El año 2024, ha sido, desafortunadamente, uno de los peores años relacionados con nuestros ríos. Las copiosas lluvias en las cabeceras del río Magro y el río Turia anegaron las vegas antes de llegar al mar, y los daños materiales y humanos fueron devastadores. La naturaleza demostró que sus poderes son los que, de verdad, nos gobiernan. Dependemos, en todos los sentidos, de ella y de sus leyes.
Ahora, tres meses después, mientras las riberas los árboles muestran su alma más profunda y ha quedado su cuerpo a la intemperie, aparecen figuras y siluetas que cuando vestían sus frondosos vestidos verdes, era arduo observar. Son pequeños pájaros que trepan, saltan y corretean por sus esqueléticas ramas. Garzas en las orillas y, sobre sus aguas claras y frescas, cormoranes. El río, bañado en bruma, silencioso y serio, no sabe de risas de sátiros y ninfas.
La vida del ser humano ha estado ligada a estos paisajes. Los ríos son nuestras venas y nuestras arterias. Sin embargo, nuestra actitud es irrespetuosa e indiferente hacia ellos. Durante largos siglos, el agua de los ríos empapaba la tierra y empapaba el alma. Eran lugares a los que estamos profundamente amarrados. Eran sagrados y divinizados rincones. Pero hoy están convirtiéndose en huérfanos y desheredados conductos laminares de un líquido azulado. Si acaso, para remojarse cuando llegue el abrasador verano.
Y son varias las amenazas que se ciernen sobre ellos.
Una amenaza en su propio lecho, única en la historia y la más catastrófica, que se traduce en la contaminación de sus aguas por variadas sustancias químicas derivadas del consumo humano, la eliminación de la vegetación autóctona de la ribera, el encauzamiento y modificación de su natural curso, y la introducción y la creciente presencia de especies invasoras. Por ello, en 2021, se ha llegado a presentar una Estrategia Nacional de Restauración de Ríos en el marco de los años 2023 y 2030. Su objetivo es impulsar una heroica recuperación de estas masas de agua y devolverle un estado, al menos, óptimo. ¿Se logrará?
A ello se suma, una amenaza en nuestro lecho interior. Cada vez queda más sumergido en los rincones el olvido que los asentamientos humanos; las acequias para tierras de cultivo y huertas; los azudes para alimentar molinos donde moler la harina para el pan, o los batanes para enfurtir los tejidos; o el propio curso para el transporte de la madera han creado la verdadera historia. El correr de las aguas los ríos son las líneas que, llenas de historias, oficios, gentes y saberes, han dibujado el retrato que hoy somos.
El conglomerado de estas amenazas hacen que los ríos se encuentren, ahora mismo, en un estado crítico. Dicen que somos agua, pero cada día, sin darnos apenas cuenta, se va desvaneciendo el vínculo con ella. ¿Tendrá que llegar el día que los embalses y los pozos no puedan alimentar la demanda que se necesita? ¿Será necesario que del grifo deje de manar el agua para que podamos valorarla? ¿Será la sed la única maestra que pueda enseñarnos?
Pronto, las riberas se vestirán, de nuevo, con sus engalanadas telas verdes. Se esconderán los pequeños pájaros entre sus bordaduras y sus cantos las llenarán de indescriptible alegría. Bajarán las aguas de las montañas a sus lomos y una primavera anunciará la plenitud de la vida. Y entre el denso follaje se volverá a escuchar la risa, al jugar, de sátiros y ninfas.
Pero no, este año no reirán. Los desastres de la DANA en las tierras valencianas han vestido de luto las aguas y han puesto sobre la mesa el diálogo que debemos volver a entretejer con la naturaleza. Lo ocurrido es el resultado de un continuo desligamiento de ella. Las construcciones inexistentes hasta la década de los 60, no sólo en los municipios afectados como Paiporta o Alfafar, sino en gran parte de la costa levantina y otro largo sinfín de lugares, ejemplificaban el respeto y el conocimiento que existía sobre el río y sus aguas. La codicia humana y la irracionalidad del capital sentenciaron, varias décadas atrás, el destino de lo ocurrido el 29 de octubre de 2024. Incontables barrios, construcciones y lo más importante, sus gentes, se levantaban sobre terreno inundable.
Por todo ello, es necesario, ponerse serio, abrir los ojos y volver a comprender los ríos. También, ya que sin ella no somos nada, escuchar pausada y atentamente las palabras de la ciencia. Restaurar los ecosistemas fluviales, evitar construcciones en zonas que invadan sus dominios, conocer a sus habitantes y comprender sus usos históricos debe ser el camino a seguir. Porque la naturaleza nos da la vida, pero no sabe, ni debe saber, respetarnos. Nosotros a ella sí. Nosotros no le damos nada. Sólo debemos darle, y debemos saberlo, un sagrado respeto. No volvamos a olvidarlo a partir de este 2025.

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