Querida personita, quizás esta mañana te has levantado para ir a trabajar, has sorbido el café de un trago porque ibas justa de tiempo, has comenzado tu rutina más o menos confortable y has pensado en ir a dar un paseo esta tarde por el río para apreciar el maravilloso espectáculo que nos regala el Júcar en otoño. O quizás has pasado por Carretería olismeando el aire impregnado del característico olor a castaña del puesto de Ana que nos anuncia la llegada (cada año más temprano) del periodo navideño.
También damos la bienvenida al frío invierno. Hay gente afortunada que piensa en un té, en ir ya encendiendo la calefacción intentando no sobrepasar los 19ºC para ahorrar un poco, meterse debajo de una mantita y buscar una nueva receta que hacer con calabaza.
¡Qué fortuna es tener un sitio donde poder ser y sobre todo donde poder habitar!
Posiblemente hoy te has deleitado con el sabor de un buen puchero otoñal, mientras miras ya cansada las noticias, desde tu (no tan cómodo sofá) y ahí está: la masacre de un pueblo en directo.
Hogares reducidos a cenizas, personas aplastadas por los escombros de sus propias casas, cuerpos inertes muchos de ellos niños y niñas envueltos en sábanas blancas, rostros con la cara llena de polvo y heridas por el cuerpo cuando no, con algún miembro amputado gritando en otro idioma, una población de más de seis millones de personas marchando hacia algún lugar con la incertidumbre de si allí estarán a salvo. Pero esto seguro que ya lo sabes.
Parece que, con cierto grado de inercia, nos comportamos como espectadores ante los terribles sucesos que acontecen en el mundo, como si no fuéramos parte de ello como si no nos afectara, como si fuera una película, visionada desde un muro de litio, a la que se le dedican en el telediario apenas unos minutos, antes de pasar a la siguiente desgracia. – ¡Qué mal está el mundo! – Comenta la gente, como si fuera un sentimiento generalizado, como si ese mundo no fuera el nuestro. Un mundo del que hemos aprendido a distanciarnos, a mirarlo con frialdad. Un mundo del que ya no nos sentimos partícipes.
Construimos muros y fronteras entre “ese mundo y el nuestro” porque hace daño en algún sitio en lo más profundo del alma. Nos olvidamos de que el dolor es dolor, que no entiende de idioma, de que el frío es frío, que no entiende de religión, de que la muerte es muerte, pero esta, en cambio sí entiende de dinero.
Otra vez, “los negritos” llegando a Canarias por miles, – ¿no se pueden quedar de una vez en su país? – Otra vez, una patera ha naufragado en las costas de Italia – ¿Es que no hay suficiente espacio en los campos de refugiados que financiamos? – Otra vez, “los moros” siempre en guerra, – ¿es que no los educan para la paz? –
– ¿Y a ti?
Te educan para seguir sentada en tu sofá eligiendo una serie nueva en cualquier plataforma de entretenimiento para ver este invierno como si ese lugar nos perteneciera por derecho natural. Delimitando unas fronteras de compasión, que no van más allá de Europa y si me apuras, del umbral de nuestra casa. Donde la gente sea clarita de piel porque si las caras llenas de polvo son blancas contrastan más, si los cuerpos mutilados son blancos se sienten más cercanos, tienen incluso nombres y apellidos y hasta a veces, una vida que merece ser vivida, quizás porque se parece más a la nuestra. No me malinterpretes esto también duele, y mucho, pero para esto sí nos educan.
Nos educan para que lo extraño nos resulte ajeno, y a no pensar hasta qué punto nuestro silencio es cómplice. Las pantallas a las que permaneces pegada desde que te despiertas y quitas la alarma, hasta que te duermes viendo la televisión influyen en la imagen que tenemos cada una de vernos como parte de este mundo y modifican nuestra mirada hacia el resto de los seres que en él habitan. – ¡Todo es mentira, es un complot, nos venden lo que quieren! – Dicen por ahí.
Parece que vivimos en esta sociedad en la que consumimos y producimos, somos producto sin darnos cuenta de que eso a la vez nos consume. Externalizamos esa producción para comprar más barato y así poder comprar más. – Bueno de algo tendrá que vivir la gente de esos sitios, por lo menos tienen trabajo… – Se comenta. Externalizamos los conflictos, las catástrofes naturales y por supuesto las guerras- En Europa vivimos en paz, a ver si aprenden de una vez- Exclama alguien por aquí, volviendo a externalizar de esta manera, la responsabilidad sobre esa otredad, ese “ajeno”, ese en la distancia.
Observas las desgarradoras imágenes con estupefacción e impotencia, puede que hayas intentado apartar la mirada, pero unos segundos de compasión y tristeza te invaden y quizás un escalofrío recorra tu cuerpo, pero no te alarmes Palestina está muy lejos. Y ahí es donde sucede, lejos… lejos de lo considerado “civilización”, lejos de la empatía, lejos de nuestro alcance, lejos de lo humano – ¡Qué se le va a hacer! El mundo es así… ¡Qué mala suerte! Pobrecillos…-
Estimada personita, si has continuado leyendo hasta aquí, solo quiero decirte que ese sentimiento es compartido, que por favor no lo alejes del todo, no lo anestesies, intenta colocarlo en un punto donde ese dolor te dé impulso, fuerza y coraje para repensar que el apoyo mutuo puede transformar un pensamiento individual en algo colectivo. Te invitamos fervientemente desde esta pequeña ventana al mundo que es Cuenca, a posicionarse en pos de los derechos humanos, porque como dijo Eduardo Galeano “mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo”. Ojalá cada vez más ventanas abiertas de par en par en diferentes lugares del mundo.
A pesar de que no podamos hacer mucho, sí que podemos reflexionar sobre nuestro privilegio y asistir a las concentraciones que se hacen todos los viernes (excepto el 1 de diciembre) desde el día 21 de octubre cada semana en el cruce de Carretería con Sánchez Vera a las 19:30h y a la manifestación del día 2 de diciembre a las 12h que saldrá de la estación de nuestro arrebatado tren. – ¿Para qué? Eso no ayuda a nadie, solo a tu conciencia- Te podrán decir. Pues ojalá fuera cierto y de allí saliéramos con respuestas y calma. No te prometo que esto ayude a esa madre palestina que ha visto morir a tres de sus hijos o a ese adolescente que lo ha perdido todo, no te aseguro que te vayas a sentir mejor, o que así se solucione el conflicto porque eso sería mentira.
A pesar de todo, tenemos el poder de utilizar la empatía como arma en contra de las injusticias, hacer las calles nuestras para alzar la voz y así expresar con vehemencia que este genocidio no será en tu nombre. Simplemente son unos minutos donde se alza la voz por aquellas que ya nunca más la tendrán, un espacio donde denunciar esta injusticia y compartir lágrimas con otras que están ahí por la misma razón que tú estás, un sitio donde reflexionar sobre nuestro lugar en el mundo y sobre todo sobre ese lugar en el mundo que se llama Palestina.
Porque el amor a una tierra y a las personas que en ella habitan, no se puede describir si nunca te lo han arrebatado, si nunca te han despojado de algo que a veces buscamos toda una vida, un hogar seguro donde vivir.
Después te irás a tu casa con el alma en los pies y el estómago revuelto, tal vez ya ni siquiera te entre esa cerveza ritual que te tomabas los viernes. Y volverás a tu hogar, a ponerte la bata y beberte un té, a preparar la cena mientras suspiras con el alma. Quizás esta vez ya siendo consciente de que en otra parte del mundo que ya no se siente tan lejana, otras como tú no pueden hacerlo.
Así es, uno se siente ajeno a esas guerras tan lejanas, y a la vez con un dolor intenso en el alma, uno se pregunta porque? Porqué nos han dado una educación tan sesgada contándonos siempre la historia desde el punto de vista de los ganadores? Porqué nunca se tiene el punto de vista de los que lucharon y perdieron? En resumen, para comprender las guerras actuales hay que comprender las guerras pasadas que sucedió y porque se llegó a esa situación, para así poder enfrentarnos al futuro con la seguridad de no cometer los mismos errores una y otra vez. Porqué seguimos teniendo una educación coja de la historia? Para así seguir anestesiados, para no sufrir y así estar condenados una y otra vez a sufrir las mismas consecuencias. Porqué siendo un país laico en nuestra constitución seguimos teniendo una casilla en el IRPF para la iglesia católica? Porqué? Ya se sabe que la iglesia católica no rinde cuentas presupuestarias a nadie, sus cuentas son totalmente opacas y se les sigue engordando para que vivan como dioses en el Vaticano, porque? Porqué no hay en vez de eso una casilla en el IRPF para mejorar el presupuesto en educación y recibamos una educación propia del siglo 21 que no nos deje anestesiados ante los problemas recurrentes del mundo? Manifestarse es muy loable, pero para cambiar las cosas allí , primero se deben cambiar aquí . Aquí se pueden cambiar las cosas, poco a poco, pero con firmeza, para que todos rememos en la misma dirección, no unos apoyando un bando y el resto al otro bando, porque nadie nos ha enseñado a pensar por nosotros mismos. Algo sirve, sin duda, pero no es eficaz, no cambia casi nada. Aún así se agradece que haya gente que se manifieste contra la barbarie. Sin duda nos falta una educación más universal y más seria en lo referente a la historia, a la nuestra y a la del resto del mundo, porque este mundo en el que vivimos esta más conectado que nunca pero siempre lo que ha pasado en cualquier otro lugar ha afectado al resto. Por mucho que se empeñen en ocultarnos la verdadera historia. Hay atisbos de esperanza, pero no es fácil, hay que romper definitivamente con ese pasado oscuro y tenebroso que nos envuelve…