Transcripción del artículo “¡Dejadlos que emigren!” de “Faraón” en “El día de Cuenca” el 30 de Octubre de 1920.
¡DEJADLOS QUE EMIGREN!
Coincidiendo con la caída de la hoja, todos los años por este tiempo los escritores elegíacos nos amargan la vida con la descripción de los sufrimientos a que están expuestos los pobres emigrantes.
Con un realismo hondamente impresionante hacen pasar ante nuestra imaginación al mocetón fornido que al poner el pie en el barco lanza a la inhóspita tierra una mirada de desdén, cuando no de odio, a la mujerusca astrosa que con un hijo colgando del pecho y llevando a remolque otro par de mocosos llora desolada al tener que abandonar el terruño donde naciera, al hombre ya encanecido que besa la arena de la playa antes de embarcar para ignotas regiones y, en fin, a todos los desdichados que por azares de la vida abandonan el suelo patrio para ir a buscar en otras tierra el pan que en la suya se le niega.
Y viene luego la descripción del barco, que cual monstruo insaciable, ve encerrando en su bodega a todos esos pobres desgraciados acabando por extenderse en la consideración de las penalidades que esperan a los emigrantes sin dejar de excitar a los Gobiernos a que impidan la inmigración.
La pintura de tales miserias es como para ponerle a uno la carne de gallina.
Y, sin embargo, nosotros tal vez menos sensibles o acaso más egoístas nos atrevemos a decir: ¡dejadlos que emigren!
Porque amargo ha de ser el éxodo de los emigrantes pero, ¿no sufren más aquí?
El pobre no encuentra en España ni pan ni patatas ni ninguno de los artículos necesarios para alimentarse; el trabajo se le da con cuentagotas y como si se le diese una limosna; los salarios son cortos, y si alborota por no encontrar qué comer se le apalea, y, sobre todo, es víctima del desdén de políticos y gobernantes.
Para sufrir todo eso, ¿no es mejor irse cien mil leguas de España?
Triste es tener que abandonar la patria y más triste es lo que allá espera a los emigrantes, pero entre no como en su tierra mientras se ve como se enriquecen los granujas y no comer en donde nadie nos conoce, y entre tener que someterse al látigo del mayoral a sufrir el desprecio de los gobernantes, casi estamos por decir que es preferible emigrar.
FARAÓN
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