Foto de portada: Mirror Project Zeche Zollverien Essen. Fuente: https://commons.wikimedia.org/
Al escuchar el término “Patrimonio” siempre lo relacionamos con construcciones de cierto grado de antigüedad hechas normalmente de piedra como iglesias, catedrales, monasterios, fortalezas, castillos o casas de siglos pasados. Este tipo de patrón es muy fácil de identificar y todo el mundo le confiere un valor patrimonial intrínseco.
En cambio, hay una construcción particular más cercana en el tiempo a las que no le damos ningún valor patrimonial ya que en muchas ocasiones se desconoce o tiende a ser más difuso. Por ello, estas construcciones tienden a denostarse y quedan relegadas a un segundo plano en las prioridades de la ciudad. Son tratadas como inútiles y evaluadas en función de los cánones de belleza actuales. Debido al aplastante avance de la ciudad, acaban siendo eliminadas de la trama urbana, evitando así un enfrentamiento directo con su forma y uso. Estamos hablando de las fábricas.
Para entender su valor, primero hay que conocer la historia:
Como consecuencia de la Revolución Industrial y las nuevas formas de construir que ella conlleva, a finales del S. XVIII y principios del S. XIX, comenzaron a emerger nuevos materiales que provocan poco a poco un cambio en la forma y función de los edificios. Un medio para la difusión de este conocimiento, fueron las Exposiciones Universales. Por un lado, en Francia e Inglaterra se empezaron a investigar las cales y conglomerantes para la fabricación de hormigones. Conforme avanzaba el siglo XIX, figuras como John Smeaton, Isambard Kingdom Brunel, Isaac Charles Johnson o F.Ransome, asentaron las bases científicas para el uso de estos materiales y la aplicación a la construcción, inicialmente en obras públicas. En España, el pionero fue José Francisco de Navarro quien proporcionó una mejora en la fabricación de hormigones mediante hornos rotatorios.
Paralelamente, la industria del hierro también avanzaba y entre el 1843-1850, se erigió el primer edificio público íntegramente con estructura metálica – desde los cimientos a la cubierta –. Se trataba de La Biblioteca de Santa Genoveva en París. De esta forma surgieron estructuras más ligeras y diáfanas que permiten acoger usos muy diversos. Además, con el vidrio como complemento perfecto, se permitió también que la luz pudiera penetrar sin necesidad de contrafuertes o grandes masas de piedra.
Sin embargo, no fue hasta el año 1867, cuando Joseph Monier registró su patente de hormigón armado, que se convirtió a partir del S.XIX en el material por excelencia en la construcción. El hormigón proporcionaba la resistencia a la compresión, mientras que el acero armado en su interior aportaba la resistencia a la tracción y la flexión. Dicha combinación unida a la facilidad de adaptación ha hecho que este mismo sistema constructivo haya llegado hasta nuestros días.
Entenderlo, nos permite concluir que este tipo de construcciones representan un pasado, que aunque nos parezca relativamente cercano en el tiempo, son reflejo de la historia, del momento en el que se han construido y del “cómo hemos llegado hasta aquí”. Son técnicas constructivas que ya no se van a volver a ver, por lo que pasan a ser únicas y es nuestro deber que perduren en el tiempo y no caigan en el olvido. Además, suelen ser espacios amplios y diáfanos con una gran capacidad de adaptación que es difícil de encontrar hoy en día. En palabras de Javier García-Solera1: “Si en tu pueblo hay un edificio de más de 250 metros, protégelo sin verlo”.
Sumado a este desconocimiento, la sociedad también tiene prejuicios inherentes e incuestionables alrededor de estas construcciones, envueltas en un halo de pesimismo, víctimas del recelo de la sociedad, debido en parte a que durante muchos años fueron lugares sucios y focos de contaminación, reflejo de crisis económicas, que han hecho que tengamos una visión negativa de ellos. Son producto de un fracaso en el modelo social. Este cúmulo de hechos hace que sean construcciones muy difíciles de “socializar”, de llenarlas de gente porque se mueven en un contexto muy alejado de la idea de ocio y disfrute que se tiene en la actualidad.
A pesar de todo, paulatinamente, se está empezando a reconocer la importancia de estos espacios. Una de las actuaciones pionera en la puesta en valor de edificios industriales fue en Zollverein (Alemania), en la cuenca del Ruhr. Esta zona, de las más industrializadas del mundo, quedó en desuso debido a la crisis del sector minero y al sufrimiento de dos Guerras Mundiales. En 1986, un decreto impidió que se destruyera y en 2001 este complejo se incluyó en la lista de los sitios Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Gracias a las distintas actuaciones que se realizaron en él como parques, museos y zonas de ocio, la región fue merecedora de la distinción de la Capitalidad Cultural Europea2 en 2010. Esto fue el detonante para que pasase de ser una región dedicada al carbón a ser un referente cultural. Visto retrospectivamente, podemos afirmar que fue un exitoso experimento social.
El paradigma en España es el Matadero de Madrid: antiguo matadero municipal que fue construido en los años 20 y que hoy en día se ha convertido en un foco catalizador de cultura acogiendo desde grandes eventos y conciertos multitudinarios en su plaza interior, hasta pequeños eventos e iniciativas en las distintas naves que lo rodean como talleres, exposiciones temporales, cine, teatro o zonas de lectura, entre otras. El Matadero está en continua transformación desde que se puso pajo la dirección de área de las Artes del Ayuntamiento de Madrid en 2005, convirtiéndose en un espacio de experimentación arquitectónica muy fructífera que le ha hecho ser merecedor de premios a nivel internacional en las diferentes intervenciones que ha ido teniendo a lo largo de todos estos años.
Otro ejemplo es LaFábrika detodalavida en Los Santos de Maimona (Badajoz) que recientemente ha cumplido 10 años (2010-2020). Este proyecto ha sido reconocido por el programa de cooperación internacional OpenHeritage3, según la cual se convierte en “uno de los dieciséis casos de estudio más interesantes en Europa en la gestión social del patrimonio abandonado”.
Ya en la provincia de Cuenca encontramos La Harinera del Paraíso, concretamente en Carrascosa del Campo, en el municipio de Campos del Paraíso. El impulsor de esta valiente iniciativa es Mario Rodríguez, más conocido artísticamente como Mr. Trazo, muralista manchego de la localidad de Brazatortas, Ciudad Real. La Harinera del Paraíso pretende ser un complejo de Bellas Artes que incluiría un estudio propio para trabajar ampliamente en sus creaciones, una hospedería creativa, un espacio artístico polivalente para dar visibilidad a otros artistas, terrazas veraniegas que acogerían grupos musicales en directo, creación de un Museo Etnológico explicando este componente industrial y el de la Mancha Alta y hasta una residencia de mayores “de carácter LGTBIQ”. A su vez se pretende que este espacio sea transversal, que se pueda alternar entre usos con el objetivo de que se beneficien y complementen todas las actividades que en él se quieren realizar.
En Cuenca capital hay espacios potenciales para acoger este tipo de iniciativas que serían muy enriquecedoras a nivel de ciudad, como pueden ser las naves que se encuentran en los terrenos de ADIF (Administrador De Infraestructuras Ferroviarias). Espacios que tienen un alto nivel de deterioro pero que poseen unas estructuras roblonadas artesanalmente que datan aproximadamente del 1890. Con una localización privilegiada, es una carta de presentación poco favorable de nuestra ciudad por su proximidad a la estación de autobuses.
Recientemente el Gobierno regional y el Ayuntamiento han puesto sobre la mesa una serie de medidas dirigidas a la presidenta de la entidad pública de ADIF, basadas en un desarrollo urbanístico y empresarial en los terrenos abandonados que gestionan. Puede ser una gran noticia para la ciudad ya que además de vertebrarla urbanísticamente, resolvería a su vez problemáticas de incendios y de acumulación de basuras. En contrapartida, sería muy perjudicial si no se tuviesen en cuenta estas construcciones ni se integrasen en este desarrollo urbanístico. Si al final optan por la demolición perderíamos una parte de nuestra historia reciente. Otra más.
Por todo esto, es tan importante conservar estos edificios que forman parte de nuestra historia y apoyar iniciativas como las que está llevando a cabo Mario Rodríguez en La Harinera del Paraíso. Porque no solo está ayudando a mantener con vida la historia de nuestra provincia, sino que también está luchando contra la España Vaciada de la que tanto se habla en la actualidad, y la urgente necesidad de repoblarla. Es hora de no poner trabas, de remar todos en la misma dirección y de dar apoyo institucional a este tipo de proyectos porque pueden aportarnos un beneficio a largo plazo incalculable, económico, social y sobre todo cultural.
1 Javier García Solera: arquitecto alicantino por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. Ganador, entre muchas otras distinciones del premio Europan 1988, el premio Camuñas jóvenes arquitectos 1996, CEOE de arquitectura 2002 y el premio de la Bienal de vivienda de la Comunidad Valenciana 2006.
2 Capitalidad Cultural Europea es un título conferido por el Consejo y el Parlamento Europeo a una o dos ciudades europeas, que durante un año tienen la posibilidad de mostrar su desarrollo y vida culturales.
3 OpenHeritage: el programa de cooperación internacional OpenHeritage identifica e investiga el uso de modelos participativos en la gestión y reutilización del patrimonio abandonado en Europa. Tiene como objetivo crear modelos sostenibles de gestión de activos patrimoniales. El proyecto pone la idea de empoderar a la comunidad en los procesos de reutilización adaptativa.
Muy interesante y muy cierto, salvemos y protejamos nuestro patrimonio.
Muy buena iniciativa,hay que poner en valor nuestro patrimonio y nuestra tierra