Allá donde se pierden los ríos y caminos…

Allá donde se pierden los ríos y caminos…

Autor: María Jesús Rodríguez

Cuenca es el corazón de la península Ibérica. En el centro de su pecho, ligeramente a la izquierda de ese esternón llamado Madrid. Junto al aroma saleroso del costado del Mediterráneo, a una sístole de la capital y bajo los pulmones más frescos de las montañas del Sistema Ibérico. Sus latidos son repiqueteos de Quijotes y pastores. Sus válvulas bombean los ríos Tajo, Júcar y Guadiana que riegan grandes extensiones del cuerpo peninsular. En sus cavidades podemos encontrar plantas magrebíes y oceánicas; huellas milenarias de seres extintos y rincones donde poder dejar morir el tiempo. Cuenca, corazón de sol y de viento, es el sur de Europa y el norte de África, es el mediterráneo y la puerta al Atlántico.

Sin embargo, su cansado ritmo está a punto de pararse. Este rincón mágico de vida, estratégicamente perfecto, está abandonado. Un borrón en el mapa del cuerpo. Un pulso triste que convierte la península en un cuerpo sin corazón. Un olvido de sinrazón. 

Alejando el tema de la falta de ecosistemas empresariales y creativos de forma consistente en nuestra ciudad; uno de los motivos de este hecho es la ausencia o “mala presencia” de medios de comunicación eficaces y sostenibles. Una estación del AVE estratosférica y una red de carreteras y autovías que, exceptuando a Madrid, lejanas quedan del año 2021. Y de puntilla, el cierre del histórico ferrocarril entre Madrid y Valencia, que comunicaba Cuenca con estas dos grandes ciudades. Y es que es cierto que los tiempos cambian…

No mucho tiempo atrás, fueron nuestros ríos canales de comunicación. Eran las salvajes aguas del Júcar, el Cabriel, auténticas vías fluviales que comunicaban con otros lugares. Aguas mensajeras y generadoras de comercio. A lo largo de su curso, bajaban los desafiantes gancheros con sus interminables maderadas. Engañando las gargantas y los estrechos pasos, a merced de los cambios meteorológicos, los maestros de río, con su equipo de delantera, centro y zaga, se desvivían por hacer llegar la madera a su destino. También por tierra con sus cañadas y veredas viajaba el ganado. Cuenca era icono del pastoreo, envidia del textil y conector de historias. Hoy poco queda del rastro de estas vías terrestres que a tantas generaciones ha dado su vida y que tanta riqueza dieron a nuestra tierra. Luego llegó el ferrocarril y más tarde los automóviles y sus carreteras. Hasta hoy.

Cuenca es la gran olvidada. La perla desconocida. ¿Será porque no son la Historia y el tiempo vías transitables? Dejados a merced del viento de la Historia, los lugares engrandecen y empequeñecen. Y Cuenca se ha hecho minúscula. Inalcanzable. Oxidada. Remota. 

Si se quiere ir en bus, y con suerte no tienes que pasar por todos los pueblos de la ruta, se tarda 2 horas a Madrid. Pensar que en Francia el tiempo que se tarda en tren entre Lyon y Paris son 2 horas, pero la distancia es…390 km. ¡Más del doble que de Cuenca a Madrid!  El mismo cuento con Valencia. Y qué decir de la distancia entre Cuenca y Teruel y su distancia medida en años luz. Por otro lado, si quieres ir en AVE, el precio de los billetes (con el IVA de tener que buscar chófer o un valiente bus para ir a la estación) es sangrante y no accesible para toda la ciudadanía. ¡Qué decir de la rentabilidad de querer disfrutar un día en Madrid o que sirva de conexión para otro destino!  Y si el tren convencional podría haber sido una apuesta y, haberse ido adaptando a los tiempos que nos tocan, es abandonado y prestado a la incertidumbre del futuro.

Cuenca: corazón de la península. Madre del agua cristalina que riega los campos de tantos rincones; marjal de belleza indómita; jardín de la alegría infantil. Cuenca hoy olvidada. Abandonada en un espacio a merced del viento. A los soplos del tiempo. A órdenes más allá de nuestras fronteras. Pero son tiempos de vivir el presente y mejorar el futuro. En el 2022 es tiempo de apostar por el transporte público, de ir dejando atrás el vehículo personal y de convertir las ciudades en espacios para el caminante, para el ciudadano de “a pie”.  Desde Los Ojos del Júcar buscaremos lograr un refugio donde soñar una tierra unida; un punto de encuentro para las gentes de cualquier lugar del mundo. Ser una tierra con la mirada de agua transparente; con pasos de tierra y piedra entre cañadas y veredas. Una voz que nos posicione en el lugar que nos merecemos; que salvaguarde nuestro patrimonio con orgullo y decisión; que trate los temas importantes en el incierto mundo que nos ha tocado. 

El corazón sigue lentamente latiendo. El curso por ríos, caminos y veredas sigue, como sigue la vida, como sigue la historia. 

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