LUCES DE CIUDAD

LUCES DE CIUDAD

Las ciudades encienden las luces de sus calles y apagan las luces de las personas. La sobreestimulación tiene un efecto muy particular sobre la gente: les niega ser ellas mismas y con ello cualquier atisbo de crítica propia sobre los fenómenos de la vida; esto no es una mera idea que ha podido pasar por mi cabeza, es algo que he observado dentro de mi y por extensión reconocido en lo ajeno. 

La intención de compartirlo nace de un desahogo personal, este tema ya se ha hablado y ya se encuentra en las entrañas de cada una de las personas que habitamos dentro de este sistema. Decida hacerlo consciente  o no, tanto usted como yo sabemos que de facto es y no lo podemos obviar. Hablo de la precariedad, la laboral, la económica, pero también hablo de la precariedad espiritual, la humana. 

Mi sistema de creencias, como el suyo, nacen de la experiencia. Estudié ya hace algunos años sobre comunicación y emociones y ya por aquel entonces, con la inmadurez de la juventud y la vejez de alguien que tuvo que crecer demasiado rápido, empecé a atisbar que algo no andaba bien en la estructura de poder social y la relación de las personas consigo mismas y el sistema. A día de hoy se puede ver claramente. 

Ambas experiencias, la suya y la mía, son horizontales, existen y por tanto, no pueden ser obviadas. He crecido en una familia humilde por lo que llevo trabajando desde los 16 años para pagar los estudios, así que he vivido el cambio en el mercado laboral del último decenio. Actualmente, sigo trabajando para pagar mis estudios: por 7 euros la hora; no puedo descansar, voy a la escuela y trabajo cada uno de los días de la semana y gano menos dinero que los gastos fijos a final de mes. Ha subido el alquiler, el agua, la luz y la comida. Ha bajado el salario. 

La salud económica es salud. Esto se obvia continuamente cuando aceptamos la represión continuada de las empresas y una legislación cada vez más opresora y paternalista con el individuo. La continua precarización económica nos somete a un estrés crónico, estrés que se transforma en violencia en las formas o depresión, o incluso me atrevo a decir una inestabilidad emocional entre ambos tipos. Si no me cree, puede verlo en el metro de Madrid o de cualquier otra ciudad. Ante semejante falta de salud psicológica, usted y yo, somos más propensos a la adicción. 

Y justo en este maravilloso punto entra el consumo. Todos, a estas alturas, somos conscientes del desmesurado consumo de los recursos que estamos realizando. Somos adictos a lo material y eso está consumiendo nuestro planeta tierra. De la misma forma en la que un politoxicómano destruye su cuerpo. Pero ¿acaso podemos parar esta locura social?. Permítanme anunciar mi pesimista punto de vista: la ruptura con la adicción pasa por el reconocimiento y la evaluación del estado interno y psicológico del paciente. Para trabajar con las consecuencias de nuestro desfase (el increíble cambio climático y la escalada del odio y el fascismo) debemos ser conscientes de que la precariedad laboral puede llegar a generar precariedad de espíritu y esta la necesidad de una huida continua hacia el estímulo de las luces de ciudad. El problema no es tanto individual sino social, sistemático, estructural y global, es decir que no corresponde a una sola nación trabajar por los cuidados del planeta y del individuo. Aldeas globales, problemas globales. 

Estoy cansada. Dentro de poco cumpliré mi tercera década dentro de los límites de la vida y me siento triste y enfadada. Triste porque dentro de este sistema se responsabiliza siempre al individuo de los problemas humanos, como no puedo cambiar esta injusticia, ni tampoco mejorar mi situación laboral y social, me deprimo. Enfadada porque soy consciente del esfuerzo que he realizado, mis carreras, mi reinvención, la constante nutrición de los pensamientos ajenos y la constante pregunta sobre el espíritu y los cuidados y por ello, se, que donde estoy, lo que cobro, mi agotamiento y mi precariedad no son tanto, o al menos únicamente, una decisión personal. Son en esencia el resultado de un sistema precario e injusto con aquellas personas que no poseen el valor más preciado a día de hoy: el dinero. 

¡Ay el dinero! que continúa oda le hacemos a una invención totalmente nuestra. Un invento generado para regularizar, que a día de hoy, más que prostituido, deregulariza. Ya no es más un recurso, el dinero se ha convertido en un símbolo de poder y el poder, llevado en su faceta más cruel, un símbolo de opresión. Vivimos la clara alegoría de un atentado contra el conocimiento humano: 2000 años de filósofos e intelectuales debatiendo las relaciones entre lo material y espiritual, sus consecuencias y resultados, y acabamos eligiendo la contraria a la sabiduría. 

En fin, desde la más humilde sinceridad, me duele mi precariedad, el no poder ver a mi familia en navidades por un trabajo que ni siquiera me permite llegar a fin de mes. Me duele que los proyectos bonitos, esos basados en la comunidad y en el espíritu de los cuidados se estén muriendo porque muchas recién nacidas empresas sigan eligiendo el valor del dinero al valor humano. Y todos sabemos que en este juego siempre gana el que más cifras tiene en el banco. Me entristece que estemos dejando morir la cultura, esa que nos recuerda quienes somos. Los ojos de odio de la gente si no sigues ciertas normas absurdas en plena calle. Me duele que se me responsabilice a través del prejuicio del sino que albergo porque ¿soy hippie? (creo que nadie sabe ya lo que significa eso y se utiliza para menospreciar a quién no está conforme con la injusticia).

Y como me duele, lo escribo. Pierdo mi tiempo de vida para sobrevivir, pierdo mi salud psicológica porque estoy sometida a una constante precarización y mercantilización del ser humano. Pierdo mi esperanza en nosotros. Pero nunca perderé la observación, el intento de cuidar mi entorno y a mi misma y la expresión, el uso de la palabra para subrayar lo que me parece inhumano, contra usted y contra mi. Y quiero creer que ese sentido común es una luz que me guía para evitar que cuando las ciudades encienden sus luces apaguen la mía.

La luz de Granada, de Alejandro Cebrian, fotografo humanista. Ig: @xandrascy

Deja una respuesta