Sin intención de contar aquí mi vida, os diré que mi familia siempre ha vivido en la calle Mateo Miguel Ayllón; cuando pude hacerlo, me mudé a Andrés de Cabrera, justo antes de Alfonso VIII, y desde mi ventana actual veo Cesáreo Olivares y tomo Melchor Cano un día, General Santa Coloma y Alonso de Ojeda otro, para bajar al centro. ¿Mi colegio? Federico Muelas. ¿Instituto? Fernando Zóbel. ¿El nombre que tanto hemos coreado en el club de voleibol? ¡Hervás! ¿Bar más frecuentado hoy en día? En la calle de Gregorio Catalán Valero (que, dicho así, seguro que no te suena, pero más de un botellín te has tomado en esa acogedora y redondeada esquina al lado del Huécar). Si eres de mi quinta o anteriores, el botellón lo hacías en la Plaza de España, que viene a ser la calle de Juan Correcher. Ah, y mi cafetería favorita, en Hermanos Becerril.
Aparte de un popurrí de calles y un resumen muy poco interesante de los lugares por los que me muevo, espero que hayáis encontrado el factor común de esta ecuación. Pista: un Mateo, un Andrés, un Cesáreo, un Melchor, dos Federicos, dos Alonsos, un Fernando, un Lorenzo, un Gregorio, un Juan y un Francisco. Todos ellos con su plaquita azul. Eso sin entrar a hablar de calles con nombre de santo, de las que tampoco escaseamos.
Pero, si me permitís el juego de palabras, ¿y a santo de qué vengo yo a hablar del callejero conquense? Todo es culpa de quien da nombre a una de las principales venas de la ciudad: Fermín Caballero. Este geógrafo, periodista y escritor del siglo XIX pasó los últimos años de su vida escribiendo una serie de biografías con el encabezado de “Conquenses Ilustres”, de la que acabó publicando cuatro volúmenes [1]. Según leemos en el preámbulo, parecía ser ya consciente de que quizás no tuviera tiempo de escribir todas las de su lista:
El orden de publicación o el criterio que seguiría para elegir la siguiente biografía no lo tenía muy claro, pero, si seguimos leyendo, vemos que sobre los nombres que quería incluir no tenía ninguna duda:
Fermín pensó, prometió y cumplió, y su primer volumen, publicado en 1868, fue dedicado a Lorenzo Hervás y Panduro, Conquense Ilustre, y esto no seré yo quien lo discuta. Los tres siguientes volúmenes: Melchor Cano, Alonso Díaz de Montalvo y Alonso y Juan (los Hermanos) Valdés. Sin quitarles mérito a ellos ni al causante de que hoy yo escriba esto, lo que me llama la atención no es lo que publicó, sino esa lista de nombres que se quedaron en el tintero, nunca mejor dicho. No tengo que volver a dar la pista y contar los Mateos, Alonsos o Luises que hay para llegar al quid de nuestra cuestión: dinos, Fermín… ellas, mientras tanto, ¿qué hacían?
Permitidme volver al callejero conquense y contaros una anécdota; hace unas semanas tuve un cumpleaños y el anfitrión nos tuvo que mandar la ubicación de su casa para evitar pérdidas (me cuesta recordar cómo sobrevivíamos antes sin San Google Maps y sus chinchetas): calle Juliana Izquierdo. ¡Por las diosas, una calle con nombre de mujer que no es Santa! Porque Santa Ana y Santa Teresa ya sabemos quién fueron y por qué están ahí, pero ¿quién fue esa tal Juliana? ¿Y Helena Lumbreras, que da nombre a la calle paralela, o Ángeles Gasset, con su calle también en ese barrio? Si bajamos al Terminillo tenemos a Luisa de Sigea, a Elvira Daudet, a Magdalena de Santiago-Fuentes…
Si seguimos deambulando por la zona, Carmen de Burgos se junta con María Luisa Menéndez Calleja y acaba en la que se ha convertido en mi favorita: en Cuenca ya tenemos una Avenida de la Igualdad, a la que desde aquí os invito a acercaros para que comprobéis la fantástica metáfora urbanística que refleja lo mucho que queda por construir y la ironía de un camino que aún parece que quieren que no lleve a ninguna parte. Por si no os apetece el paseo, San Maps nos vuelve a salvar:
Calle, callejón o avenida… permitidnos que no nos conformemos con este intento fallido de visibilidad en los barrios periféricos de la ciudad (aunque el nuevo hospital pueda llegar en 203*, no nos veo tomando el helado o haciendo los recados por allí a diario) y que desde esta revista queramos poner el foco en todas las mujeres conquenses, nacidas o acogidas, que también fueron ilustres y de las que demasiado poco se nos ha contado.
Igual que Ska-p preguntaba por sus colegas, a mí ahora me gustaría saber “mis mujeres, ¿dónde están?” Y con esta pregunta que me lleva rondando desde hace meses, o más bien con la intención de darle respuesta, es con la que nace con los Ojos del Júcar una versión más sorora de la serie que inició Fermín Caballero: “Las Conquenses Ilustres”. Con el artículo delante para que nadie se espante ni confunda porque, aunque ambas “es” irían dentro del supuesto masculino genérico del que ya hablé y volveré a hablar, ya hemos aprendido que a veces sí, a veces no, y en este caso quedó claro que muy inclusivo precisamente no era.
Ya tenemos la calle; pongámosle cara, contemos su historia, démosle voz. Estas mujeres son nuestra historia, pero una historia no existe si no la recordamos, y no la recordamos si nadie nos la narra.
Así, para ponerles cara, contar su historia y darles voz, contaremos con la escritora conquense y colaboradora de los Ojos del Júcar, Luz González Rubio, quien ya nos ha iluminado un poco sobre figuras como Luisa Sigea, Constanza Manuel, Carmen Caamaño o Pilar Rius [2] y quien pronto nos hablará de Carmen del Barrio, primera y única mujer candidata por Cuenca a las elecciones durante la República.
Cerramos este artículo a modo prólogo invitándoos a pasear estas calles, a buscar las que aún no están y a ayudarnos a contar en cada número la historia de Una Ilustre Conquense más; eso siempre, como decía Fermín, “caso de que la edad y la salud nos permitan proseguirlos, sin orden cronológico, ni alfabético, ni otro alguno preconcebido”. Le tomamos el relevo.