Editorial de Julio 2020: Tiempo de escuchar

Editorial de Julio 2020: Tiempo de escuchar

Quizás haya llegado el momento de pararse a escuchar. De detenerse un segundo y, como una hoja al sol del mediodía estival, silenciosamente absorber toda la luz que nos alcanza. Abrir los oídos como anchos estomas y, pacientemente, esperar. Luego ya tendremos tiempo de decidir qué tipo de savia crear, si más o menos azucarada, si bruta o elaborada. Además, en estos tiempos en que estamos rodeados de fogonazos de luces artificiales y superficiales, es importante intentar nutrirse de luz solar natural. Esta vez, no nos dejemos engañar.

Hay que escuchar la voz de la naturaleza y de la ciencia. Hace ya tiempo que la paz y las suaves melodías con las que asociamos el campo y las estaciones se van desvaneciendo. La tierra nos grita a llanto vivo desde todos los lugares del planeta, nos suplica una actuación inminente y no podemos seguir caminando indiferentes. Su frecuencia cardiaca se acelera y las probabilidades de un infarto se multiplican a cada instante. Su infarto será el nuestro. La última crisis del coronavirus ha mostrado nuestra vulnerabilidad como especie;  somos frágiles y caducos. Durante nuestra andadura en el planeta, la naturaleza nos ha proporcionado la comida, el refugio, la medicina, la ropa y, gracias a los avances científicos, la hemos moldeado para tener la vida que hoy conocemos. Sin embargo, nosotros le devolvemos un violento desprecio, un olvido helado, un golpe de egoísmo y necedad. Por tanto, si queremos dejar un futuro a nuestros descendientes, es hora de actuar. Es tiempo de que el agricultor, el cazador y el ecologista, el pueblo y la ciudad, el niño y el abuelo, se sienten a dialogar para devolverle a la tierra lo que se merece.

Escuchar la voz del diferente, del que no piensa igual que tú. Despojarnos de una vez de nuestros pegajosos prejuicios e intentar entrelazar aquello que nos une con abrazos, sonrisas, amor y bellas palabras. El lenguaje simbólico es nuestra herramienta más potente y la que nos hace únicos como especie. Utilicémoslo para ayudar y no para engañar. Con ello, acabemos de una maldita vez con la homofobia y la xenofobia. Arropemos al emigrante que deja atrás su familia, su país y su pasado y, en un acto de valentía, se decide honestamente a prestar ayuda en su nueva casa. En tiempos donde uno conduce un coche alemán, viste ropa de Bangladesh, lleva un móvil chino y ve películas americanas, envolverse bajo banderas no tiene ningún sentido. Es como si un león te hablara de vegetarianismo. Esta vez no hay tiempo para tratar con la irracionalidad. 

Escuchar la voz interior de uno mismo. Hoy, que todo es instante, fugacidad, apariencia e información triturada, deberíamos levantar la vista del móvil durante un tiempo y cuestionarnos lo que nos rodea, ser conscientes de la clase social a la que pertenecemos y llevar continuamente un ¿por qué? en la boca. Volver a utilizar los libros como medicina ante la televisión. Escucharse en el espejo de las miradas, en el reflejo de las palabras y en el silencio de la reflexión. Quizás es la hora de cambiar ciertos hábitos para no quedarnos indiferentes, como tan torpemente hemos hecho, ante los hechos históricos y ante la injusticia. 

Y, por último, tras el nutritivo ejercicio de escuchar, que nos escuchen. Es tiempo de multiculturalidad, derechos humanos, igualdad de género, justicia social y  conciencia climática, así que hablemos de ello. Y hablemos también de esta tierra olvidada que no llega a las puertas del congreso. Una provincia donde se difuminan los caminos a partir de Tarancón y Mota del Cuervo. Reivindiquemos la sensibilidad y el conocimiento a través de la palabra.

Es tiempo de escuchar. Escuchemos, hagamos una fotosíntesis dialéctica y cuando pidamos nuestro turno, nos escucharán. Al menos eso esperamos. Y, por favor, sean cuidadosos: no confundan “oír” con “escuchar”.

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