Esta ciudad tiene el privilegio de contar con una plaza única, epicentro del Parque de los Príncipes, que lamentablemente algunos no parecen apreciar, ignorantes de la envergadura de esta propuesta que llevó a cabo la artista japonesa Keiko Mataki en 2.006.
El vandalismo reiterado ha ido minando la plaza Taiyo, que significa sol en japonés, bajo la mirada impotente y la consiguiente indignación de quienes deben disfrutarla e incluso de aquellos que deberían velar por su integridad… y de hecho lo intentan. La falta de sensibilidad, la carencia de una educación ciudadana acorde a los mínimos requisitos de convivencia, y la laxitud administrativa endémica ante el deterioro del patrimonio al aire libre, contribuyen a ahondar en el abandono de esta joya urbanística.
Este lugar exquisitamente delineado, centro neurálgico del Parque de los Príncipes, alberga uno de los relojes de sol más altos de Europa y fue ideado como lugar lúdico, escenario de juegos y encuentros; en definitiva, un espacio vivo para ser disfrutado y admirado con la veneración debida a las obras preciosas. Una plaza sin igual, diseñada para interactuar con el paisaje y las personas que la frecuentan, para ser marco de concordia.
La plaza Taiyo surgió a raíz de una obra anterior que la artista había diseñado en su localidad natal de Japón: un puente de cerámica multicolor que aún se mantiene. Cuando Keiko enseñó aquel diseño a los responsables de urbanismo conquenses le confiaron una obra al aire libre, finalmente ejecutada en los solares llamados entonces de Villa Román. Aquel erial no ofrecía para ella más posibilidades que el aprovechamiento solar; había que sacar rendimiento a ese astro en torno al que gira la tierra. Así que “decidí jugar con el sol” y, además, la obra habría de ser a gran escala: “en mi cabeza siempre pienso hacer lo más posible que puedo”, comenta en su particular castellano. Y se refiere a los grandes formatos, como la alfombra de cinco metros por tres que está en proceso de exposición.
Con el reloj de sol tuvo que adaptarse a la medida que alcanza para que su proyección cayera en la mitad de la plaza, permitiendo el aprovechamiento del sol y la sombra según las distintas estaciones y considerando que aquí el verano es corto y el invierno largo. Es así como pensó que, de 8 de la mañana a 4 de la tarde, la plaza podría ser utilizada por escolares. Un mecanismo de relojería de alta precisión, con el engranaje natural a punto para satisfacer las distintas necesidades de la ciudadanía. Todo bien calculado y nada dejado al azar para que precisamente la naturaleza obre a su antojo. ”Me interesa mucho pensar en el Cosmos y pretendo que se sienta el Universo a través de los movimientos de la sombra”, resume Keiko el objetivo de su plaza.
No solo es un almanaque y un reloj natural para seguir el paso del tiempo y por ende de la vida, con sus luces y sus sombras en el doble sentido de la expresión, sino un centro mágico, aglutinante de actividades diversas. Un circuito de juegos infantiles tradicionales, un mobiliario urbano diseñado con delicadeza artística, un espacio de acogida donde su autora, poniendo el alma, ha dejado la impronta. Un toque japonés en Castilla La Mancha, que sitúa a Cuenca a la altura de ciudades con espacios inigualables. Un a modo de Parque Güell manchego que el mismo Gaudí hubiera celebrado…por el despliegue de colores, por el uso de materiales vidriados, por sus formas redondeadas, por su condición orgánica -“conjunto coherente” define el diccionario la palabra orgánico-.
Y es por ello que la plaza Taiyo se convierte en escenario de varios encuentros anuales, celebrados para festejar solsticios, equinoccios y fiestas vinculadas a Japón. El propio embajador japonés asistió el pasado año al encuentro celebrado con motivo del equinoccio de otoño por conmemorarse también la llegada a Cuenca de los primeros japoneses, allá por el siglo XVI.
El vandalismo viene de lejos. Ya en 2021 se realizaron trabajos de restauración que, apenas un mes después, volverían a ser vandalizados hasta en cuatro ocasiones. Pintadas, grafitis sin ton ni son, extracción de teselas y otros destrozos, han seguido desvirtuando este monumento a la naturaleza que nació con proyección de futuro y que, de no poner más celo en su conservación –visto que la educación ciudadana va para largo-, acabará ensombrecido quizás para siempre. Los desperfectos causados a esta plaza no solo perjudican a los vecinos que la disfrutan a diario sino a quienes se desplazan hasta esa zona, alejada del centro de la ciudad, para admirar el prodigio de ingeniería que supone esta perla contenida en un parque.
La plaza sería ahora un resto arqueológico más de no ser por su artífice, Keiko Mataki, aquella japonesa que desembarcó en Cuenca en los años setenta y se afincó “ni yo misma se por qué”, aunque subyugada por el intenso color azul del cielo. Y después de ir y venir a diversos lugares, incluido Japón, decidió permanecer aquí, donde conocería a Okano, también artista japonés, al que se unió de por vida. Y ya afincada, Keiko forma más parte de Cuenca que algunos de los nacidos aquí, por eso recibe la solidaridad y ayuda de un colectivo de amigos que permanecen en guardia para mantener el monumento contra viento y marea. Precisamente, los fenómenos atmosféricos parecen más respetuosos con la plaza que los propios humanos, algunos inclinados al mal. Ojalá el reloj Taiyo con su inclinación alumbre un nuevo mundo donde el sol se imponga, manteniendo a raya las sombras.