La capilla de los Caballeros de la catedral de Cuenca

La capilla de los Caballeros de la catedral de Cuenca

Imaginemos que nos disponemos a realizar una visita a la Catedral de Cuenca, para lo cual tenemos que llegar a la Plaza Mayor, situarnos frente al monumento y subir sus numerosos escalones, convertidos en punto de encuentro desde hace décadas. Entramos por la puerta lateral de la derecha, e inmediatamente nuestra vista viaja de un modo lineal a lo largo de la nave del Epístola. Seguimos avanzando hasta llegar al crucero, donde nos damos cuenta de que el cuerpo de tres naves se convierte en una doble girola que nos permite deambular tras el Altar Mayor sin interrumpir la liturgia. Mientras continuamos nuestra visita, podemos contemplar las numerosas capillas laterales y las elevadas bóvedas de crucería sustentadas por inmensos pilares circulares con columnas adosadas, todo ello iluminado por unas coloridas vidrieras que parecen haber viajado en el tiempo. 

Llegamos al Trasaltar en la parte central de la cabecera donde descansan los restos de San Julián, segundo obispo de Cuenca, bajo el Transparente que ilumina los ricos mármoles y dorados. Nos disponemos a seguir transitando la girola por su nave exterior, pasando por delante de diversas capillas, cuando de pronto nos encontramos con un muro que nos impide continuar nuestro recorrido con normalidad. De esta forma hemos llegado a uno de los espacios más monumentales y llamativos de la Catedral: la capilla de los Albornoz, conocida también como capilla de los Caballeros. Su origen se remonta al siglo XIV, cuando se encontraba en el ábside del extremo septentrional de la antigua cabecera, transformada en el siglo XV hasta adquirir su planta actual.

La Catedral y sus avatares constructivos

Como la práctica mayoría de los conquenses sabemos, la Catedral comenzó a construirse a finales del siglo XII, en un momento en el que la llegada a la Península Ibérica de las nuevas formas del Gótico francés supuso la paulatina desaparición de la arquitectura románica, razón por la cual es considerada como la primera Catedral gótica de la península. Desde el punto de vista formal, se trata de un edificio de planta de cruz latina y cuerpo de tres naves cubiertas con bóvedas sexpartitas en la nave central y cuatripartitas en el caso de las laterales, así como un transepto de nave única. Su cabecera está articulada por un profundo ábside poligonal nervado, precedido por dos tramos presbiterales, y rodeado por una girola que es fruto de la ampliación llevada a cabo a partir de la penúltima década del siglo XV con el fin de crear nuevos espacios con los que hacer frente a las exigencias litúrgicas del cabildo, así como por el deseo de determinadas personalidades de conseguir el descanso eterno en un ámbito privilegiado.

Desde una perspectiva historiográfica, nuestra Catedral ha pasado por diversas transformaciones de reacondicionamiento espacial, en respuesta a las distintas necesidades funcionales que fueron surgiendo a lo largo de los siglos [1], distinguiéndose al menos tres fases constructivas. La primera etapa, -desde 1190 a 1220 aproximadamente-, se correspondería con la construcción de la cabecera y el crucero, cuyo estilo se adecuaría con el de la arquitectura gótica propia del período inicial.

Durante la segunda etapa, desarrollada en el segundo cuarto del siglo XIII, se construiría el cuerpo principal de naves, con elementos propios del Gótico Clásico como los arbotantes o el triforio. Por último, durante la tercera fase, en la segunda mitad del siglo XV, se suprimiría la cabecera primitiva, que fue sustituida por una girola a partir de la cual se fueron añadiendo capillas y realizando obras posteriores [2]. 

No obstante, no debemos olvidar otros cambios importantes experimentados por el templo a lo largo de su historia, como es el caso de la fachada, cuya imagen se vio modificada tras diversas intervenciones, siendo la más destacable la llevada a cabo por Vicente Lampérez tras el hundimiento de la torre del Giraldo en 1902 [3]; o la incorporación de las nuevas vidrieras para suplir la desaparición de las antiguas gracias al proyecto de renovación llevado a cabo en los años noventa del pasado siglo bajo la dirección de Henri Dechanet y en la que participaron también artistas vinculados al Museo de Arte Abstracto de Cuenca, como Gustavo Torner, Bonifacio Alonso o Gerardo Rueda [4].

Centrándonos en la transformación de la cabecera y organización de la nueva girola, en los orígenes de su construcción, esta fue concebida como un profundo presbiterio flanqueado por cuatro ábsides, en correspondencia con los tramos del transepto. Más tarde, a finales del siglo XV se eliminaron estos ábsides laterales y la capilla Mayor se rodeó por una girola tardogótica hasta el punto de llegar a absorber parte de una antigua calle que en esos momentos circundaba por detrás de la Catedral, al borde de la misma hoz del Huécar. Estos cambios comenzaron a producirse principalmente por motivos funcionales, ya que era necesaria la ampliación de los templos para habilitar dependencias anexas, tales como sacristías, salas capitulares o incluso espacios de enterramiento para los más privilegiados [5]. 

La capilla de los Caballeros: del panteón primitivo a la necesidad de un nuevo espacio

Como comentábamos anteriormente, la transformación de la cabecera de la Catedral supuso la inevitable desaparición de los antiguos ábsides laterales. Uno de ellos, el del extremo septentrional, había sido privatizado a finales del primer tercio del siglo XIV por Garci Álvarez de Albornoz y Teresa de Luna, los padres del cardenal Gil de Albornoz. Por tanto, a pesar de que su arquitectura actual data de cerca del año 1500, sus orígenes se remontan varias centurias atrás, y aunque se desconoce la fecha de fundación, la primera noticia que se tiene de la capilla se remonta a 1328, año en que el cabildo redactó una carta para Garci Álvarez de Albornoz, en la que establecía una serie de condiciones relativas a la construcción de la capilla [6].

Posteriormente, en el siglo XV y con la ampliación de la cabecera del templo, se fueron erigiendo numerosas capillas y dependencias en torno a este nuevo deambulatorio, algunas de las cuales desaparecieron posteriormente, mientras que otras sufrieron transformaciones o cambios de patronato a lo largo de los siglos. Por otro lado se encontraban aquellas capillas que ya existían antes de la construcción de la girola y que se vieron condicionadas por estas obras, teniendo que cambiar de ubicación o bien adaptarse a las nuevas trazas del templo. Esto es lo que sucedió precisamente con la capilla de los Caballeros, que como ya hemos dicho anteriormente, ocupaba uno de los ábsides de la antigua cabecera, concretamente el del extremo norte, que desapareció como consecuencia de la construcción de esta girola.

De este modo, en 1487, Pedro Carrillo de Albornoz, patrono de la capilla familiar en esos momentos, pedía al cabildo que los 9600 maravedíes de juro que tenía dados para asuntos referentes a la capilla se gastaran en la construcción y cerramiento de la misma, aprovechando la ocasión para solicitar que se ampliara. Sin embargo las obras se prolongaron más tiempo de lo previsto, ya que en 1506, cuando el cerramiento de la girola ya había alcanzado los primitivos ábsides laterales, la capilla todavía no se había cerrado, y se desconocía cómo iba a adecuarse a la nueva cabecera, lo cual impedía que las obras del templo pudieran darse por finalizadas. Tras varias décadas de paralización de las obras y de diversos pleitos, en los albores de los años veinte se levantarían los muros encargados de cerrar la capilla de los Albornoz: uno clausurando su testero al este, otro hacia el oeste a modo de fachada, y el tercero, por el lado sur, cerraba los arcos que comunicaban este espacio con la nave interior de la girola. Esta situación explicaría el estado que actualmente presenta la monumental capilla, que pasó de ocupar un ábside lateral a adueñarse de dos tramos de la nave exterior de la girola en el lado del Evangelio [7], la cual se había construido precisamente para facilitar el tránsito en el interior de la Catedral.

Por todo ello no podemos negar que se trata de una de las capillas más relevantes y sugestivas de la Catedral de Cuenca, un magnífico espacio que a lo largo de su largo proceso constructivo se convirtió en el máximo emblema arquitectónico y artístico de los Albornoz. Así, fue concebida como un lugar para el descanso y la exaltación de los miembros de la familia que en su interior recibieron sepultura junto al interesante conjunto de tesoros que todavía hoy alberga, desde sus monumentales rejas hasta los arcosolios, sepulcros, altares, pinturas y retablos que sin duda colmaron las expectativas suntuarias de este importante linaje conquense.

Bibliografía

[1] Palomo Fernández, G. (2002).  La Catedral de Cuenca en el contexto de las grandes canterías catedralicias castellanas en la Baja Edad Media. Diputación de Cuenca, vol. I, pp. 161-163.

[2] Ibáñez Martínez, P. M. (coord.) (1999). Cuenca, mil años de arte. Asociación de Amigos del Archivo Histórico Provincial, D.L., p. 17. Palomo Fernández, G. (2002).  La Catedral de Cuenca en el contexto de las grandes canterías catedralicias castellanas en la Baja Edad Media. Diputación de Cuenca, vol. I, pp. 100-145.

[3] Bermejo Díez, J. (1977). La Catedral de Cuenca. Caja de Ahorros Provincial de Cuenca, pp. 33-41.

[4] Lara Martínez, L. y Lara Martínez. M. (2014). “Palabras de cristal: las vidrieras contemporáneas de la Catedral de Cuenca”. Comunicación y Hombre, revista interdisciplinar de ciencias de la comunicación y humanidades, n.º 10, Universidad Francisco de Vitoria, pp. 121-130.

[5] Palomo Fernández, G. (2002).  La Catedral de Cuenca en el contexto de las grandes canterías catedralicias castellanas en la Baja Edad Media. Diputación de Cuenca, vol. I, pp. 134-163 y vol. II, pp. 134-142.

[6] Ibáñez Martínez, P. M. (2003). Arquitectura y poder. Espacios emblemáticos del linaje Albornoz en Cuenca. Universidad de Castilla-La Mancha, pp. 39-40.

[7] Palomo Fernández, G. (2002).  La Catedral de Cuenca en el contexto de las grandes canterías catedralicias castellanas en la Baja Edad Media. Diputación de Cuenca, vol. II, pp. 23-26, 149-151.

Asimismo, debo agradecer tanto al personal de la Catedral de Cuenca como a mi profesor de Historia del Arte, Juan Zapata Alarcón, por haberme ayudado a conocer mejor nuestro querido templo conquense.

Enlaces

Para saber más:

  • Ibáñez Martínez, P. M. (1991). “Los Flórez, una dinastía de canteros y entalladores del Renacimiento”. Boletín del Museo e Instituto «Camón Aznar». Obra social de la Caja de Ahorros de Zaragoza, Aragón y Rioja, vol. XLVI, pp. 51-62.
  • Ibáñez Martínez, P. M. (1994). Pintura conquense del siglo XVI. Diputación Provincial de Cuenca.
  • Lambert, É. (1977). El arte gótico en España en los siglos XII y XIII. Cátedra.
  • Lampérez y Romea, V. (1902). “La Catedral de Cuenca”. Revista de archivos, bibliotecas y museos (Historia y Ciencias Auxiliares), n.º 12, pp. 411-419.
  • Luz Lamarca, R. de (1978). La Catedral de Cuenca del siglo XIII: Cuna del gótico castellano. Rodrigo de Luz Lamarca, D.L.
  • Monedero, M. A. (1983). Catedral – Museo Diocesano Cuenca. Guía ilustrada. Ediciones Cero Ocho.
  • Morales Cano, S. (2017). Escultura funeraria gótica: Castilla-La Mancha. Sílex.
  • Ortega Cervigón, J. I. (2009). “Nobleza y poder en la tierra de Cuenca: nuevos datos sobre el linaje Albornoz”. Miscelánea Medieval Murciana, vol. XXXIII, pp. 143-173.
  • Rokiski Lázaro, M. L. (1995). Arquitecturas de Cuenca. Servicio de Publicaciones de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.
  • Rokiski Lázaro, M. L. (1998). Rejería del siglo XVI en Cuenca. Diputación Provincial de Cuenca.
  • Solano Oropesa, C., y Solano Herranz, J. C. (2014). María de Albornoz y Enrique de Villena: su relación con Cuenca. Diputación Provincial de Cuenca.

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