¿Lo oyen? ¿No? Repliéguense sobre sí mismas y peguen su oreja hacia el vientre. Si son mujeres entre sus treinta y cuarenta años no tardarán en escucharlo. ¡Ahí está! Es el famoso reloj biológico contando los segundos que quedan de fertilidad.
La cuestión del reloj biológico (si es que tal cosa existe) es que parece ser que reconfigura la alarma según el mandato y las costumbres de los tiempos. Así, el arroz que en 1975 considerábamos que se había pasado— cuando la media de las mujeres españolas para tener el primer hijo era de 25 años — se habría quedado duro ajustándonos a los tiempos de cocción de hoy en día, cuando la media de inicio en la maternidad se sitúa en los 32,3 años de la madre.
Por suerte, los factores sociales cada vez son tenidos más en cuenta a la hora de redefinir y reformular nuevos modos de maternidad. Ser madre es hoy una alternativa, no un llamado imperativo e irrefrenable proveniente de nuestros úteros. Rechazamos la maternidad como destino único de la feminidad, especialmente cuando este es impuesto. Ahora bien, ser madre es también una alternativa, un destino posible que muchas desean y para el que cabe pararse a reflexionar cuáles son las paradas necesarias hasta llegar a él y los obstáculos que estamos encontrando para ello.
El reloj biológico (rechazado, puesto en cuestión), ha de ser tenido muy en cuenta si atendemos al hecho de que nuestros óvulos son finitos y por tanto nuestra fertilidad también lo es. Antiguamente, todo lo que necesitaba la muchacha joven como requisito para la maternidad era un marido que proveyese. Las mujeres de este tiempo, a lo Juan Palomo, prescindimos del papel del varón y nos exigimos tener esa estabilidad económica por nosotras solitas, para lo cual atravesamos largas trayectorias académicas que desembocan en un mercado laboral precario, mal remunerado e inestable, con el horizonte de la independencia económica como una quimera. Todo ello, mientras continúa la cuenta atrás que resta ciclos de fertilidad, e inserto en un contexto relacional fugaz y de desapego. Cuando todo este panorama está resuelto, no es de extrañar que sean nuestros óvulos los que digan: “A estas alturas te vas a fecundar tú, guapa”. El margen que nos queda para ser mamás es tan estrecho que desgraciadamente para muchas la gestación se inunda de premura y de la ansiedad correspondiente. Normal que la broma del arroz haya dejado de escucharse, lo que antes podía ser una intromisión de mal gusto sería en estos tiempos una auténtica crueldad.
Las mujeres que tengan dinero podrán resolver este problema congelando sus óvulos. ¿Y las que no lo tengan? Quizá tengan que renunciar a su deseo de ser madres, vivir la gestación como una carrera con el correspondiente fracaso de no llegar a tiempo a la meta. O quizá el feminismo quiera, al tiempo que reclama la igualdad y se opone a la maternidad como mandato, rescatar este como un problema feminista, con implicaciones que nos atañen a nosotras, potencialmente gestantes, y a ellos, que también desean la paternidad. Una cuestión social que, pasando irremediablemente por nosotras, nos afecta a todos.

Como siempre un artículo muy fácil de leer. Muy real.