Parece increíble que el elemento más inorgánico de la Naturaleza, el mineral, adquiera energía en las manos de Fernando Buenache. Y no por manipular sus piedras, porque apenas interviene en ellas: les insufla un soplo de vida y comienzan a expresar emociones. Hay algo más que ingenio en su obra, despojemos de prefijo a la palabra y admitamos que interviene el genio, el que requiere descubrir y ejecutar una expresión artística que es única e irrepetible.
Muchos han imitado a Picasso pero su genialidad solo a él le pertenece. Nadie puede replicar a Fernando porque habrían de darse varias circunstancias: la de habitar ese entorno que le circunda, la de transmitirle pasión a sus objetos encontrados, la de trasmutar en tesoro una piedra vulgar a ojos profanos…en definitiva, nadie como él sabría imprimir acción a un elemento inerte.
La energía es el denominador común de sus obras, cargadas de fuerza, como denota una cadena de piedras en forma de serpiente que abre sus fauces para engullir a un indefenso insecto, también pétreo, en actitud de pedir clemencia.
Sus composiciones emanan de la inspiración artística capaz de conmover al espectador, que las contempla atónito sin dar crédito a ese prodigio de convertir en arte aquello que otros pisan.
Fernando es un flaneur de la Naturaleza, ese paseante que vaga sin rumbo, sin objetivo, abierto a todas las vicisitudes y las impresiones que le salen al paso, tal como acuñó Baudelaire en una de sus poesías. Un andariego que degusta cada elemento natural que le sale al paso en su solitario deambular a campo abierto.
A diferencia del minero, este artista nada extrae y nada busca porque todo se lo encuentra..y lo escruta, lo disfruta y le da vivacidad hasta modelar las piezas con el solo escoplo de su imaginación. Como Miguel Angel cinceló el Moisés, al que solo le falta hablar, Buenache consigue que sus piedras se expresen, y hasta en forma poética a veces.
Y si en primera instancia sus piezas causan asombro e incredulidad, enseguida aflora el humor, como ocurre en el surrealismo, para dar paso a la satisfacción de reconocer al objeto que simula ser y a la acción que reproduce. Además de contemplar una boca de tiburón plagada de dientes, con un pescado aprisionado, ver al depredador en actitud de devorar a su presa nos provoca inquietud y compasión hacia el pobre pez que tiene atrapado entre sus dientes. Y aun cabe la reflexión del espectador sobre la cruel Naturaleza que otorga poder al grande para engullirse al pequeño. Puestos a cavilar ante esta representación marina se llega a pensar que el hombre es fiel reflejo de los animales y asume como natural a ese rico que come del pobre.
Pero Fernando no se queda solo en el artífice capaz de animar lo inanimado a base de piedras y otros minerales, también es el hacedor de una fauna arbórea formada por troncos muertos rescatados de la quema. Son maderos recuperados de los incendios que, aun agotados y exhaustos, adquieren formas de animales fantásticos en pleno movimiento, a pesar de su quietud. Y unos parecen gruñir y otros caminan distraídos y otros reptan fatigosos. Genera inquietud ese zoo de madera al descubierto que se expande por el campo en una maraña arbórea exenta de rigidez.
Fernando Buenache, hombre tranquilo y parco en palabras, ha optado por expresarse a golpe de naturaleza. Todo lo dicen sus palos y sus piedras.