Homo apoliticus

Homo apoliticus

“Aristóteles lo dijo y es cosa verdadera”, que ese primate que levantó la mirada, comenzó a caminar por estepas de gramíneas y, observando las jerarquizadas agrupaciones de hormigas y abejas, diseñó un modo de vida gregario y social: es un animal político por naturaleza. Abejas sin alas, hormigas con dos patas, Homo sapiens. Desde aquel remoto instante difícil de imaginar han sido incontables las comunidades sociales y organizaciones políticas que, de una forma más o menos jerarquizada, han habitado los inconmensurables territorios de nuestro planeta. 

Sin quererlo ni decidirlo compartimos nuestro entorno con numerosos ejemplares de nuestra misma especie. Millones de pequeños, tristes, orgullosos, generosos, hambrientos, divertidos, asesinos, sonrientes, enfermos Homo sapiens que, pululando con o sin rumbo, tienen las mismas necesidades que los demás ejemplares. Para poder hacer este modo de vida gregario, social y jerarquizado posible son requeridas unas pautas, unos valores mínimos y un marco que establezca el mayor bienestar a toda la sociedad.  Es decir, unos asuntos comunes que coordinen nuestra vida en grupo, lo que llamamos los asuntos públicos.  

Y es aquí donde entra esa palabra que en ocasiones retumba innombrable, en otras chilla chirriante y, en otras recuerda al acto de levantar una piedra en el campo sin saber qué criatura peligrosa y desconocida puede haber allá abajo en esa oculta oscuridad: la política. La política como un camino pedregoso no apto para todos o como un ejercicio de templanza y fría valentía en el que hay que tener buenas maneras, dientes apretados y dedos bien protegidos. Y, sin embargo, la política eres tú, soy yo, somos nosotros y es parte de la natural idiosincrasia del Homo sapiens. Es la actividad que interviene en los espacios comunes y en la memoria colectiva de la sociedad. Es decir, la que rige, o como se define en la RAE la que también “aspira a regir” los asuntos públicos.

Y no hay que hacer de tripas corazón. Estamos en el momento que quizás mayores asuntos públicos haya sobre la mesa. Un mundo global, interconectado y veloz donde todo el mundo sueña con ser alguien y reina el nadie.  Una crisis de identidad agilizada por el imperio de las redes sociales y la omnipotente pantalla sin la cual estaríamos nerviosos y aturdidos. En aquel instante remoto que hemos mencionado anteriormente, las hormigas y abejas que vería un Homo sapiens actual se alejarían solas y cabizbajas sin saber bien a dónde van. 

Pero más allá de este caso de pérdida de comunidad que no debemos dejar a un lado, existe un problema público aún más grave: la emergencia climática. El pasado 15 de noviembre de 2022, según la ONU, se alcanzaron los 8 mil millones de Homo sapiens en el planeta Tierra. Una cifra explosiva y única en la historia de la humanidad. Mientras tanto, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera se ha disparado drásticamente entre 1950 y 2021. ¿El arma? Llámalo carbón, petróleo o combustible fósil. ¿El culpable? Mejor con nombre y apellidos.

Y a ello se une la gran demanda de recursos de los que debemos disponer en un modelo socioeconómico bordado en oro con el “hiperconsumismo”. La explosión demográfica junto a la extracción, poco controlada o incontrolada, de recursos naturales pone en jaque la sociedad del futuro, al menos tal como la conocemos. ¿Cuántas ovejas, cerdos, pollos o terneras necesitan para alimentarse 8 mil millones de Homo sapiens?, ¿cuántos campos de vegetales?, Pero, ¿y la energía diaria que demandamos para cuidarlos? ¿y la de nuestros hogares para cuidarnos? 

Mientras esto ocurre, gracias a los datos proporcionados por la ciencia, caminamos de espaldas a los ciclos naturales y a nuestro entorno. La emergencia climática y energética sigue asociándose a “ecologistas”, “catastrofistas” o “greenwashing de grandes empresas”. Iniciativas como Fridays for future o Extinction Rebellion se juzgan aún, en diferentes sectores, como organizaciones dudosas y examinadas bajo sospecha.  Entonces, ¿dónde está la política?, ¿qué es esa actividad que interviene en los espacios comunes y en la memoria colectiva de la sociedad?, ¿quién se ocupa de los asuntos públicos? y, ¿cómo que la calle calla?

La emergencia climática y energética debería ser una prueba de fuego para demostrar que somos un animal gregario, social y, “Aristóteles lo dijo, y es cosa verdadera”, un animal político por naturaleza. Es un reto que no debe dejar a nadie indiferente, al menos a aquella gran parte de la población que ha decidido seguir depositando nuevas generaciones de Homo sapiens en este planeta. Pero si hay un enemigo en la existencia de esta especie es el tiempo. Por ello, se necesitan respuestas y acciones políticas inmediatas, contundentes y transparentes sobre un asunto público de tanta relevancia. Sino la calle debería intervenir con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo. ¿O es que nos estamos convirtiendo en un Homo apoliticus?

Mosaico de la Rueda de la Fortuna, Memento mori. Conservado en el Museo Arquológico Nacional de Nápoles.

Deja una respuesta