El Jardín Seco de Fernando Zóbel. Un diálogo entre la luz y el tiempo
SAMIR DELGADO. Gran Canaria, 1978
Poeta y crítico de arte. Licenciado en Filosofía por la Universidad de La Laguna. Vivió en Cuenca entre 2013 y 2016 donde estudió el Máster en Bellas Artes (UCLM) y fue becario en el Museo Internacional de Electrografía (MIDE). Es autor de trece poemarios entre los que destacan “Banana Split” (XXIV Premio Emeterio Gutiérrez Albelo), “Galaxia Westerdahl” (XV Premio Internacional de Poesía Luis Feria), “Las geografías circundantes. Tributo a Manuel Millares” editado por el Gobierno de Canarias o “Pintura número 100. César Manrique in memoriam” que recibió el XXV Premio Internacional de Poesía Tomás Morales en 2019. Es colaborador de prensa digital y participa en antologías de habla hispana. Poemas suyos han sido traducidos y publicados en revistas como Aurora Boreal, Círculo de Poesía, Letralia, La Otra y América Invertida. Ha participado en festivales internacionales en América Latina, Europa y Estados Unidos. Es director del Festival 3 Orillas de literatura en sus diez ediciones, miembro del proyecto “Leyendo el turismo” y fundador del Tren de los poetas. Dirige el blog de autor “Purpuraria”. Actualmente reside en Durango (México).
Su último libro, titulado Jardín seco (Bala Perdida editorial, 2019) es un paseo por el universo de los cuadros de Fernando Zóbel. Un homenaje al fundador del Museo de Arte Abstracto de Cuenca y al título de una de sus más reconocidas obras.
El prologuista es el crítico de arte Alfonso de la Torre (Madrid, 1960) quien ensalza la labor del artista, tanto del poeta como del pintor, y los entrelaza de tal modo, que, por un instante, parecen ser el mismo. Describe la orfebrería emocional y poética de Samir Delgado del siguiente modo: “La recreación de la memoria es quizás el más alto privilegio del artista y Samir pone en práctica esa maquinaria. Ejerciendo el delirio de estar frente al más absoluto de los silencios, inmerso en los placeres de la lentitud ya perdidos, se permite elevar preguntas entre el deseo y la espera” y otorga a las obras de Fernando Zóbel ese carácter auroral: “Zóbel erigió en su pintura la tentativa de representar el lírico asombro, lo que estuvo en un instante y fugó, lo que recordaba de lo visto, la emoción de lo entrevisto y sentido frente a la naturaleza”.
En este hermoso prólogo, que es la antesala de este diálogo en silencio entre poeta y pintor, Alfonso de la Torre invita al lector, con un dulce y delicado lirismo, a pasear por estos pasillos de luz y color: “Frente al devenir torpe de los días, Samir deviene poeta e intérprete, presentando los poemas pintados de Zóbel como una casa, un hogar donde se despliega una sucesión de habitaciones iluminadas: el cielo azul, el paisaje que se abre tras la tormenta, las tierras arañadas al ser roturadas, los territorios soñados, jardines de la errancia, el agua y sus reflejos en la ebriedad del sol o el recuerdo de aquel día dichoso”. O, en palabras del propio Samir Delgado: “La eterna promesa de la luz”.
“No pinto lo que veo, sino lo que recuerdo que he visto.” Con esta cita de Fernando Zóbel comienza el libro de Jardín seco (2019). ¿En él escribes lo que ves o lo que recuerdas?
Nos encontramos actualmente en un periodo de incertidumbre respecto a la relación humana con las imágenes. Las pantallas televisivas y los dispositivos informáticos están modificando nuestra relación anímica con las imágenes. Las pinturas de Zóbel son reliquias cromáticas, imágenes que funcionan como paradigmas que nos recuerdan la mirada a los paisajes antes de la llegada digital. El concepto de aura, o aquello que relampaguea, nos recuerda la originalidad de los paisajes cuando son mirados por el artista. Hoy en día, debido al yugo de los pixeles de las pantallas, carecemos de la mirada auroral sobre ese paisaje milenario que Zóbel consigue congelar en el cuadro para disfrute de todos. Por tanto, el libro es una trinchera poética para seguir aspirando al tiempo de los colores de Fernando Zóbel. Es un diálogo con sus cuadros para crear otro artefacto cultural que sirva para explicar esos lugares aurorales y redescubrir en el lector sus posibilidades con el paisaje de Cuenca.
El libro representa un diálogo entre la poesía y la pintura. ¿Qué significado tiene el silencio en este diálogo?
El silencio se funda como acceso a la eternidad. A esa única eternidad que nos es posible disfrutar: la belleza. Y es el silencio el que está también tras tantas horas de trabajo del artista. La eternidad y el silencio de la luz y los colores que Zóbel tantas veces ha representado. Por tanto, en el cuadro Jardín seco “es el río el que se parece al cuadro, y no el cuadro al río.” Por ello, cuando miras el río observas la belleza de ese tiempo inmemorial, y mirar el cuadro te invita a estar en el río en cualquier momento. Porque el cuadro fue antes que el río. Durante el periodo de escritura del libro fue muy evocativa la poesía de autores conquenses como Diego Jesús Jiménez, que dialogaron en su poética con los paisajes de Castilla, de algún modo el libro Jardín seco prosigue mediante el sendero de la écfrasis, de los poemas sobre pintura, esas imágenes esenciales del río y de la luz que fundó la pintura de Zóbel, un artista que por cierto también fue un gran viajero y representa el paradigma del artista hispano filipino que regresó a España para volver a sus orígenes. La verdad es que la presentación del libro en mas de veinte ciudades el pasado otoño fue una odisea y todo gracias a la publicación del libro a cargo de la editorial Bala Perdida que dirige Lorena Carbajo en Madrid.
En una reseña de Miguel Romero, Cronista de la ciudad, se dice que la labor de Zóbel con la creación del Museo de Arte Abstracto impulsó “esa Cuenca anclada en la transición del gótico a una abstracción sin precedentes”. ¿Qué tiene Zóbel y la ciudad de Cuenca que te haya empujado a escribir un poemario sobre ambos?
Paseando por la ribera del Júcar en el verano de 2013, enfrente de San Antón, decidí quedarme en Cuenca. Visité por primera vez el Museo de Arte Abstracto y me enamoré de las pinturas de Zóbel, Millares y Saura. Uno de los motivos que me atraía de Cuenca era conocer las “arpilleras” de Millares, las cuales ya conocía de Canarias y se encuentran conservadas por el fabuloso museo de la Fundación Antonio Pérez. Me cautivó la ciudad castellana, pero me eclipsó esa pertenencia aún tan presente de la cultura árabe que me recordaba mi ascendencia libanesa. En Cuenca descubrí esa otra isla de interior que pertenece a los ríos de Castilla y representa el universo quijotesco por excelencia. Y además su museo abstracto es un refugio para la belleza y un referente mundial sobre el valor de los museos para el patrimonio y el imaginario de las ciudades.
Sin embargo, no fue hasta la llegada a México en 2016 y coincidiendo con el 50 aniversario de la fundación del Museo Arte Abstracto, cuando recibí el regalo de unas láminas de Fernando Zóbel editadas por la Fundación Juan March. Ese fue el empujón para comenzar a escribir Jardín seco, que es un homenaje al famoso cuadro de Zóbel que pintó en 1969, coincidiendo con la llegada del hombre a la Luna; y, especialmente, un homenaje a Cuenca. Porque para mí, los cuadros de Zóbel, de algún modo, fundan la mirada artística al paisaje de Cuenca y a la naturaleza. Es el modo con el que el ser humano, desde tiempos inmemoriales, dialoga con los colores y la naturaleza. Por tanto, Manuel Millares me trajo y con Fernando Zóbel me despedí de la ciudad. Ahora toca el reencuentro con un nuevo libro inspirado en los cuadros de Antonio Saura, para un retorno necesario. Siempre consideraré a Cuenca mi casa y a ella le debo mucho, por eso escribir sobre sus pintores es un modo de habitarla, el proyecto de una vida.
Cuenca posee uno de los museos referentes a nivel internacional del arte abstracto y a veces, parece que no somos conscientes de ello ¿Qué supone el Museo de Arte Abstracto para Cuenca y que opinión le merece?
El Museo de Arte Abstracto nos recuerda el hechizo de mirar. Por otro lado, su fundación marca un hito en la transición democrática. El museo no sólo conserva el valor histórico y civil como rescate de la cultura de vanguardia tras el silencio dramático de la dictadura franquista, sino que representa el último episodio de artistas del arte de vanguardia y de la modernidad. Lo que viene después ya es el mundo digital. Fue el final de una era en los cuadernos de Zóbel.
Del sol tostado y eterno de Canarias al hielo invernal de Cuenca. La quietud del clima canario por el duro contraste estacional del corazón de la Península Ibérica. ¿Cómo se refleja este contraste en tu poesía?
El frío era una forma de romanticismo. Ante su adversidad, había una invocación al interior y a los fuegos del hogar. Esto favoreció la creación poética y la intimidad de escribir. Porque nadie puede escribir un poema por ti, el poema debe ser sufrido y vivido por uno mismo. Sin embargo, a pesar del frío, llegué a percibir los suelos volcánicos canarios en el ejercicio de la escritura, en las tantas actividades culturales y también, en el calor de la ciudadanía conquense, con su generosidad y bonhomía. Jardín seco ha sido una despedida que me ha mantenido en diálogo con Cuenca, sus ríos y sus paisajes desde México, el otro país de los poetas del exilio que además atesora en la ciudad de Zacatecas el único museo de arte abstracto de América Latina.
En una entrevista pasada comentas que la ciudad de Nueva York ya no se entiende sin Poeta en Nueva York (Lorca, 1930). De tu relación personal con Cuenca, ¿consideras que la ciudad hace al poeta o el poeta hace la ciudad?
El poeta hace la ciudad. El ser humano funda el arte para permanecer, para trascender en el tiempo y explicarse a sí mismo. Por ello, los cuadros de Zóbel son fundacionales, para poder ser visto lo que no se ve, y en sus cuadros representa esa orilla del Júcar milenaria, ancestral y universal. Hoy, la incertidumbre de la posmodernidad, el capitalismo y las nuevas tecnologías hacen todo consumible y deteriorable; el arte y la poesía son las últimas trincheras donde mantener los ideales de la utopía de un mundo más justo, libre y solidario. Porque el oficio de escribir y pintar pertenece a la condición humana y de ahí la importancia necesaria de la Escuela de Bellas Artes de Cuenca, porque es una industria que persevera en los imaginarios y no hay mejor manera de conocer una ciudad que a través de su arte. Es lo que nos queda.
Dice uno de los versos más famosos de Gabriel Celaya: “Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales.” En ocasiones la poesía simbólica, a la que podría pertenecer Jardín seco, parece irreconciliable con los principios de la poesía social. Dentro de esta supuesta dicotomía, ¿en qué posición se ubica tu idea de poesía?
La escritura poética que sostiene Jardín seco es una orfebrería emocional. Es un compromiso con el lenguaje y con esas infinitas posibilidades de experiencia que están siendo erradicadas y eliminadas debido a la superficialidad predominante de la publicidad y de los medios hoy en día. El libro es un modo de pintar con palabras los paisajes de los cuadros. Por eso no hay una escritura convencional o “facilona”, sino aquella que está detrás de los ríos y en los cuadros de Zóbel. Los poemas son pequeños meteoritos, fulguraciones contemplativas que son el resultado de muchas horas de meditación, igual que se está en la orilla de un rio. José Ángel Valente defendía el “derecho a la contemplación” que parece que se nos está arrebatando hoy en día. Por tanto, el libro es un modo de denuncia y de reclamo para intentar salvar el lenguaje y los cuadros.
¿Consideras que hay dejadez por parte de las instituciones a la hora de fomentar la poesía y los encuentros literarios?
Las instituciones políticas han favorecido la desmemoria y el desapego a una cultura poética que sustentan las figuras de Lorca, Alberti, Miguel Hernández o Luis Cernuda, que precisamente fueron la vanguardia de la Segunda República Española que aspiraba al progreso y a la fraternidad entre hombres y mujeres. Las instituciones españolas, a pesar de la transición democrática, son deudoras de un patrimonio cultural que pertenece a la poesía española, y poco han hecho a favor de su defensa en medio siglo. De ahí, la inexistencia de festivales internacionales de poesía con continuidad de décadas o líneas editoriales en una política institucional que considere la cultura como primera necesidad. Se necesita la poesía para sostener la identidad de cada lugar y por eso desde México se perciben las carencias y los abandonos de las instituciones españolas a la hora de estar a la altura de la memoria de sus poetas.
Se podría decir que la infancia representa la máxima expresión de la abstracción. ¿Qué colores ha dejado la infancia en tu obra?
Tuve una infancia cosmopolita rodeada de vecinos alemanes, ingleses o suecos. Y es que provengo de Playa del Inglés en Gran Canaria, denominada el Sol de Europa, que fue la ciudad pionera del despegue turístico internacional y que vive en un verano permanente. Recuerdo la playa, el disfrute de la naturaleza y el sabor árabe de la cultura paterna que me llevaba a ese mundo imaginario que nunca conocí. Inmerso en este espacio cosmopolita, la relación con la propia cultura canaria fue tardía. De todas formas, conocí el derecho a la pereza y a la contemplación de la naturaleza, que hoy en día el capitalismo parece arrebatarnos cada vez más. Esa infancia en la isla, internacional y cósmica, entre las dunas y los hoteles, sustenta el imaginario de mis sueños.
El uso de las redes sociales ha propiciado un nuevo formato de difusión. Desde tu blog “Purpuraria” muestras diferentes manifestaciones literarias. ¿Qué papel juegan estas redes sociales a la hora de acercar la cultura?
Son un ágora, una plaza pública que favorece romper las distancias geográficas y crea vínculos mucho más accesibles. Soy defensor de estas plataformas especialmente para cuestiones de compromiso ético, ecológico, cultural y artístico. Pero, al mismo tiempo, también son las nuevas soledades. En mi opinión, sería conveniente incluir asignaturas en el sistema educativo que nos instruyan en el buen uso de estas redes sociales porque, como todo lo nuevo, existe un desconocimiento y una dependencia peligrosa. Debemos progresar en un uso racional y fundamentado para no caer en las trampas de la publicidad y la incomunicación. Y, además, porque a veces los libros son los más perjudicados.
El cambio climático es uno de los desafíos cruciales en nuestros tiempos, habiendo definido en ocasiones tu poesía como una forma de hacer “ecología política”. ¿Cómo se puede a través de un bolígrafo y un papel contribuir en la lucha en este desafío?
La poesía es un compromiso con la propia vida y con la propia existencia. Y ese es el gran desafío de cualquier escritor y escritora, ser coherentes con uno mismo. Se puede decir que la escritura, en sus tiempos fundacionales, era un modo de contar la vida. El poeta francés Yves Bonnefoy defendía que cualquier sentimiento o estado de ánimo tiene una expresión artística. Por tanto, a través de la poesía, se puede hacer una ecología política, en el sentido que el que escribe se compromete con la belleza, con una vocación de universalidad. Hoy en día, no se entiende el drama de la Guerra Civil sin el Guernica de Picasso ni los campos de Castilla sin los versos de Machado. Ese es el compromiso del arte y la poesía.
Tras doce publicaciones, Jardín seco confirma que sigues combatiendo en esa “última trinchera de las utopías”, que es la poesía. ¿Cómo es de necesaria en nuestra sociedad?
La poesía no debe ser un lujo, debe ser un derecho esencial al reclamo de la vida. Por eso siempre que nos pasa algo importante queremos contarlo. El ser humano es lenguaje. El lenguaje nos constituye y nos habita. Y la expresión que maneja territorios inexplorados capaz de construir nuevos mundos y nuevas experiencias, se llama poesía. La poesía, creando “segundas naturalezas”, es un modo de edificar la memoria.
Para terminar, en una de tus entrevistas dices que te marchaste a México para dejar de ser súbdito de la Corona española. Ahora se rumorea que el rey emérito puede terminar por aquellas tierras. ¿Va a ser este el motivo para volver a Cuenca?
México es una república, donde una vez Maximiliano intentó instalar la monarquía, y terminó fusilado. Aquí se creó el Ateneo español fundado por los exiliados españoles, aquí murió León Felipe y Luis Cernuda. Hay una memoria en el olvido del exilio español que merece la pena ser considerada. Y son las instituciones las que deben promover esto ya que fue uno de los mayores episodios de la poesía española. Muchos poetas españoles hicieron de México su segunda patria con el objetivo de unir las dos tierras como un espacio común. Por eso el puente cultural entre ambas orillas nada tiene que ver con monarquías y justamente es el patrimonio de la república, sus exiliados y sus poetas, los que sustentan una memoria común a favor de la convivencia, la justicia y la libertad.
Espacio de encuentro entre miradas donde repensar el futuro de nuestras tierras y territorios.
Un ecosistema innovador de encuentro y pensamiento para un tiempo que requiere propuestas y colaboración.
Excelente artículo.