Los escasos artículos que hay sobre Notburga de Haro coinciden en señalar que fue la primera mujer castellanomanchega en publicar en prensa y la primera periodista, la primera traductora y la primera escritora con firma conquense. Elogios por ser la primera y alguna lamentación porque interrumpiera su actividad, tan prometedora, al casarse. Ninguna sospecha de qué pudo pasar para que se casara con su tío, treinta años mayor que ella, y que se alejara del ambiente cultural madrileño y del periódico donde, seguramente, tanto esfuerzo le habría costado llegar a publicar. Tanto trabajo para encerrarse en un pueblo y no escribir más, debería sorprendernos.
Podría ser que, en el futuro, cuando se realicen más trabajos de recuperación de la memoria de las mujeres, encontremos que hubo otras antes que ella, pioneras en escribir y publicar, hoy olvidadas también. Estamos empezando en esta tarea de la recuperación. Una muestra de ello es un programa de la Cadena Ser, donde la periodista lamenta que la carrera prometedora de Notburga hubiera quedado truncada con su boda, ya que la única obra suya que se conoce la hizo antes de casare.
De lo poco que sabemos de Notburga están el lugar y fecha de nacimiento, un pueblo de Cuenca, El Provencio, el 3 de noviembre de 1853. Contemporánea por tanto de doña Emilia Pardo Bazán, solo una década anterior al nacimiento de Carmen de Burgos, una época en la que ya había sufragistas en Inglaterra y escritoras de nombre conocido en otros países vecinos. Las mujeres podían votar ya en Alemania, Austria o Suecia, y en algunos de los estados de América del Norte.
La preocupación por la educación de la mujer había llegado también a Cuenca. Notburga tenía cinco años cuando el político y escritor conquense don Severo Catalina (1832-1871) publicó La mujer. Apuntes para un libro, en el que se decía: “la historia de la humanidad no podrá escribirse en tanto que la educación se limite a una parte de la humanidad. El mundo no sabe todavía lo que es la mujer, porque la sociedad le cierra la boca, desde que nace hasta que muere”. Indudablemente, este libro, muy famoso en su tiempo y editado varias veces, debió de figurar en lugar preferente en las casas de todas las familias conquenses cultas. Y la de Notburga era una de ellas.
Su padre, Justo de Haro, natural de El Provencio, era médico en la Corte, de ahí que vivieran en Madrid durante un tiempo, y su madre, Manuela Pacheco, era natural de otro pueblo de Cuenca, San Clemente.
Las hijas del matrimonio, al menos tres de ellas de las que se tiene noticia, recibieron una amplia educación. En el caso de Notburga estaban los idiomas, ya que tradujo del francés varias obras, además de tener cierta actividad literaria, porque aparece en el catálogo de Literatas españolas del Siglo XIX, de Ramón Criado, publicado a fines de ese siglo, todavía en vida de Notburga. Si bien, retirada en El Provencio desde la jubilación del marido, en 1986, y sin publicar nada desde que se casó en 1874.
No hay más noticias de ella que la concesión de una pensión del Ministerio de la Guerra de 1125 pesetas, a la muerte de su marido en 1988, y la fecha de su prematura muerte, a los 55 años, el 3 de abril de 1909.
¿Qué hizo Notburga, viuda y sin hijos, en El Provencio? ¿Quemaría los papeles en los que consignaría la frustración de aquel matrimonio? ¿Echaría de menos la vida activa que había tenido en Madrid? ¿O habría sido tan feliz con su tío que no sentiría más nostalgia que la de su compañía? ¿Por qué no se ha encontrado ningún testimonio de su vida más allá de su matrimonio?
Esa ausencia se presta a diversas interpretaciones. No es creíble que una mujer con una notable actividad intelectual no la siguiera teniendo, máxime cuando no había hijos que ocuparan su tiempo. Seguro que debió de seguir escribiendo. ¿Por qué no publicó entonces? Y si mantuvo escondidos sus escritos, ¿por qué fue?
Caben varias respuestas para este silencio. Una razón para su retirada del mundo se explicaría por el contexto histórico, la situación de la mujer en su época. Debió de sufrir por parte de su entorno familiar y social muchas presiones en su carrera periodística. No sabemos qué obstáculos debió salvar para ocupar aquel lugar en la prensa del momento. Quizá no le valiera la pena sufrir tanto y prefirió la seguridad que le ofrecía el matrimonio. Y después, una vez viuda, la tranquilidad del anonimato y la vida campestre en El Provencio, lejos del mundanal ruido de la Corte.
Sabemos de mujeres que remontaron las dificultades que la sociedad ponía a su género y escribieron; quizá Notburga también lo hizo, pero sin atreverse a publicar. Puede que algún día nos sorprendamos de encontrar textos suyos, escondidos en cualquier parte.
Otras mujeres escritoras lo tuvieron mucho más fácil, por ejemplo, doña Emilia, dos años mayor que ella, también hija única, pero que tenía un padre liberal que la apoyó siempre, y un marido del que pudo separarse muy pronto. En cambio, Notburga, aunque hubiera conseguido el apoyo paternal en su infancia y primera juventud, que le permitió acceder a la educación y publicar aquellas obras en los periódicos, perdió su libertad al casarse. Aunque no tuviera hijos, tendría que ocuparse del marido, treinta años mayor que ella, seguramente con los achaques de la edad, y probablemente celoso de tener una mujer tan joven y valiosa por esposa.
Además, Notburga, como conquense, tendría muy cerca aquel libro del insigne escritor, y admirado en toda Cuenca, don Severo Catalina, en el que hablaba de la educación de la mujer. Se habría dejado seducir por aquellas palabras suyas de que no habría progreso sin la educación de la mitad de la humanidad. Y con el reclamo de estas palabras engañosas, aceptó el libro entero, incluso otras frases suyas como esta: “Toda la poca gracia que nos hacen los marimachos esprit forts nos conmueven las sencillas almas que creen y rezan. ¡Cuán hermosa es la mujer en el templo arrodillada!”
Y por si fuera poco esta diatriba contra la mujer fuerte, don Severo recordaba en su libro unos versos de otro famoso contemporáneo, el escritor Ayala, que en su Estrella de Madrid decía: “La mujer que ama a sus hijos con tibieza/ Que no cose y que no reza/ Honrada no puede ser.” (1851: 45)
Notburga elegiría ser “honrada”, y se quedó en su casa de El Provencio cosiendo y rezando, aunque sin hijos.
Quizá en algún momento le vendría el recuerdo de otros modelos de mujer, las escritoras francesas que había traducido, y sus ideas progresistas, si bien, seguramente, en Cuenca, serían tenidas por libertinas. Tenía que olvidarse de aquellas obras que había publicado en La Iberia, periódicamente, en forma de folletín: El gabinete azul, de la condesa Dash, La juventud de Mirabeau, de Luisa Colet y Un amigo diabólico, por A. de Gondrecourt.
Contra aquellos recuerdos estaba el contrapeso de la autoridad del escritor conquense, admirado por todos, que conocía a George Sand, la escritora que había venido a Mallorca disfrazada de hombre a vivir en adulterio con el músico Chopin. Don Severo aconsejaba amar, pero no como la francesa, sino cristianamente: “Amad: este es el único bien que hay en la vida. Así lo ha escrito Jorge Sand. Permitámonos añadir un adverbio, y será la expresión mucho más bella. Amad cristianamente: este es el único bien que hay en la vida.” (1851: 86)
El capítulo II, La Modestia, empezaba diciendo: “El principal secreto de la educación no consiste en formar mujeres sabias: debe consistir en formar mujeres modestas”. Mientras que el referido al Amor termina con esta recomendación: “Conviene que las mujeres amen mucho, pero honestamente, y escriban poco, pero de tarde en tarde.” (1851: 78)
Quizá hubiéramos tenido una escritora como las francesas que don Severo Catalina cita, o como doña Emilia Pardo Bazán, si hubiera tenido un padre que la hubiera apoyado en su carrera o se hubiera separado del marido si no le dejaba escribir. Por el contrario, Notburga, que, con toda seguridad, leyó a Don Severo, siguió sus consejos y se dedicó al amor por entero. Si escribió algo después de aquella boda a los veinte años, poco o mucho, “por amor”, seguramente, no se atrevió a publicarlo.
Mejor hubiera sido que en vez de hacerle caso al conquense, le hubiera hecho caso a su prologuista, don Ramón de Campoamor, que aconsejaba a las mujeres quemar aquel libro: “Soplad, soplad todas a esa hoguera, pues ese libro es la historia de vuestros extravíos y de vuestras ridiculeces. Su autor os persigue a todas partes para hacer vuestra autopsia con una galantería muy pérfida.” (1851: 13)
Notburga, sin duda, se dejó influir por las ideas del autor, que con una apariencia de progresismo o de galantería, como dice Campoamor, seguía considerando a las mujeres inferiores a los hombres.
Qué pena, que conociendo la obra de madame de Stäel, la única frase suya que cita el conquense en su libro sea: “El amor es todo para la mujer”. (1851: 56) Solo esto, nada de las muestras de independencia y valor de esta escritora, la única persona de su tiempo capaz de enfrentarse a Napoleón.
Unas líneas más adelante, en ese mismo capítulo, don Severo añade: “Si las mujeres supieran escribir…” (1851: 57). Cabría preguntarle: Pero señor, ¿no acaba usted de citar a “madama” Stäel? ¿Es que no le merece su aprobación como escritora?
Hubo otros varones en el siglo pasado que escribieron sobre las literatas, aunque algunos se limitaran a señalar su presencia en diccionarios, gracias a los cuales podemos tener noticia de su existencia e indagar hoy sobre su vida y obras. Es el caso de Literatas españolas y Escritores y eruditas, de Criado y Domínguez, o Escritores y eruditas españolas, de Ignacio Parada (nótese el sexismo del título, pone “escritores” y solo habla de escritoras). Sin embargo, tiene el mérito de hablar no solo de Notburga, sino también de dos hermanas suyas. Desgraciadamente, la única información que he conseguido de estas escritoras conquenses, hasta la fecha, son las de este libro, escrito en 1881, cuando aún vivían las tres hermanas. Refiriéndose a la obra de Notburga, interrumpida tras su boda, dice: “No ha vuelto a dar ninguna otra producción ocupada en sus atenciones a la familia. Sus hermanas menores Pura y Dolores manifiestan seguir sus mismos instintos literarios, y de la primera conocemos una novela original y de la segunda algunas composiciones poéticas señalándose esta última en el cultivo de la pintura de la que ha ofrecido bellos fruteros en la última muestra la exposición de Bellas Artes.” (1881: 275).
Además de una calle con su nombre en la ciudad de Cuenca, en su localidad natal, El Provencio, se recuerda a la hermana mayor con el nombre que lleva la Biblioteca Municipal y con el Premio Literario de Relato Corto «NOTBURGA DE HARO».
Bibliografía
- Criado y Domínguez, Juan P. (1889), Literatas españolas del siglo XIX. Apuntes bibliográficos. Madrid.
- Lara Parra, Mª José (2020). La primera castellanomanchega en publicar en prensa era provenciana. (Cadena Ser, Radio azul).
- Catalina, Severo (1851). La mujer. Apuntes para un libro. Madrid: Editorial Austral.
- Parada, Diego I (1881). Escritores y eruditas españolas: 6 Apuntes y noticias para servir á una historia del ingenio y cultura literaria de las mujeres españolas, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, con inclusión de diversas escritoras portuguesas é hisparono-americanas. Tomo primero. M. Minuesa.
- Fernández y Fernández, Mª Cristina. Notburga de Haro, una provenciana en la prensa del siglo XIX. Enlace: https://www.elprovencio.com/nuestro-excmo-ayuntamiento-rinde-homenaje-a-notburga-de-haro-en-el-dia-del-libro/