Tan solo el 2% del suelo son ciudades. De los dos millones de habitantes (2.121.888 hb) que residen en Castilla-La Mancha, la mitad (901.946 hb) vive en poblaciones de menos de 10.000 hb. Los núcleos urbanos densos ya superan en población a los núcleos rurales. Nuestra comunidad es tan grande y extensa como el Benelux. Un territorio que aún conserva “bolsas de aire limpio” y sin deteriorar. Hoy lo no urbano tienen un gran potencial.
La España rural, principalmente en las dos Castillas, miró a finales del s.XX a las grandes ciudades como quimera de progreso y desarrollo, a mediados del s.XX con las migraciones a las grandes ciudades como mano de obra barata, después, a final de siglo, implementando modelos de crecimiento exacerbado que copiaban las formas urbanas de la periferia de estas grandes ciudades. Modelos de desarrollo alentados por el urbanismo del despilfarro, el individualismo y el hiperconsumo que contaminó suelos y economía. Un devenir que acabó destruyendo en parte el tejido urbano, y humano, rural de nuestros pueblos; donde las dos plantas de la casa patio, la plaza del pueblo y su iglesia y las calles anchas eran un paradigma de identidad. Paradigma que el urbanismo, mejor dicho el planeamiento no supo cuidar.
En el caso de lo rural la economía de la abundancia prometía un paraíso nuevo alejado del estigma de la pobreza de postguerra que, pasado casi ya un siglo, aún late en la memoria subconsciente de quienes allí habitan. Frente al abandono del campo surgió el modelo de la hiperurbanización, como si los planes tuvieran la capacidad de hacer el milagro de multiplicar panes y peces, habitantes y casas. Cuando en realidad se trataba de la economía piramidal especulativa que en el peor de los casos deviene en hipotecas apiladas.
El espacio urbano, la ciudad, también los pueblos se fueron deteriorando tán rápido como evolucionaron las diferentes leyes generales y autonómicas del suelo. Una simple operación de cambio de color en un mapa era suficiente para generar plusvalías artificiosas. Bastaba trazar una línea y poner una designación sobre un plano para que el resultado positivista que imponía un mercado artificial fuera el abandono de actividades milenarias agropecuarias que a fuerza de tiempo habían construido ecosistemas a camino entro lo natural y lo artificial, que hoy son símbolo de calidad de vida. Simplemente por la calidad y cantidad de aire limpio que destila frente a la insalubridad de los grandes núcleos urbanos, lo rural tiene un preciado potencial.
Hay que decir que los planeamientos desmedidos alentaron el éxodo rural. Hoy parece lógico desandar el camino y comenzar a desurbanizar, aunque sea solo jurídicamente, para que la naturaleza encuentre el equilibrio que una antropización ficticia y abstracta basada en las plusvalías y los valores catastrales alteró.
Nuestros pueblos han llegado a sentirse marginados, extranjeros dentro de su propio territorio. Una población envejecida y sin ilusión en una nueva periferia. El urbanismo tardocapitalista alentó centros y periferias, élites y vulgo, riqueza y abandono, prosperidad y desilusión. También en esos soñados centros urbanos opulentes, en las grandes capitales, se repite el modelo centro-periferia. Así los habitantes infortunados de la periferia rural solo podían acceder a otra periferia también desilusionante, la de las grandes urbes. Como si el acompañamiento en la pobreza de muchos frente a la soledad del aislamiento rural fuera al menos consolador.
Sin pensarlo, o quizás si, se construyó una estructura urbana y territorial alejada de lo que es una verdadera democracia social, de lo que fueron las conquistas ciudadanas después de los desastres bélicos y hambrunas del siglo pasado.
Fenómenos como el cambio climático y los nuevos modelos urbanos que se derivarán de necesidades higiénicas, como las purgas urbanas sucesivas en la historia del urbanismo, empiezan a revelar que los lugares y su calidad ambiental son fuente también de riqueza. El campo, lo rural comienza a mostrarse con un enorme potencial para cambiar nuestra forma de vida, que debería ser más austera, respetuosa con la naturaleza, solidaria, social y sensata.
Recuperar los ecosistemas urbanos, humanos, donde lo rural se manifiesta sorprendente identitario y alejado de la globalización, es parte del cometido de un nuevo urbanismo. Desurbanizar a la búsqueda y empatía con el orden natural, puede ser también otro modelo, a menos diferente a los ya ensayados y errados.