en campos de concentración, los fusilados…
También tiene recuerdos alegres: los milicianos que pasaban por Tarancón y le enseñaban canciones del Frente, o el paso de las Brigadas Internacionales. Alegría que se interrumpe después, con la llegada de la columna del Rosal, para dar paso al miedo. Estos llamados “anarquistas”, con sus desmanes, provocaban el terror en la población: la destrucción de imágenes y de iglesias, requisa de elementos religiosos y asesinatos de curas o sospechosos de serlo. Recuerda que su padre tenía una Biblia, que entregaron por miedo a represalias, también rosarios y una imagen del Sagrado Corazón al que se le cayó la cabeza y escondió en una cesta.
La vida en Tarancón dejó de ser segura para ellos y decidieron marcharse. A fines del 36 llegan a Normandía su madre y ella. Sus primos Luis y Elisa ya estaban allí, habían salido clandestinamente junto a su madre, con un pariente francés. Su padre Carlos Rius Zunón, trabajaba en el muelle de estibador y por la noche pintaba calendarios para venderlos en la plaza. Pero a los niños las penurias les afectaban menos, aprendían francés, jugaban y recitaban romances y canciones de Lorca, Alberti y los populares de Tarancón, recopilados, más tarde, por su tío Luis.
En el 37 se fueron a París, una firma española dio trabajo a su padre. La invasión de Polonia y la declaración de guerra a Francia los obligaron a huir hacia Holanda y de allí a México. A los pocos días de zarpar, Hitler invadió Países Bajos.
Su primo Luis, muerto prematuramente, en México, hizo carrera como escritor, poeta y profesor de la Universidad Autónoma de México. Ella tomó un camino diferente, aunque tenía vocación para las Letras, estudió Ciencias. Recibió el premio Sor Juana Inés de la Cruz por su actividad docente.