Lugar icónico donde los haya. Mirador de la ciudad alada y manantial de su historia. El prestigio de la Orden de Santiago y su posición estratégica lo convirtió en un campo de batalla y en la primera institución hospitalaria de la ciudad. Aireado y extramuros, fue lugar ideal para contener contagios, albergar y sanar a pobres, junto a los hospitales de San Lázaro, San Jorge y San Antón, en el arrabal del Puente. El Hospital de Santiago, su edificio y entorno, es testigo único de la historia de la ciudad de Cuenca. A sus pies muere el Huécar para engrandecer el Júcar y este lo abraza y lo empodera con sus aguas. Hoy en día, aún se mantiene su histórica presa, su caz, los restos de su molino, el silencioso remojo de los troncos bajando el río, los ecos de sus batanes y una frondosa vegetación que nos habla de fértiles huertas.
El espacio que ocupa el Hospital de Santiago es un punto estratégico: una atalaya junto al río Júcar. Un cerro que se descuelga en el agua. En sus laderas se encontraba una calera y el Osario de los Moros, antiguo cementerio árabe. Bajando, el espacio que ocupaba la mítica Presa de la “Al buhayra” o Albuhera mencionada por Al-Edrisi y Al-Sala en el siglo XII, donde unen sus aguas el Huécar y el Júcar. También de origen árabe, aguas abajo, la presa histórica de San Antón y el Caz de Santiago o “Socaz de la Zua”.
El origen del Hospital de Santiago o “San Yago” nace con el asedio y conquista cristiana. La Orden de Santiago, creada en 1170 en León, había sido esencial para el éxito de la conquista de la ciudad de Cuenca en 1177. El rey Alfonso VIII dona las casas sobre la colina, extramuros de la ciudad, a los caballeros Tello Pérez y Pedro Gutiérrez. Ambos, en 1182, la donan al Maestre de la Orden de Santiago a petición del rey y dan origen a la institución hospitalaria más antigua de la ciudad. El primer obispo de Cuenca, don Juan Yáñez, concedió cuarenta días de indulgencia a cuantos favorecieran al Hospital. Es el inicio de una de las páginas más importantes de la ciudad: poder eclesiástico, función hospitalaria y uno de los núcleos más productivos e importantes de la economía local.
Nace como hospital para redención de cautivos cristianos en poder de los musulmanes de Al-Ándalus y en 1250 pasó a ser Hospital de enfermos y peregrinos, bajo la tutela de la Orden. El edificio primigenio tenía dos plantas y estaba fabricado con mampostería. A su lado se alzaba la iglesia de una sola nave. A excepción de esta, el recinto hospitalario fue totalmente destruido en 1449 en la batalla entre la nobleza local y el obispo Lope Barrientos.
En 1511, se emprende la reconstrucción del edificio por el maestro Juan del Castillo, estando en 1526 casi terminado. De planta cuadrangular, tenía dos pabellones y en su interior, un patio cuadrado y porticado con columnas de piedra ejercía de eje. Allí se encontraba un aljibe que, en 1600, se sustituyó por una fuente que ha llegado hasta nuestros días. También se construyó una hermosa puerta plateresca denominada Puerta Dorada que daba a un zaguán a través del cual se accedía a la iglesia y al patio. Entre sus estancias se encontraba una botica, una rebotica, una capilla y diferentes salas para conservar o elaborar medicamentos En su fachada occidental, mirando hacia el Júcar, estaba el cementerio y cercano, se extendía un jardín con estanque donde se cultivaban frutales y pequeñas huertas.
Para entonces el hospital contaba con sesenta camas distribuidas en cinco enfermerías donde se trataban calenturas, cirugía y bubas. Tres eran para hombres y dos para mujeres. El personal del hospital estaba compuesto por médicos, cirujanos, enfermeros, boticarios, barbero y el capellán enfermero mayor.
Los siguientes dos siglos provocarán notables cambios en el edificio. A inicios del siglo XVII destaca la construcción de su fachada principal, aún hoy conservada, por Francisco de Mora, arquitecto del rey Felipe III; la Puerta Dorada es demolida; se hace patente la potencia y limpieza del muro; y en 1666, se reforma la portada de la iglesia. Ya en el siglo XVIII, se construye la puerta del medio día en 1722; la escalera de doble ramal para acceder al hospital y; se lleva a cabo la completa reedificación de la iglesia. La nueva iglesia, de una sola nave, fue diseñada por José Martín de la Aldehuela en 1763.
Las destrucciones que sufrió esta institución en la Guerra de Sucesión, con dos bombardeos, y un siglo después con la Guerra de Independencia, afectaron seguramente a la actividad hospitalaria durante largos periodos de tiempo. En 1812, el hospital fue destruido casi en su totalidad en un incendio provocado por las tropas de Napoleón. Del incendio se salvaron sólo la portada lateral y la fachada principal de Francisco de Mora. A pesar de ello, su actividad no cesa debido a la gran frecuencia de epidemias. Como ejemplo, a mitad del siglo XIX, se preparan sesenta camas en el hospital para tratar una epidemia de cólera y se sigue enterrando en los cementerios junto al edificio. La Congregación de Hijas de la Caridad llegó a Cuenca en el año 1848 y desde 1877 administró el Hospital de Santiago y la Casa de la Beneficencia hasta 1987 junto al Consejo de las Reales Órdenes.
Por orden ministerial de 5 de julio de 1912 el centro se clasifica como benéfico social. Finalmente, en 1993 cesa en sus funciones hospitalarias, aunque mantiene funciones asistenciales como residencia de ancianos. El edificio fue declarado, protegido y catalogado como Bien de Interés Cultural en 1999. Actualmente está administrado por el Patronato de la Fundación.
Patrimonio del Hospital de Santiago
Cuando se habla del Hospital de Santiago, quizás lo más importante no sea el edificio en sí, sino todo el patrimonio asociado a este. El hospital, desde su origen, era propietario de un extenso terreno que llegaba hasta el río Júcar, donde se cultivaban cereales y huertas; y se situaban un molino y un batán con sus tendederos de paños. Así mismo, la madera que se traía por el río se amontonaba, en estos terrenos, en la haça de señor Santiago y allí se serraba. Sus propiedades abarcaban desde sus inmediaciones junto al río Júcar hasta diferentes lugares de la provincia. Se trata, en mayúscula, de uno de los núcleos productivos de la Cuenca del siglo XVI.
Por su origen y su importancia, destaca el conjunto productivo junto a la presa de San Antón. Allí, en el margen del histórico caz árabe, aparece desde épocas inmemoriales el molino y más tarde el batán de Santiago. Tanto la presa como el caz de Santiago habían sido donados a los santiaguistas tras la conquista cristiana. Su estructura se conserva casi inalterable hasta el mismo siglo XX. En 1854, con la desamortización de Madoz, fue enajenado a la Orden de Santiago, tasado en un valor 117.000 reales de vellón y subastado en 1859. Más tarde, fue propiedad de la Beneficencia hasta que, en el siglo XX, fue comprado por la Central Hidroeléctrica, en lo que hoy es parte del restaurante “La Ceca”.
El lugar contiguo al molino representa uno de los escenarios más importantes de la ciudad. En el siglo XVI, con la imperante industria textil, funcionaba como batán alquilado por el Hospital a fabricantes de tejidos. Detrás de él, en la ladera del cerro y encercados, se encontraban los tiradores de Santiago, donde se extendían y colgaban, mediante perchas, grandes paños para secar y estirar. En 1661, se compró el terreno y se convirtió en la Casa de la Moneda o Ceca que, con algunas paralizaciones, estuvo funcionando hasta 1728, año en que se trasladó a Madrid. Desde esta fecha desempeñó varios usos como Pósito de Trigo, Cárcel real y Casa de Recogidas. Finalmente, en 1780 se establece la Fábrica de Alfombras y Tapices que perduró hasta 1954, año en que un incendio destruyó el edificio y, con él, su historia.
La producción agrícola y el transporte maderero también fueron de esencial importancia. En el siglo XVI, ya en la proximidad inmediata del río Júcar, en el paraje conocido como Rambla o haza de Santiago, llegaban históricamente partes de las maderadas procedentes de la sierra. Estos terrenos se convirtieron en huertas a finales de siglo y, junto a los terrenos que hoy ocupan el campo de fútbol y las pistas de tenis de la Beneficencia, abastecían al servicio autónomo de la institución. En 1854, con la desamortización de Madoz, se enajenó al Hospital de Santiago, junto al molino ya mencionado, un total de 3,43 hectáreas de huertas, además de otras tierras sueltas y alguna casa.
El Hospital de Santiago sigue observando a la vieja ciudad sobre las impertérritas rocas. En su altanera silueta quiere relampaguear el prestigio de aquella orden militar que tanto influyó en la historia de la ciudad. En su semblante queda grabado el paso de grandes arquitectos como Francisco de Mora o Martín de Aldehuela. En su interior, residencia de ancianos, se cuidan las caritativas arrugas de un tiempo pasado. Su patrimonio, sin embargo, es sólo un soplo de ceniza en un entorno irreconocible. Deteriorado o extinguido, se camufla como sombras entre la maleza de tantas construcciones modernas. El Hospital de Santiago… ¿qué no habrán visto sus ojos? ¿Cuántos lamentos no habrá escuchado? ¿Cómo habrá amado al Júcar por tanta gloria que le ha dado? Pero, ¿se habrán estremecido sus huesos ante la fuerza imparable del tiempo?
Vestal es una consultoría que apuesta por el fomento del turismo cultural en el medio rural.
Vestal busca recuperar aquellos saberes ancestrales en riesgo de desaparición, así como poner este patrimonio etnográfico al servicio de la población de una manera atractiva, sirviendo de cimiento para el turismo cultural y la repoblación rural.