En los últimos años se han hecho visibles las prácticas de resistencia por parte de diferentes personas que en contra del silencio del Estado han venido dándole forma a lo que hoy conocemos como la «Memoria Histórica». Los motivos son diferentes, ya sea por algún familiar desaparecido o desaparecida, por la búsqueda de algún bebé apropiado o apropiada, o simplemente denunciando la impunidad de una dictadura que dejó infinidad de vidas atravesadas por la violencia. En definitiva, hablamos de prácticas de resistencia que están inspiradas por la necesidad de justicia y reparación social que el Estado no ofrece en lo que llevamos de «democracia». Este es el caso de la ARMHCuenca cuando en el año 2004 comenzó sus actividades promovidas, entre otras personas, por su presidente Máximo Molina en busca del paradero de su abuelo y bisabuelo asesinados en 1936, en Bornos (Cádiz). Podemos notar aquí el silencio a lo largo de estos años relacionado, quizás, con una herencia transgeneracional donde “[…] en una situación de violencia política las pérdidas son tantas y tan profundas, que desbordan la mente humana, y la persona se queda a menudo como congelada, sin poder hablar ni sentir sobre lo ocurrido” (Valverde, 2014: 86). Sin embargo, la cuestión que queremos tratar en este espacio no es la lucha de estas personas frente a la falta de voluntad política para juzgar el franquismo. Lo que nos preocupa, tomando como ejemplo la ARMHCuenca, es el contexto de legalidad franquista en el que se produce esta lucha y lo que este representa.
En primer lugar, nos parece relevante que la lucha por la Memoria Histórica, que emana de las propias «víctimas», encarna una ruptura con la lógica dominante de la Transición planteada como «un pacto reconciliador entre dos bandos». En otras palabras, esta lucha representa el peligro de poner en evidencia la denominada Transición como elemento que emana del franquismo y administra la «democracia». A este respecto, Manuel Monzón Altolaguirre, ex miembro del CESED —antiguo CNI— en su libro “El sueño de la Transición” (2014) describe su experiencia en el servicio de información para «garantizar un cambio de régimen pacífico». Entre otras cosas, refiere el trabajo durante la pre-transición, para convencer a los políticos que la «reconciliación» era el único camino posible. Altolaguirre menciona, además, el importante papel de Estados Unidos y su interés para que no hubiera ruptura con el franquismo sino más bien reforma (67-85). Respecto a la Transición, Altolaguirre refiere que “[…] era una cosa que ya estaba preparada, y lo único que había que hacer era hacérsela tragable a todos aquellos líderes y liderillos. […], les entusiasmó la idea de que se pudiera convivir por fin” (79).
Teniendo en cuenta lo anterior, en segundo lugar, el contexto de la lucha por la Memoria Histórica se produce bajo el desarrollo de las políticas neoliberales como modelo económico instaurado por la dictadura. Un proceso que se inicia cuando después de la segunda Gran Guerra el Movimiento se tuvo que reconfigurar para sobrevivir a la derrota de sus aliados fascistas. El intento de dirigirse hacia el modelo de las democracias liberales europeas llevó al régimen a integrarse en el mercado internacional, permitiendo la instalación de las bases militares estadounidenses en 1953 y la integración en la OCDE, la ONU y la OIT. Además, hay que tener en cuenta que en los años sesenta se había conformado una fuerte burguesía monopolista en creciente asociación con el capital imperialista extranjero (Acosta Sánchez, 1976: 23). Así, muerto el dictador “[…] se precedió a anclar a España militar, económica y políticamente en las instituciones supranacionales creadas por la Coalición de la Guerra Fría. Ello requería reemplazar la superestructura jurídico-política por otra homologable con regímenes liberales. Lo que se llevo a cabo en 1976-1977 […].” (Garcés, 2000: 213).
Por tanto, tenemos un contexto donde el neoliberalismo se siembra en la dictadura y se consagra en la «democracia» como modelo económico, con las privatizaciones, la destrucción de los sindicatos, el desgaste de los servicios sociales, la destrucción de la sanidad, de la educación, el incremento de la corrupción y la desigualdad económica y social. En palabras de Paul Preston: “El 15 de junio de 1977 se puso fin al régimen de Franco, pero no al franquismo. Cuarenta años de lavado de cerebro garantizaron la pervivencia de las actitudes franquistas durante décadas. […]. Además, no contribuyó en absoluto a erradicar las prácticas corruptas heredadas del régimen franquista y sus predecesores” (2019: 520). Por ejemplo, no se puede comprender nuestra burbuja inmobiliaria sin entender cómo se gestó y organizó la Transición (Barba Carretero, 2015: 29).
Es en este sentido, que la Transición sirvió para administrar la «democracia» por parte de las clases dominantes que se enriquecieron durante el franquismo y que heredaron sus riquezas en la etapa neoliberal[1]. En este sentido, a lo largo del periodo de «democracia», el 10% más rico de la población ha sido y es dueño del 57% de la riqueza patrimonial, mientras que el 50% más pobre posee el 7% de la misma (Chancel; Piketty; Saez y Zucman, 2021: 217). La Transición representó el esqueleto del neoliberalismo gracias a que por un lado, se logró cooptar a un sector de clase política «progresista», y por otro, se logró institucionalizar el olvido bajo la idea de que podía pasar lo peor sino se aceptaba la vía hacia la monarquía parlamentaria. “[…] con una población aterrorizada por el fantasma del caos, la violencia y la involución a la dictadura o la guerra, no es de extrañar que se aceptara una constitución escrita para proteger y preservar el equilibrio de poder franquista” (Barba Carretero, 2015: 29). El resultado fue la integración en la sociedad de consumo asumiendo que la «democracia» es votar cada cuatro años sin otra participación política y lo que es peor, asumiendo la retórica liberal que encarna la idea de la igualdad sin freno, donde todo vale (Fassin, 2011); también el derecho de olvidar los delitos de lesa humanidad.
[1] Ver Antonio Maestre “Franquismo S.A” (2019).
En resumidas cuentas, el saqueo económico vendría acompañado de un saqueo cultural para legitimar el neoliberalismo donde las subjetividades construidas por la dictadura permanecieron en el relato «democrático». Fue el mismo franquismo quien construyó la representación social de «guerra civil» como resultado de una locura colectiva, repartiendo responsabilidades en partes iguales, así como también construyó la representación de la dictadura como una etapa de pacificación política y normalización económica (Izquierdo Martín, 2018: 925). Esta lógica llevó a naturalizar opiniones como la de Altolaguirre cuando dice que “[…], lo de la Memoria Histórica ha sido catastrófico. ¿Hay alguien a quien de corazón le importe dónde están los huesos de un abuelo, de un bisabuelo, que murió hace setenta y cinco años? Me ha sorprendido enormemente que todo se reduzca a identificar muertos de un bando, pero nadie identifica a los asesinos…” (2014: 144).
Este es el contexto donde Máximo Molina y la ARMHCuenca —así como el resto de asociaciones— tienen que mediar con alcaldes que se pueden permitir tildar de «postureo» la Memoria Histórica para justificar que su ayuntamiento niega homenajear a un oriundo del pueblo, asesinado en un campo de concentración nazi en los años cuarenta[1]. Este es el contexto donde Máximo y la ARMHCuenca tienen que soportar las agresiones frecuentes de quienes, entre otras cosas, les acusan de “remover el pasado” o “reavivar la violencia”, como si estuviésemos obligados a olvidar el paradero de cientos de miles de desaparecidos y desaparecidas. Por tanto, la lucha por la Memoria Histórica, en este sentido, tiene un doble estándar: no se trata solamente de conseguir que el Estado haga justicia e investigue los delitos de lesa humanidad, sino que también se trata de confrontar la dominación cultural basada en una «subjetividad española» que tiene su raíz en el franquismo. Una subjetividad que es violenta en sí misma y que confronta directamente a quienes intentan cuestionarla. Esta es la relación entre franquismo, neoliberalismo y la lucha por la Memoria Histórica como la ARMHCuenca a quien por su esfuerzo y persistencia desde la España rural, hemos querido homenajear.
[1] https://periodicoclm.publico.es/2021/11/11/provencio-cuenca-alcalde-partido-popular-tilda-postureo-memoria-historica-niega-homenaje-vecino-muerto-mauthausen/
Bibliografía
ACOSTA SÁNCHEZ, J. (1976). Crisis del franquismo y crisis del imperialismo. Barcelona: Anagrama.
BARBA CARRETERO, J.C. (2015). La gran burbuja española en J. L. Carretero Miramar (coord.) Tu casa no es tuya, es del banco. Madrid: Queimada.
CHANCEL, L. PIKETTY, T. SAEZ, E. Y ZUCMAN, G. (2021). World Inquality Report 2022. https://wir2022.wid.world
FASSIN, E. (2011). “El imperio del género. La ambigua historia política de una herramienta conceptual”. Discurso, teoría y análisis, pp.11-35
GARCÉS, J. (2000). Soberanos e Intervenidos: Estrategias globales, americanos y españoles. Madrid: Siglo XXI.
IZQUIERDO MARTÍN, J. (2018). “Colonización antiutópica. Normalización y desarraigo de lo indeseable. (Reflexiones poscoloniales en torno a la Transición española)”. Política y Sociedad, 55, pp.913-936.
MONZÓN ALTOLAGUIRRE, M. (2014). El sueño de la Transición. Madrid: La esfera de los libros.
PRESTON, P. (2019). Un pueblo traicionado. Barcelona: Penguin R.House.
VALVERDE, C. (2014). Desenterrar las palabras. Barcelona: Icaria