LO DE LA HABITACIÓN PROPIA

LO DE LA HABITACIÓN PROPIA

Era el año 1929 cuando Virginia Woolf, en el discurso que luego se constituiría como el ensayo “Una habitación propia”, se dirigía a un grupo de jóvenes muchachas estudiantes reflexionando sobre las condiciones necesarias para que una mujer desarrolle su potencial creativo.

 Para escribir una novela, decía Virginia, una mujer necesitaría dos cosas: 500 libras al año y una habitación con un pestillo en la puerta. Libertad económica, espacio personal.

 

Dentro de este discurso, de sobra conocido, una pequeña reflexión llamó mi atención: Hablando acerca de la mencionada habitación propia, Virginia no se engañaba pensando que ella o las que le escuchaban poseían cualidades extraordinarias, sino que englobaba dentro del término de mujeres creadoras a todas las mujeres. Para ella, el potencial creador de todas las generaciones de mujeres anteriores descansaba como una responsabilidad sobre las que estaban allí presentes, sobre todas nosotras, y afirmaba que este potencial también se encontraba “en todas aquellas mujeres que no están aquí esta noche porque están lavando los platos y poniendo a los niños en la cama.”

 

Claro.

 

¿Cómo va a una a ponerse a escribir una novela (léase administrar una empresa, impartir una clase, investigar una vacuna, escribir una tesis, diseñar un edificio…) si mientras tiene que estar amamantando a un bebé y preparando la comida de otro? ¿Cómo hacerlo mientras se limpia la casa, y se lava la ropa, y se cuida a los niños y se hace la compra? Tampoco podía una ponerse a escribir libritos cuando, años antes, en lugar de poner la lavadora lo que había que hacer era labrar la tierra, echar la simiente y recoger la cosecha. Porque un recetario no es literatura, aunque sea más creativo ingeniárselas para alimentar a una familia con tres mondas de patata que escribir la enésima novela de caballerías. No dan un premio Nobel por bordar ajuares para las hijas que se casan, por preparar manteles, por tejer alfombras y tapices, por hacer jerséis de lana a los nietos o por coser la piel de los animales. No sabemos quién inventó lo de Duérmete Niño o los Cinco Lobitos, no fueron sinfonías interpretadas por una filarmónica, aunque nos hayan acompañado en la cuna a todos. Los venenos, los ungüentos, las medicinas, las cataplasmas, las infusiones.

 

Todo, llevado a cabo, sin un pestillo en la puerta. O incluso, en algunas ocasiones, con el pestillo colocado por fuera. Toda la creatividad desparramada en el terreno doméstico, en una bacanal de la creación y del cuidado. La totalidad del conocimiento filosófico, literario y artístico de la época prescindiendo de nosotras, de nuestro buen entendimiento, de nuestra sensibilidad al otro, de una creatividad dada por naturaleza.

 

Lo rescato hoy por dos motivos:  El primero de ellos para que recordemos que el pestillo, en gran parte de las ocasiones, tiende a ser mental, y que somos nosotras las encargadas de cerrarlo, de preservar nuestros propios espacios.

 

La segunda para que — deslumbradas por el reconocimiento, los galardones y los grandes puestos —no nos conformemos con la reivindicación y menospreciemos todo lo que sí han creado generaciones anteriores. Nosotras, hicimos de nuestras casas hogares, y comunidad nuestras tribus. Que no se nos ocurra olvidar que fuimos la tierra fértil sobre la que se construyó la historia.

Fuente: Pexels

Esta entrada tiene 3 comentarios

  1. Luz González Rubio

    Añadiría que fuimos protagonistas anónimas de la historia oficial y que tenemos que unirnos para que no nos sigan borrando de ella. Me gustaría tener un encuentro con vosotras en cualquier rincón de Cuenca, Altea, Carmen, Antia, María….colaboradoras de Los Ojos del Júcar y demás….

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