“Cámara rápida, Montag. Rápida. Clic, pic, ya, sí, no, más, bien, mal, qué, quién, eh, uh, ah, pim, pam, pum”. Estas palabras son del libro Fahrenheit 451, publicado en 1953 por el estadounidense Ray Bradbury. Esta distópica novela presenta una sociedad estadounidense del futuro en la que los libros están prohibidos y existen «bomberos» que queman cualquiera que encuentren. Para ser más concisos, son las palabras con las que Beatty, el jefe de bomberos le explica a Montag, el protagonista, sobre el origen de la quema de libros. Cómo la literatura se fue abandonando, el vocabulario condensando hasta que la información eran sólo interjecciones y titulares. La inmediatez y la agitación social echaron a la hoguera el cuidado de las letras, la gramática, la filosofía y el lenguaje.
Setenta años después aquel mundo distópico es casi una realidad. La vertiginosa velocidad a la que transcurren los avances, los retos, y la misma vida es imperceptible por nuestro sistema nervioso. Ansiedad o depresión son consecuencias de unos tiempos a los que se nos ha puesto simplemente la continuada meta de “ser felices”. Y uno de los principales cómplices, por no decir culpables, son los medios de comunicación.
Vivimos en la era de la información. El móvil es una nueva extremidad del cuerpo humano, sin la cual no sabemos ya vivir. A través de esta ventana observamos el mundo ¿pero qué mundo? Un mundo en “papilla” e instantáneo que nos hace sentir completamente agitados e insatisfechos. Un velo, una niebla o una tibia oscuridad nos distancia de lo que realmente ocurre, de aquello que debería llamarse realidad. Un periodista decía que “la primera víctima de una guerra es la verdad”. Y es que, con los medios de comunicación, la verdad está contra el paredón.
El deber primordial de un periodista es informar. Informar de la realidad para poder ayudar a la humanidad, alimentar el conocimiento y fomentar el respeto. Sin embargo, la mentira, el silencio y las fake news, son usadas con tanta frecuencia que el periodismo comienza a ser simplemente un arma política y social. Los denominados como “guardianes de la verdad” se convierten simplemente en “guardianes del poder”. Perrunamente fieles a grandes empresarios y partidos políticos a los que sólo, y se remarca la palabra “sólo”, les interesa mantener el dinero y el poder. Es por ello que, los medios de comunicación actuales, son más propiamente denominados como poder mediático. Porque más que un medio es un poder, y más que comunicación es sensacionalismo mediático. Son junto a las fuerzas del estado y la justicia, el tercer tenor para sustentar las pirámides del poder.
Lo que dicen los medios, es más influyente, que lo que dicen los propios políticos. Y la receta esencia es lo que no se dice. El silencio ante los temas peliagudos que verdaderamente importan. La metodología es sencilla: señalar al pobre, al trabajador y al emigrante para así comulgar los pecados de los poderosos, de los oligarcas, de las grandes empresas y de los políticos de los grandes partidos. Por ello, la sociedad civil, la clase obrera denominada como “media”, la calle, imita el lenguaje que estos agentes le proporcionan, imita el vocabulario que ellos crean y, de repente, sienten amistosa piedad por los ricos y odioso rencor por su vecino, por su compañero. Como una balsa en mitad del océano quedan a merced de las condiciones climáticas generadas desde cuatro consejos de administración. El 80 por ciento de toda la información reducida a cuatro despachos. El ratón intentando aprender a maullar. El ratón ronroneando al gato.
En nuestra provincia, también se percibe el hedor de la podredumbre de la situación del poder mediático. Pequeños medios locales que, entre la espada y la pared, cantan y bailan lo que el amo les pide. El periodismo como un elemento servil para aquellos que controlan los hilos. Como consecuencia: contenido vacío y noticias efímeras a través de su mejor receta: las notas de prensa. Desde Los Ojos del Júcar queremos cambiar esta tendencia. Queremos trabajar en la búsqueda de un contenido atemporal. Compartir espacios a los que siempre se pueda volver. Informar para aprender. Y al mismo tiempo, para nosotras y nosotros, durante este camino aprender para informar. Cuidar el lenguaje. Qué se dice y cómo se dice. Sensibilizarnos ante la fuerza de la palabra ya que todo lo bueno y lo malo puede reducirse en unos versos.
La temperatura global del planeta, como consecuencia del cambio climático, no deja de ascender. Lo mismo ocurre con la comunicación. En Fahrenheit 451, esta era “la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde”. Esto equivale a 232,8 ºC. Esperemos no llegar a esa situación. Pero mientras tanto, los medios de comunicación de masas van reduciendo el interés por la literatura. Ahora el ascenso e impacto de las RRSS refuerza este desinterés. El jefe de Montag decía: “Resúmenes, resúmenes, resúmenes. ¿La política? Una columna, dos frases, un titular. Luego, en pleno aire ¡todo desaparece!”
Las palabras ya no son palabras. La vida, un titular.
Espacio de encuentro entre miradas donde repensar el futuro de nuestras tierras y territorios.
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