Eslabón a eslabón
Este texto trata sobre una cadena. Una cadena cuyo primer eslabón reside en el anterior artículo, donde dediqué este espacio a la iniciativa Rhizobium. Y es que para que aparezcan estas oportunidades es necesario que exista (si no, pues se crea, que remedio) una mínima estructura de comercialización.
Pero la buena noticia es que es una cadena corta (quien dice cadena, dice canal de comercialización). En primer lugar, porque espero eso haga más amena esta lectura. Pero sobre todo por las implicaciones que trae consigo: menos contaminación y más resiliencia.
Bien es cierto que medir la huella de carbono (emisiones de gases de efecto invernadero producidas de forma directa o indirecta) de cualquier alimento que llegue hasta nuestra mesa es complicado, pues depende de muchos factores: el modo de producción, de conservación, de empaquetamiento, de transporte o las características del producto en sí (por ejemplo, la carne, en términos generales, produce muchas más emisiones que los vegetales). Pero una cosa está clara: no hay nada con menor huella que un producto vegetal, ecológico, de temporada y de cercanía (también llamado “kilómetro 0”). Esto puede observarse con claridad en la siguiente gráfica:
Y es que un producto de temporada y cercanía evita muchas de las emisiones asociadas a la conservación y el transporte de los alimentos que solemos comprar en los supermercados de nuestros barrios. Sólo hay que pararse a recordar los tomates que te regala un amigo en verano de su huerta (esto es Cuenca, todo el mundo tiene algún conocido con huerta), y después pensar en otros que te estés comiendo en invierno que vengan desde el otro lado del mundo para comprender el diferente impacto ambiental de ambos.
España, en la línea de los países de su entorno, cuenta con un sector del transporte cuyas emisiones de GEI suponen aproximadamente el 25% de las totales, según el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. Es evidente que no todas ellas se deben al transporte de mercancía alimentaria, pero desgraciadamente este supone mucho más que en el pasado, principalmente debido a la deslocalización de la producción agropecuaria en regiones determinadas del país (recordemos que los cerdos adoran la España Vaciada) y a un sistema de importación-exportación favorecido por la globalización y los tratados de libre comercio. Esto realmente hace imposible medir la huella de carbono de los productos que consumimos, pues parte de ella se contabiliza al país productor y parte al consumidor. En definitiva, puedes estar consumiendo un aguacate que ha volado desde Perú y parte de la contaminación asociada a ese acto quedar contabilizaba en el país de los Incas.
Así, el segundo de los beneficios asociados a la cadena corta tiene relación con esto. Los desequilibrios territoriales entre los países del Norte y del Sur no han hecho más que aumentar a raíz de la última ola globalizadora. Los países primario-exportadores siguen enclavados en una imposibilidad de industrialización (de la que la CEPAL se lleva quejando 50 años), totalmente dependiente de la exportación de sus productos agrícolas y la importación de productos manufacturados de los países industrializados. Del mismo modo, los países del Norte necesitan de la importación de esos productos para mantener sus niveles de vida (a expensas de nuestro planeta y de los habitantes de los países en desarrollo). Además, esta dinámica se extrapola en parte dentro de los propios países occidentales. En España, por ejemplo, hay una clara disparidad entre regiones industrializadas y pobladas y regiones agrícolas y en riesgo de despoblación. La única manera de romper con esto es romper con el sistema impuesto que nos encadena, haciéndonos trabajar en una red que nos aliena de los propios objetivos de nuestro trabajo.
Así que si queremos combatir estas problemáticas debemos apostar por otro sistema, donde se le dé protagonismo a la producción y consumo de productos agrícolas ecológicos y de cercanía. No es tan original lo que propongo, pues forma parte de un compromiso sobre política alimentaria urbana firmado ya por más de 200 consistorios, entre las que se encuentran ciudades como Madrid o Barcelona (Pacto de Milán, 2015). Iniciativas como Rhizobium los producen pero, ¿cómo podemos consumirlo el resto de mortales? A través de estructuras que aseguren canales cortos de comercialización. Uno de los encargados en nuestra provincia es el establecimiento Coopera Natura, presente en la capital.
Coopera Natura
Esta iniciativa, nacida en verano del 2019, es el resultado de la unión de la cooperativa sanclementina La Entreverá con el Instituto Despensa Natura, producto de la evolución de un proyecto piloto desarrollado por este último, el Mercado Social Despensa Natura. Cualquiera puede visitar esta tienda de productos ecológicos sita en la calle Poeta Diego Jesús Jiménez.
Esta iniciativa adquiere productos “kilómetro 0” (es decir, producidos a menos de 100 kilómetros a la redonda del punto de venta), ecológicos y de comercio justo, a los que se les da un valor añadido elaborando con ellos opciones gastronómicas diferentes, como tapas, bollería o pan, que pueden ser degustadas en la cafetería del local. “El objetivo de este espacio es darles valor a los productos, poder apreciar su calidad”, nos dice Jaime Illana, uno de los promotores de este proyecto.
Gracias a este margen de 100 kilómetros, podemos disfrutar de productos de todas las regiones de nuestra provincia, desde la Serranía a la Alcarria y la Mancha. Esto lo consigue colaborando con proyectos pequeños y ecosostenibles (como Rhizobium). En esencia, trabajando directamente con los productores, respetando su trabajo y haciéndoles formar parte de todo el proceso, desde la siembra a la mesa.
Su objetivo principal es “la creación de un mercado social como fomento de los canales cortos de comercialización y el consumo responsable en la ciudad de Cuenca”. Por ello, junto a otras iniciativas similares de nuestra Comunidad Autónoma, pusieron en marcha hace 2 años la Red de Economía Alternativa y Solidaria de Castilla-La Mancha (REAS-CLM), integrada dentro de la federación estatal. Entre los fines de la REAS-CLM, se encuentra precisamente articular un “mercado social” que agrupe a distintas empresas e iniciativas y que permita a consumidores y usuarios acceder fácilmente a productos y servicios que ofrezcan aquellas.
Coopera Natura es un proyecto abierto a cualquier conquense, aunque como proyecto colaborativo que son, y en consonancia con la idea de crear un mercado social, animan a la gente a hacerse socia del mismo.
Y no sólo se dedican a lo más prosaico, lo relativo a la conformación de canales cortos de comercialización en nuestro territorio. También están fuertemente concienciados sobre la necesidad de una correcta educación ambiental y alimentaria. Por ello, desarrollan talleres de cocina saludable para niños y adultos. “La situación actual ha ocasionado que no estemos realizando actualmente talleres presenciales. Sin embargo, intentamos cubrir esa necesidad a través de otras acciones, como la elaboración de vídeos cortos por parte de los agricultores para educar y concienciar sobre la agroecología”, asegura Jaime.
La oportunidad está ahí
Por tanto, si Rhizobium era un buen ejemplo de primer eslabón, sin duda este establecimiento es uno excelente de último. Si como sociedad apostamos por un sistema que asegure el respeto medioambiental y la justicia social, donde no haya desequilibrios entre regiones (tanto a nivel mundial como nacional), debemos fomentar estos proyectos.
Las administraciones deben dar facilidades a estas iniciativas, ya sea cediendo espacios, rebajando impuestos o desarrollando planes de contratación pública donde se prioricen estas tiendas, dados sus beneficios respecto al medio ambiente y la salud. Cáterin oficiales, alimentación de hospitales o comedores escolares deberían ofrecer estos productos para fomentar estos modelos. El Ayuntamiento de Madrid, a modo de ejemplo, en su Estrategia de Alimentación Saludable 2018-2020, afrontaba estos retos.
Unido a ello, parece de justicia que estos productos estén menos gravados, dado su menor impacto en la salud y el medio ambiente, teniendo en cuenta que parte de nuestros impuestos se destinan a enmendar los problemas derivados de la contaminación y la alimentación insana. Esto reduciría su precio, haciéndolos más asequible al ciudadano medio.
Apostar por ello es también apostar contra la despoblación. Modelos alternativos, donde se valorice el trabajo de los productores agrícolas, repercutirá en más trabajo y en mejores condiciones en nuestra provincia. Seamos valientes y convirtámonos en un ejemplo a nivel nacional.
Buscar un modelo decrecentista no significa acabar con el trabajo o sumirnos en otra crisis. Todo lo contrario. Significa un mejor reparto del trabajo, un reconocimiento de los límites del planeta y adelantarse a una futura crisis si seguimos con el modelo de producción y consumo actual (y no lo digo yo, sino la propia ONU a través de su Objetivo de Desarrollo Sostenible 12).
Esto es una cuestión de voluntad, tanto por parte de las instituciones como de la sociedad en su conjunto. La oportunidad está ahí, las ganas ya son otra cosa.
Para saber más
Asamblea General de las Naciones Unidas (2015): “Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible”.
Ayuntamiento de Madrid (2018): “Estrategia de Alimentación Saludable 2018-2020”. Madrid.
Cumbre de Alcaldes (2015): “Pacto de política alimentaria urbana de Milán”. Firmada el 25 de octubre de 2015 en Milán.
Mazorra, J., Nevado, A., Pereira, D., Puigdueta. I. y Sanz, A. (2018): “Impactos de los Huertos Urbanos en la Ciudad de Madrid”. itdUPM.