Esta editorial queremos que sea especial por dos motivos. Por celebrar que “Los Ojos del Júcar” ha cumplido seis meses -medio año y sin darnos cuenta- con casi seiscientas páginas llenas del olor de nuestra tierra, de voces que estaban dormidas en nuestras calles y de imágenes que durarán, por un instante, toda una vida. Seis meses donde historia, literatura, arte, naturaleza, asociaciones y tradiciones han conseguido convertir en tesoros conquenses las mudas páginas en blanco. Y, también, porque es el broche final a este 2020 que será difícil de olvidar por las secuelas que ha dejado, e incluso difícil de recordar debido a la falta de experiencias y ausencia de historias que nos ha prestado. Es diciembre y toca analizar el final de este año tan atípico donde nuestras ajetreadas vidas de antes parecen haberse hundido en un tiempo lejano ya difícil de acariciar.
Por ello, aunque sea tiempo de despedidas inmerecidas y carencia de calor humano, hay que seguir contando historias. Porque no todo son acordes menores ni todo es color oscuro. Un mundo invisible y maravilloso sigue estando delante de nuestros ojos, y nuestra tierra es parte de él. Como dijo Humphrey Bogart en el guión original: “Siempre nos quedará Cuenca”.
Cuenca: la “gentil y abstracta” de Camilo José Cela, el “borbotón de los entresijos de la Sierra Ibérica” de Miguel de Unamuno o la “bella durmiente del bosque” de Eugenio d`Ors. Cuenca de Federico Muelas con sus versos: “¡Tantálico esfuerzo en piedra viva! ¡Aventura de cielos despeñados! En volandas de celestes prados, de peldaño en peldaño fugitiva”. Inmortalizada con tantos adjetivos en el papel muerto y, al mismo tiempo, tan difícil de seguir describiendo. El “refugio de artistas” donde entre sus calles fantaseaban figuras y colores Saura, Torner, Millares y Zóbel. Imaginación e inspiración consumados en el Museo de Arte Abstracto, la Fundación Antonio Pérez y la casa Zavala.
Cuenca: la de las huellas borradas de celtíberos, de las piedras inmóviles de los romanos, la de las viejas enseñanzas árabes, la de los últimos suspiros de Jorge Manrique o la de la sangre carlista corriendo por la calle Alfonso VIII. La de las tantas y tantas generaciones que han ido despidiéndose silenciosamente, pero que han ido dejando rastros de halo de misterio entremezclados en el día a día de nuestras vidas.
Cuenca: sus bosques de pinos y encinas, sus ríos de menta y laderas de romero, sus rocas que hablan con el silencio oscuro de las noches, su aire fresco y resinoso donde las águilas y los halcones sueñan y sus hoces rajando la tierra. La piel seca de su mar, que es La Mancha, y sus uñas duras y brillantes, que son el yeso de la Alcarria.
Cuenca: paraíso de tradiciones a ritmo de bombo y platillo, latido de la caja sorda subiendo por Palafox, pisotones al son de las dulzainas y pasodobles, noches de verano con el sabor fogoso de las verbenas -resoli si te vi, vino si te he visto-. Carreteras de pueblo en pueblo en busca de historias que no soportarías que te contaran.
Cuenca: que no es más que su gente. Gente sencilla, familiar, tranquila, trasnochadora, alegre y a la luz de la luna: soñadora. Pero también luchadora, reivindicativa y trabajadora. Enamorada de su tierra, sus calles y sus rincones. Conocedora de los pequeños detalles y desprendida de las grandes decisiones. Sabedora de que las grandes aventuras empiezan con cada paso dado y no cruzando el ártico descalzo.
Cuenca… ¡Escaleras de piedra y arcilla que se pierden en los tiernos corazones!
Son tiempos difíciles, muy difíciles. Pero, ¿por qué se nos escapa toda esta belleza de la vida entre el trajín del día a día? El arte, la naturaleza y la lectura tienen una capacidad desmedida para convertirnos en personas más humildes y felices.
Por tanto, desde “Los Ojos del Júcar” deseamos salud y cultura para el próximo año. Es tiempo de valorar quienes somos, de lo que tenemos y sentirnos orgullosos/as de ello. La cabeza alta, pero humilde. El corazón amable, pero de acero. La mirada generosa, pero los ojos bien abiertos. Desde nuestra modesta y desarreglada trinchera seguiremos llenando de historias e ilusión las hojas en blanco del 2021, porque a los celtíberos curiosos “siempre nos quedará Cuenca”.
Espacio de encuentro entre miradas donde repensar el futuro de nuestras tierras y territorios.
Un ecosistema innovador de encuentro y pensamiento para un tiempo que requiere propuestas y colaboración.