Las generaciones que englobamos lo que se suele denominar el grupo de “población activa” (o, al menos, potencialmente activa) nos hemos criado con historias hoy inimaginables, ya sea de boca de nuestros padres, madres, abuelos o abuelas: la posguerra. La portentosa memoria de nuestros mayores nos lleva a imágenes crueles y despiadadas, donde reina el terror, el dolor, la miseria y (lo menciono escribiendo junto a una nevera repleta de comida) el hambre. Semanas y semanas en las que sólo se consumían lentejas, red salvadora de vidas. El hambre… terrible sensación que puede llevarnos a realizar los actos más brutales.
No somos tampoco unas generaciones afortunadas. Los años de continua incertidumbre, donde las crisis económicas se intercalan con desastres ecológicos y de salud, nos han generado múltiples dificultades. Pero nada es comparable con el hambre. Y hoy, afortunadamente, no sufrimos ese problema en nuestra tierra (por desgracia, no podría decirse lo mismo de otros países). Todo gracias al laborioso cultivo de los alimentos que consumimos.
Para obtener esos alimentos es necesario contar con los recursos y condiciones ambientales idóneas: tierra, agua, temperaturas adecuadas… Y aquí es donde entra el juego el medio rural, dador de vida de lo urbano. La Manchuela conquense es un gran ejemplo de una de estas tierras proveedora de la base de nuestra existencia, el alimento. Viñas, champiñones, olivos, almendros, cereales como la cebada y el centeno, o lentejas (como aquellas que no tiraron la toalla en los tiempos más aciagos) gobiernan los pueblos de esta comarca.
Pero no todo es color de rosa. La comercialización de los productos y la competencia internacional complican mucho el sector de la agroalimentación. Por ello, es necesario en muchas ocasiones la existencia de asistencias técnicas que permitan innovar en los procesos y diversificar la producción alimentaría con otras actividades, como el turismo. Para ello, el papel de los Grupos de Acción Local, en el caso de la Manchuela conquense, Adiman, es fundamental.
Integrando producción y turismo
Uno de los puntos clave es saber diversificar en la actividad. El enoturismo, en una comarca de gran tradición viticultora, es un paso lógico para contribuir al desarrollo de la región. De esto no tienen duda en la Manchuela.
En el año 2017 se constituye la Ruta del Vino de la Manchuela, de la que Adiman es una de las entidades creadoras. Actualmente, esta iniciativa cuenta con más de 100 socios, entre públicos y privados, trabajando por fomentar un turismo diferenciado en la comarca.
Esta tierra, enmarcada entre los valles del río Júcar y el Cabriel, es perfecta para el cultivo de la viña. Por ello, en 2003 se estableció la Denominación de Origen Ribera del Júcar y en 2004 la Denominación de Origen Manchuela, ambas gracias a la asistencia técnica brindada por Adiman.
Sin embargo, era necesario avanzar un paso más para asegurar el futuro del sector. Conseguir integrar bodegas, restaurantes, alojamientos y otros servicios turísticos permite explorar el verdadero potencial del vino. Muchos de estos establecimientos, como el Hostal Los Girasoles en Iniesta o la Bodega y Viñedos Moratalla en Villanueva de la Jara se han adherido a esta prometedora iniciativa. Esta última, a pesar de haber nacido en el año 2013, mama de una tradición familiar viticultora de tres generaciones. Por ello, cuenta con un alto componente artesanal, buscando elaborar los vinos como nuestros ancestros, tratando de preservar la uva autóctona de la Manchuela: la bobal.
Alimentos para un buen maridaje
El cultivo de la viña se remonta a varios siglos atrás. Sin embargo, desde hace apenas 50 años, otro producto alimentario ha cobrado protagonismo en la Manchuela conquense, hasta convertirse en uno de los sectores emblema de la comarca: el champiñón.
Hace unos meses escribía en este mismo medio el compromiso tomado por empresas del sector del champiñón, en particular Champiniesta Soc. Coop. de CLM, en el desarrollo de otras regiones del planeta, mediante proyectos piloto de investigación de cultivo del champiñón en la región de Tarija en Bolivia, de manera coordinada junto a Adiman. Esto representa, sin duda, el culmen de un proceso de maduración del sector, pudiendo ser replicable el ejemplo de lo que hace unas décadas sucedió en esta comarca conquense.
Porque no se trata de un viejo ni corto, ni sencillo. Las cuevas de Villanueva de la Jara fueron el primer lugar en el que se probó suerte en el cultivo del champiñón, allá por los años 70 del siglo pasado. Desde entonces, el sector no ha cesado de crecer. Muchas de estas iniciativas han contado en diferentes momentos de su vida con el apoyo de Adiman. Setas Meli es una de ellas.
Setas Meli surge en 1972 en Casasimarro, estando hoy en manos de la tercera generación de los en su día fundadores. Y no para de innovar, apostando no sólo por la venta tradicional de champiñones, sino también por su cultivo ecológico y diversificando la oferta al añadir el servicio de kits de autocultivo de setas.
No tiraron la toalla
Aquellas historias de posguerra hoy inimaginables no deben ser olvidadas. La escasez de alimentos básicos llevó a imponer un sistema de cartillas de racionamiento, siendo, según el decreto del Ministerio de Industria y Comercio de 1939, la ración tipo de un hombre adulto 400 gramos diarios de pan -12 kilos mensuales-, 250 gramos de patatas, 100 gramos de legumbres secas –arroz, lentejas, garbanzos o judías-, 5 decilitros de aceite, 10 gramos de café, 30 gramos de azúcar, 125 gramos de carne, 25 gramos de tocino, 75 gramos de bacalao y 200 gramos de pescado fresco. Por ello, cuando hoy se denosta la alimentación básica como si aportara poco valor, no debemos olvidar lo ocurrido hace apenas unas décadas.
Por ello, para poner en valor esta legumbre, surgió en diciembre de 2015 la Asociación de la Lenteja de La Manchuela Conquense (Alemancon), con el objetivo de conseguir una Indicación Geográfica Protegida (IGP) de este alimento. Actualmente, cuenta con 35 asociados. Este paso puede ayudar a la comercialización de este producto. Como bien comentaba en 2019 Miguel Ángel Moraga, gerente de Adiman, el impulso de la Indicación Geográfica Protegida es “una oportunidad de acometer en el futuro una posición de la lenteja en el mercado situándola en los diversos segmentos que apuestan por nuevo consumidor preocupado por una alimentación sana y ecológica”.
Y aquí es donde está el punto clave de estas iniciativas apoyadas por Adiman. Aportarle valor al producto hace que pueda comercializarse a un precio más alto, mejorando la renta de los agricultores. Esto, si es combinado con una estructura de comercialización de cercanía que elimine parte de los intermediarios, genera un mercado mucho más justo, ecológico y resiliente.
Menos soja y más lentejas
El mercado globalizado, sumado a los nuevos hábitos de adquisición de alimentos en grandes superficies descontextualizadas de su entorno (los supermercados) nos ha llevado a desvincular al productor del consumidor final. Compramos alimentos, esmeradamente colocados tras un exhaustivo estudio de marketing, sin tener consciencia sobre su origen o su impacto social y medioambiental.
El precio, ante todo, es lo que domina a la hora de realizar la compra. Sin embargo, otros valores también influyen, como la salud o la ecología, y es ahí donde pueden generarse valores añadidos en un producto para que sea competitivo sin tener que recurrir necesariamente al precio, lo que conllevaría una disminución del poder adquisitivo del agricultor, en última instancia. Esto lo tiene claro Adiman.
Por ello, insiste en generar iniciativas en el ámbito agroalimentario como las mencionadas anteriormente, que mejoren nuestra tierra y nuestra mesa y, con ello, nuestra salud y la de nuestros campos. Apostar por la diversificación productiva, como en el caso de la ruta del vino; mejorar las estructura de comercialización, como con la IGP de la Lenteja de la Manchuela; o añadir nuevos productos a nuestra dieta con múltiples beneficios, como en el caso de las setas, es el camino a seguir. Sin embargo, aún queda mucho por recorrer. Mejorar la concienciación en la compra o crear canales cortos de comercialización que favorezcan el consumo de cercanía deben ser los siguientes pasos en esta larga carrera.
En fin, que menos soja, y más lenteja.
Vestal es una consultoría que apuesta por el fomento del turismo cultural en el medio rural.
Vestal busca recuperar aquellos saberes ancestrales en riesgo de desaparición, así como poner este patrimonio etnográfico al servicio de la población de una manera atractiva, sirviendo de cimiento para el turismo cultural y la repoblación rural.