Los historiadores parecen coincidir en que la expresión “disparar con pólvora ajena” tiene su origen en los Tercios españoles, la unidad militar de élite del Imperio español. Como norma general, los militares que conformaban los Tercios debían sufragar de su exigua paga – que solía ser completada con el pillaje y saqueo tras la batalla – su ropa, manutención, armas y, a veces, hasta el alojamiento; y sólo excepcionalmente algunos nobles o la Corona costeaban o proveían a los soldados de todo lo anterior. De esta forma, no es difícil imaginar las diferencias a la hora de disparar que tenían los arcabuceros españoles dependiendo de si la pólvora era financiada por las arcas reales o por su propio bolsillo, agudizándose enormemente la puntería en este último caso, frente a la alegría con la que se disparaba la conocida como “pólvora del Rey”.
En la actualidad, uno de los grandes problemas de este país es la identificación de lo “público” como algo ajeno a nosotros, similar a aquella “pólvora del Rey” de los Tercios españoles, pero ahora perteneciente al Estado o la Administración. Este fatal error, inherente – por desgracia – a nuestra cultura social o cívica, tiene varias consecuencias como el deterioro y degradación del patrimonio público por falta de cuidado, tanto por parte de los ciudadanos (por ejemplo, falta de limpieza y civismo) como por las Administraciones (p. ej., ausencia de intervenciones de mantenimiento y conservación básicas) y el despilfarro del dinero público.
Respecto al despilfarro del dinero público, normalmente en la empresa privada cualquier inversión ha de venir compensada por una mayor rentabilidad económica, ya sea a corto, medio o largo plazo, y generalmente sólo por mandato legal se realizan para perseguir otros objetivos de carácter social. Mientras, las inversiones públicas persiguen otros objetivos más allá de los económicos que, en último término, han de derivar en un mayor bienestar para la población. Esto en ningún caso supone que las inversiones públicas se puedan realizar sin un estudio previo que establezca los objetivos y fines perseguidos por las mismas, debiendo optarse en cualquier caso por la opción más eficiente de utilización de los recursos públicos para la consecución de los mismos.
Con todo lo anterior, llega el momento de hablar de los proyectos planteados para dotar de una mejor accesibilidad al Casco Antiguo.
Tras los magníficos proyectos urbanísticos llevados a cabo en la ciudad, como la pasarela frente a la Plaza de Villa Luz que cruzaba la Avenida de Juan Carlos I – que costó poner 507.424,87 euros, para ser retirada nueve años después por 240.000 euros, debido al gran impacto visual y poca utilidad que tenía –; la reforma del Jardín de los Poetas valorada en 420.000 euros, en la actualidad semiabandonado y sin uso público (mejor no ser más descriptivo); la ruta ciclista por la ronda oeste, usada cada vez más, pero únicamente por los repartidores en bicicleta de comida a domicilio; la dudosa intervención de rehabilitación en la Plaza Mangana; la construcción del Mirador homenaje a José Luis Coll, cada vez más integrado con el paisaje debido a la falta de mantenimiento; y un largo etcétera, llega a Cuenca el proyecto de accesibilidad al Casco Antiguo.
Pese a que en un primer momento el estudio realizado por un grupo de arquitectos conquenses denominado “Cuenca [in]accesible por naturaleza” que defendía como opción más eficiente la construcción de dos ascensores subterráneos parecía ser el apoyado por la Junta de Comunidades de Castilla – La Mancha, hace unas semanas fue anunciado por el Gobierno autonómico que la ciudad contará finalmente con unas escaleras mecánicas, en lugar de los ascensores, que conectarán con la parte histórica a través del barrio de San Martín, salvando un total de 57 metros – frente a los 30 metros que salvan las famosas escaleras de “La Granja” de Toledo, nuestro inexplicable espejo – con dos tramos de escaleras mecánicas, uno que irá desde el Paseo del Huécar, a la altura del Auditorio, hasta la calle Santa Catalina, de 34 metros; y otro desde esta vía hasta la calle Colmillo, en las inmediaciones de la Plaza Mayor, de 23 metros. Todo ello con un coste previsto de 6,2 millones de euros – presupuesto bastante discutido por la mayoría de arquitectos –, financiados en un 80% por la JCCM y en un 20% por el Consorcio Ciudad de Cuenca sin descartar la construcción en un futuro de nuevos remontes o ascensores.

En un principio se dijo que el objetivo de dicho proyecto era hacer más habitable el Casco Antiguo y hacer más cómoda la vida a sus vecinos; obviamente este argumento cae por su propio peso. Si de verdad se quisiera facilitar la vida a los vecinos y atraer y fijar población a dicha parte de la ciudad se llevaría acabo un plan de despliegue de fibra óptica y de gas natural; beneficios fiscales y bonificaciones en impuestos municipales; un plan de rehabilitación interior y exterior para las casas; buenos servicios públicos, principalmente de transporte público, para facilitar la accesibilidad, pero también de colegios e institutos, centros médicos…; y otras muchas políticas públicas menos costosas y más efectivas. Además, en cualquier caso, es difícil de imaginar que de lunes a viernes los vecinos y los pocos trabajadores del Casco Antiguo (principalmente funcionarios del Ayuntamiento y trabajadores de la hostelería) vayan a usar semejante infraestructura para sus trayectos diarios.
Así, el objetivo real de dicho proyecto, ya reconocido por sus impulsores, es atraer turismo y facilitar el acceso al Casco Antiguo a los turistas que lleguen. Pero ni siquiera en este aspecto parece tener sentido dicho proyecto, más aún cuando existen en la ciudad numerosos proyectos turísticos paralizados como el de visita a la Torre del Giraldo, la construcción del parque fluvial del Júcar, o la esperada apertura del restaurante de las Casas Colgadas. Tampoco cuando hay tantos edificios municipales que podrían funcionar como atractivos turísticos como la Casa del Corregidor, El Almudí, el mercado municipal, etc. que actualmente se encuentran infrautilizados – en el mejor de los casos –, cuya rehabilitación además conllevaría un aumento del patrimonio municipal, serviría de auténtico recurso y reclamo turístico y costaría muchísimo menos.

Por otro lado, en relación con la accesibilidad tampoco parece tener sentido la construcción de unos remontes, ya que únicamente con este proyecto la mayor parte del Casco Antiguo continuaría siendo totalmente inaccesible – de hecho, únicamente se solventaría la accesibilidad a la Plaza Mayor y a las paradas que lleven a cabo en su trayecto las escaleras mecánicas – puesto que continuaría inaccesible toda la hoz del Júcar y la zona superior del Casco Antiguo. Deberíamos reflexionar si no tendría más sentido reforzar – y, por qué no, remunicipalizar – el servicio de autobuses, mucho más usado por vecinos y trabajadores del Casco Antiguo, que durante el fin de semana pasan cada hora, salvo cuando se llevan a cabo proyectos de “lanzaderas” temporales – coincidiendo casualmente con las épocas de mayor turismo – que, en cualquier caso, obligan a llevar a cabo un trasbordo o a acudir al punto de salida andando, no siendo una medida efectiva para mejorar la accesibilidad. En este sentido sería incluso más efectiva la ejecución de pequeñas actuaciones puntuales como construcción de rampas y barandillas o incluso de plataformas eléctricas para salvaguardar tramos de escaleras concretos.
En conclusión, ojalá sea ésta la inversión pública – ya sea a través de escaleras mecánicas o ascensores – que necesita el Casco Antiguo conquense para mejorar su accesibilidad y habitabilidad, atrayendo más turismo y mejorando la vida de los vecinos. Pero mucho me temo que puede ser una manifestación más de gasto de dinero público en proyectos megalíticos cuya funcionalidad, utilidad y operatividad final es más bien reducida en relación con el dinero invertido en su ejecución y posterior mantenimiento. Todo esto en una ciudad con una necesidad de inversiones públicas tremenda y con un Casco Antiguo que no puede aguantar más pasos en falso, al que una versión dos punto cero del bosque de acero en forma de escaleras mecánicas podría dar la puntilla final.
Confiemos en que no sea así y el disparo con la mal entendida como “pólvora del Rey” sea certero.
Tienes toda la razón Héctor, a ver si reflexionan nuestros políticos y tienen un poco de cordura y apuntan y disparan con pólvora ajena de forma certera, nuestra ciudad necesita una gestión eficiente de los recursos públicos de lo contrario nos vamos al hoyo…. No se puede malgastar el dinero público sin ninguna responsabilidad como está ocurriendo habitualmente,no nos lo podemos permitir y menos con la que tenemos encima, por favor SEÑORES políticos de nuestra ciudad cada euro invertido en Cuenca debe ser útil y no un mero capricho de unos cuantos .
Me sorprende que se hable poco del impacto estético que pueda tener, pues en la foto del proyecto no se muestra el entorno completo y es impisible apreciar. Me temo que será una monstruosidad a la que no salvarán tantos imposibles arbolitos en flor. Y seguramente acabaría en la ruina, como el ascensor de Mangana. Creo que la mejora en el servicio de autobuses seria mucho más eficiente y, seguramente, mas barata. Gasten el dinero en cosas mas necesarias.
pues menos escribir, y a la calle a protestar si no quereis las escaleras,