Fue uno de los momentos cruciales de la Historia Universal. Era un 14 de Julio de 1789 cuando el pueblo parisino, agotado por las injusticias sociales y azotado por los problemas económicas, asaltó la prisión de la Bastilla escribiendo una nueva página en la historia. Mientras tanto, apenas a veinte kilómetros de allí, en el aterciopelado palacio de Versalles su rey Luis XVI anotó en su diario personal la palabra “Rien”. Quería decir que, “desafortunadamente”, ese día no había conseguido cazar nada.
Ya han pasado más de doscientos años de aquel pasaje histórico. Cuesta imaginar si hay más distancia de aquel tiempo a esta parte o entre aquellos veinte kilómetros entre Paris y Versalles. El ser humano es un animal sensible a confundir tiempo y espacio.
A principios de siglo XX, Cuenca no era más que un municipio rural que no llegaba a los veinte mil habitantes carente de industria y olvidado en las rutas comerciales. El hundimiento del Giraldo de la Catedral y del Puente San Pablo y el abandono de la parte alta habían dejado sentenciada a esta “altanera y mágica ciudad” ya sólo apta para hispanistas soñadores o poetas renegados. Sin embargo, el 25 de febrero de 1923, el pueblo de Cuenca se presentó en Madrid para exigir sus derechos como hijos de su tiempo. En palabras del entonces presidente de la Diputación: “Cuenca, dentro de veinte años, si conseguimos nuestro deseo, sería un emporio de riqueza”. Querían sentirse parte del mundo y para ello querían aquel invento que comunicaba el mundo: el ferrocarril. El sueño y el esfuerzo se culminó en un poco más de veinte años. En noviembre de 1947, con el último tramo entre Cuenca y Utiel, la línea Valencia – Cuenca – Madrid estaba finalizada. Cuenca, finalmente, lograba su posición en el mapa entre dos de las ciudades más relevantes del país. El futuro abría sus puertas.
Pero no se hizo la miel para la boca del asno. Casi cien años desde aquel logro, el 30 de noviembre de 2021, el Ministerio de Transportes hizo el comunicado que no reabrirá el ferrocarril que unía Valencia con Madrid y que posicionaba a Cuenca en un punto estratégico en el mapa estatal. Los vagones llenos de vivencias personales que hicieron soñar a un pueblo de apenas veinte mil habitantes se quedan vacíos. Nos quedaría el Ave si no fuera porque ningún ciudadano conquense de a pie asimila aún aquella nave “industrial y digna de Cuarto Milenio” como parte de la ciudad.
Pero no serán estas palabras quien digan si es el cierre del ferrocarril un hecho acertado o no. No será esta la causa detonadora de nuestra “premiada” situación actual: quinta provincia en extensión, tercera más despoblada y entre las diez provincias con menores PIB y más envejecidas del país. Este hecho es la consecuencia de años de desidia ciudadana, de abandono institucional, de pésimas gestiones económicas y de una ausencia de amor a nuestra tierra. Cuenca es un Versalles ajeno al curso que la Historia dicta. Un pequeño palacio cómodo, aterciopelado donde sus cortesanos bailan al son de minuetos y sólo esperan que el próximo festejo llegue lo antes posible.
En este pequeño Versalles, todo sigue igual. Todos estamos contentos. Los problemas de nuestro tiempo no llegan a nuestros muros de mármol. “Que el fin del mundo nos pille bailando” entona un arlequín de la corte. En estos verdes jardines, el acuciante cambio climático se resuelve con construcción de macrogranjas que destruyen nuestro ya dañado suelo; el agua transparente que nace de nuestras sierras se vende como producto estrella por sucios contratos; la comunicación de alta velocidad se combate con el cierre de vías de ferrocarril y una estación de Ave con próxima parada “Galaxia de Andrómeda”; la tecnología informática se acaba con el despliegue de una invisible banda ancha que envenena a nuestra Sierra y a nuestra Alcarria; la arquitectura moderna se promueve con fantasmagóricos proyectos dejados a merced del viento de la noche y el abandono de edificios históricos; la innovación y el desarrollo se lucha con la receta clásica de I + D: Ideales funcionarios y Desanimados jubilados; el futuro se proyecta con jóvenes exiliados a otras ciudades y países. Y para los conquenses de “pura cepa”, no hay problema, lo de siempre: vaquillas y pasos.
Aquí en Cuenca, cien años después, nos han vuelto a dejar incomunicados. Pero no se preocupen, ese París al que llaman Madrid, Europa o mundo globalizado nos queda, siempre nos ha quedado, demasiado lejos. Como en aquel 1789, dicen que la Historia Universal está en un momento crucial; aquí en Cuenca anotamos en nuestro diario otra página más: “Rien”.
Pues que me parece fatal como dejan a una capital tan Bonita sin tren.,tantos turistas y no hagamos nada.,
A luchar por el tren!!
Lo que estan haciendo al pueblo coquense, de la ciudad y su provincia, es una tomadura de pelo. Es una desamortización a sueldo de sus bienes, del tren, del servicio público de transportes, de los suelos públicos por onde pasa el tren, para lo pasar para las manos de una elite.
Cuenca merece más. Cuenca merece tren. Lo pueblo coquense merece que le dejen construir su proyecto.
El tren es de todos.