La nuestra es una ciudad modesta: poca industria, comercios valientes aunque escasos (a algunos urbanitas les cuesta creerlo pero sí, hay vida más allá de Zara) y un ocio que se circunscribe casi exclusivamente al bar. Y aunque lo intentan, las iniciativas culturales que pugnan por salir adelante no terminan de abandonar su carácter anecdótico para poder establecerse como una fuerte y periódica agenda cultural. La población cada vez se encuentra más envejecida y son pocos los jóvenes que regresan después del éxodo universitario. Si América no era país para viejos, Cuenca no es ciudad para millenials.
En fiestas de guardar, cuando los exiliados vuelven y aparece gente joven de debajo de las piedras, ocurre un fenómeno sutil pero curioso: en esas conversaciones entre cervezas, con viejos conocidos, se hace la pregunta: ¿Y por dónde estás ahora? Cuando el paisano de turno contesta que en Cuenca, la cara del interlocutor exiliado hace una mueca, disimulada pero certera, y en la que se intuye un tinte de compasión, para a continuación responder incrédulo: ¡Ah vaya! ¿Y estás bien? No importa la estabilidad, las condiciones laborales, la casa en la que vivas o las redes sociales y familiares que hayas construido: cuando uno afirma que vive en Cuenca, la carencia se presupone. Al contrario, naturalmente, no suele ocurrir. Al exiliado, pocas explicaciones se le piden acerca de su felicidad y calidad de vida, y no digamos en el caso de haber tenido que cruzar fronteras; si es así, el éxito ha de estar asegurado. Probablemente añore estar lejos de los suyos, pierda una gran cantidad de tiempo en ir a trabajar, sus horarios dejen poco espacio para el ocio, pague mucho y disfrute poco de los atractivos de su ciudad. Y, sin embargo, el solo hecho de haberse marchado, se valora como un triunfo. Seguimos siendo esa España provinciana que le daba la bienvenida a Mr. Marshall y se fascinaba con las falsas glorias del que regresaba de Alemania. “Cuenca se te queda pequeña”, una frase más que dicha y oída por todos. Como si aquel que se va fuese más grande que el que se ha quedado.
La grandeza de nuestra ciudad —que no reside en su crecimiento— puede ser desapercibida por el ojo necio y resulta que, en gran cantidad de ocasiones, los necios somos los propios conquenses. Somos muchos los que mantenemos con Cuenca una relación complicada, y que nos identificamos bien con eso que escribía José Luis Coll y que hace poco publicaba esta revista: “Nunca en Cuenca y nunca sin Cuenca”. Quien más y quien menos, como a una madre carente, la ha despreciado en determinados momentos de su vida.
Es tarea de los jóvenes el que esto tenga que cambiar. En el año 2021, no podemos permitirnos una mentalidad acomplejada en la que lo rural valga menos, por el simple hecho de que pensar así sería faltar a la verdad. Si nuestra Cuenca se nos queda corta, tendremos que empezar a pensar en qué hacer para cambiarla. Por supuesto que es más fácil huir hacia esa tierra prometida que se nos ofrece en la capital; quedarse y construir, contribuir con iniciativas, aportar e implicarse en lo que falla requiere un coraje y una concepción de nosotros mismos como ciudadanos activos con un nivel de compromiso mucho mayor que el que se necesita para la queja. Sin embargo, supongo que es ahí donde reside la patria y no tanto en las banderas.
La nuestra, está claro, no es una ciudad perfecta. Ni falta que le hace. Ea.
Cambiemos Cuenca entre todos.
Aquí también se pueden hacer cosas interesantes.
De acuerdo con el articulo.
Cuenca se merece más!