Hablemos de niños hoy; en los últimos 14 años hemos hablado con muchos niños. Niños sin padre, padres encarcelados sin niños, niños muertos en las cárceles, niños nacidos y criados en ellas. Lloran las páginas de los registros civiles llenas de niños muertos, niños condenados a muerte en los años del hambre selectiva como arma de disciplina social. Niños infieles que debían ser catequizados. Bautizos masivos de niños a punta de pistola, niños a los se les cambia el nombre, nombres condenados a muerte como los padres que los pusieron, nombres cambiados a golpe de agua bendita. Niños que crecieron sobre un metro de sal.
Niños hambrientos en el auxilio social, escuchando una y mil veces que su padre era un canalla malo a cambio de un plato de cualquier cosa de comer. Niños reeducados a golpe de culata mientras esperaban para ver a sus padres en la cárcel de Uclés, en una España que era toda Uclés.
Padres que daban un dibujo, un poema, una cajita hecha de papel, de cariño y de mucho tiempo muerto. Sí, también el tiempo muerto. Padres que escribían cartas de despedida a sus hijos pidiéndoles que fueran íntegros. Canallas. Cartas que muchos no leyeron hasta mayores, bien mayores.
Niños, unos sin escuela, a trabajar por nada o casi nada, que para eso se había provocado y ganado una guerra. Otros con excombatientes maestros o con Srtas. de la sección femenina maestras. Los maestros de niños nutriendo los cementerios. Niños estigmatizados, ven aquí rojillo, en la última fila rojillos. Niños aterrados, desvalidos. Robos de niños instigados por siquiatras enfermos que buscaban el gen del marxismo, muerto el perro… Niños reubicados ilegalmente en familias de orden. Sí, orden e ilegal.
Niños rotos, los supervivientes, a los que se les ha enseñado a olvidar, a obedecer y a temer. Niños a quienes se les niega el derecho a saber de sus padres aún hoy; el derecho a recordarles y honrarles. Derecho que les niegan quienes sembraron la muerte y cubrieron el país con un metro de sal, los que enseñaron la tergiversación, la ocultación y el olvido del mal causado en el que todavía quieren que vivamos.
Cuántas veces hemos oído que los nietos de los torturadores franquistas no tienen la culpa de lo que aquellos hicieran, y es verdad. Pero ¿Qué culpa tenían los niños republicanos para ser castigados con una tan despiadada fiereza? ¿Para seguir siendo castigados, insultados públicamente, ninguneada su tragedia por un supuesto bien común? ¿Qué culpa tenemos nosotros sus hijos?
No se olviden que el bien común ha de tender a la inclusión, fundamentalmente en democracia. Les pediríamos a todos aquellos nostálgicos del franquismo, y muy especialmente a los que aun sin serlo aceptan su propaganda inopinadamente, un poco de humanidad y de bondad en lo personal. Un poco de raciocinio y un mucho de información en lo intelectual, créannos no vienen mal.
Un beso muy grande a todos esos niños supervivientes, en especial a José Polo**.
Dedicado a Floreal y Lenin Gutiérrez, mis niños republicanos…
*El título se lo debemos a una frase de nuestro compañero y amigo Dionisio Torres Belinchón, de Santa Cruz de la Zarza, Toledo, que en una ocasión nos dijo “los mataron y echaron encima un metro de sal para que nada creciera de ellos.”
**José lleva esperando desde 2011 que se concluya la identificación por ADN de los asesinados en Uclés entre 1940 y 1942. Cuanto cinismo de las derechas diciendo que sí, que hay que ayudar a las familias a recuperar a sus muertos. Y cuanto desde el gobierno regional, que nada ha hecho al respecto, con la estadística electoral bajo el sobaco.
Lo más cruel de la guerra: el asesinato de la inocencia.