María Muelas Gil.
Doctora en Lingüística Cognitiva
Docente y socia de 123 EducaFem
J: Han trasladado mi despacho a un cuchitril subterráneo en el pabellón deportivo. Al resto de docentes de mi rango, todos ellos hombres, no los han trasladado.
C: ¿Qué relación tiene con el director? ¿Se lo ha comentado a él?
J: A ella.
C: (risa nerviosa). Lo siento. Ella. Debería denunciarme.
Pongámonos en situación: Joan, una profesora universitaria con más de 30 años de docencia a las espaldas, acude a la oficina de igualdad a dar constancia de un caso de discriminación de género que se ha dado en su departamento. Cuando la encargada de la oficina quiere saber si su director (¡ay, perdón, directora!) está al corriente, comete el “error” de asumir que es un hombre el que está al mando.
Si bien esta escena es de la última serie encabezada por Sandra Oh (la querida Dra. Yang de Anatomía de Grey), la ficción que vemos en The Chair (La directora, en su traducción al español) no se aleja tanto de nuestra realidad. Una realidad que, por mucho que siga pesando reconocer en ciertas esferas (que no se me moleste la RAE), ha sido y sigue siendo androcentrista y sexista.
Asumimos que los cargos de mando los desempeñan hombres porque así lo hemos vivido, escuchado, leído y mamado desde que tenemos uso de razón. Porque estaba el abogado y su secretaria, el piloto y la azafata, y quien nos recetaba el delicioso Dalsy era el médico, pero quien nos ponía el pinchazo, la enfermera. Aún, en pleno s. XXI, he tenido que ver que en la puerta de la consulta de mi padre pone “enfermera Muelas” porque así vino la tirada de las placas cuando abrieron el centro de salud y, ea, ¿qué le vamos a hacer? De estereotipos va esta fiesta y de ellos vamos a hablar. Bueno, de eso, y de cómo ponerles fin.
Samuel Johnson, poeta y crítico literario, dijo allá por el siglo XVIII que “el lenguaje es el vestido del pensamiento”, una mera decoración (tiene gracia que usara la palabra ‘vestido’ y no ‘traje’, porque bien sabemos que las que se tenían – ¿tienen? – que decorar eran las mujeres). Tras ser cuestionado por otros literatos y críticos de la época (que no es que no hubiera literatas y críticas, pero su voz o bien contaba poco o bien se escondía en Anónimo), se propuso otra metáfora que a mí me gusta más: el lenguaje es el disfraz del pensamiento, y con él podemos, por tanto, ser y hacer lo que queramos. Si la nueva camiseta de mi compañero de trabajo me hace daño a los ojos de lo horrible que es, usaré, por su bien y por el mío, el disfraz de “tu camiseta es…diferente”. Que desde el gobierno nos digan que vienen “ayudas financieras” en lugar de “rescates” también es un disfraz, uno que no se han puesto a la ligera porque saben el efecto que tienen las palabras en quienes las escuchan. Saben que el lenguaje es uno de los mejores dones del ser humano, una de las mejores herramientas que nos distinguen del mundo animal.
Pero dejémonos de metáforas y volvamos a los estereotipos: ¿qué tienen que ver el disfraz y la herramienta con lo que os venía yo diciendo del médico y la enfermera, el director y la secretaria, el chef y la cocinera? Pues todo, tienen todo que ver.
Entendemos estereotipo como una preconcepción mental generalizada que tenemos y que nos ayuda a simplificar, categorizar y facilitar la percepción de todo aquello que nos rodea; el diccionario va más lejos y dice que es algo, además, con carácter inmutable. Vamos, que no hay tu tía y no los vamos a cambiar: mujer al volante peligro constante, ponte recta que eres una señorita, los niños no lloran, juegas al fútbol como una niña… Y un largo etcétera de estereotipos con los que somos ametrallados desde la infancia y que asumimos como verdades universales hasta el punto de casi darles la razón. Pues hasta aquí hemos llegado.
“Las palabras y sus significados no son neutros, sino que producen, reproducen y, sobre todo, fijan esa realidad”
María Martín.
Uno de los principios de la lingüística cognitiva es que el lenguaje, si bien tiene una parte innata, se desarrolla en cada persona según el contexto social y cultural de los hablantes de la lengua en cuestión. En otras palabras: que todo lo que vemos, percibimos y, sobre todo, escuchamos, queda reflejado en el lenguaje… And the other way round (y viceversa): el lenguaje que usamos es parte de ese contexto social y cultural que irremediablemente va a impregnar y a marcar a quien nos escucha, sobre todo a quien no tenga aún desarrollada la capacidad de pensamiento crítico (id est, las y los peques).
Si vivimos en una realidad sexista, las preconcepciones sociales generalizadas que tenemos son sexistas, estereotipos que forman parte de ese contexto en el que se crea el lenguaje sexista, que a su vez genera y perpetúa una realidad… ¡bingo!, sexista. Y vuelta la burra al trigo.
Es nuestra la responsabilidad de romper este círculo vicioso. La historia nos ha enseñado que fue gracias a locos que cuestionaron la norma que conseguimos evolucionar, que no hay cambio sin una cuestión previa. Pues empecemos por cuestionarnos qué pasaría si hubiesen sido mujeres y no hombres quienes pusieron las normas desde el principio, si hubiésemos sido nosotras las que primero votaron, estudiaron, trabajaron y decidieron.
Yo empecé a preguntarme hace tiempo por qué, en un aula en la que tengo 29 chicas y 2 chicos, tenía que decir “buenos días a todos”. Hace unos días leía “primer día de clase de los nuevos alumnos de X” en una red social y cuál fue mi sorpresa al ver que en la foto había ocho alumnas y un alumno, ¡uno! Al día siguiente vi un tweet de una docente conquense que decía “bienvenidas y bienvenidos al nuevo curso”, y me hizo sonreír y pensar que vamos dando pasitos. Pequeños, eso sí, porque según escribo estas líneas me entra un correo anunciando el “XLIX ciclo de grandes autores e intérpretes de la música”. ¡Que las nombréis, leches! Y es que nos queda mucho por hacer. Mirad el siguiente ejercicio sacado de un libro de texto de inglés aún usado en 1º de la ESO:
¿Hay alguien ahí? ¿Dónde estamos? ¿Tan difícil era reflejar que también hay arquitectas, inventoras, presentadoras, políticas y pilotas? Un momento… ¿qué pasa con chef? ¿Tendremos como en francés, de donde heredamos el término, voz para el femenino? Veamos qué dice el diccionario:
Ah, que no. Que no solo no la tenemos, sino que su definición, por mucho que incluya ese “y f.”, solo habla del jefe. Con e.
Docentes, nos toca abrir los libros y ver cuánto estereotipo hay en el material que usamos, porque este tema se las trae, y que no os digan lo contrario.
Recapitulando metáforas, el lenguaje es un vestido, un disfraz, un arma, una herramienta. Yo os propongo otra más: que el lenguaje sea un juego. Pero uno en el que las normas se cuestionen. No vengo yo aquí a decir ni a defender que en cada frase tengamos que desdoblar, porque sí, “los estudiantes y las estudiantes que sean admitidos y admitidas hablarán con el profesor o la profesora encargado o encargada…” es indefendible, pero tampoco incuestionable. Por eso sí os vengo a decir que insistamos en la médica, en la presidenta, en la árbitra, en el enfermero, en el bailarín y en el bibliotecario. Que basta de decir que los niños no lloran y que la niña que juega al fútbol es marimacho.
Que dejemos los patrones para la modista y el modisto.
Que contribuyamos con el lenguaje a crear otra realidad.
Que juguemos con él, que lo cuestionemos, que usemos esa herramienta y que pensemos bien con qué disfraz queremos que nos vea quien nos escucha.
El castellano es una lengua demasiado rica como para no usar todos sus recursos y sus hablantes tenemos una capacidad de expresión demasiado poderosa como para no exprimirla y experimentarla. ¿En serio criticamos y cuestionamos toda decisión política la dicte quien la dicte y no vamos a cuestionar normas lingüísticas impuestas hace más de 200 años? Además, si el lenguaje está en constante evolución y por eso ya no nos suena tan raro escuchar influencer y guasapear, ¿tan utópico es pedir que sus hablantes evolucionemos también?
Ah, por cierto, que en este artículo he usado el supuesto masculino “genérico”, el desdoble, el femenino antepuesto al masculino, la voz pasiva, el pronombre ‘quienes’, el genérico universal ‘personas’… y tampoco creo que se haya acabado el mundo ni a nadie le sangren los ojos, ¿verdad?
Referencias
Johnson, S. & Lonsdale, R. H. (2006). The lives of the most eminent English poets: With critical observations on their works. Oxford, UK: Clarendon Press.
Lorenzo, Mª Ángeles (28 nov. 2019). Háblame bien. Comunicación y Género. https://www.comunicacionygenero.com/hablame-bien/
Martín Barranco, M. (2020). Mujer tenías que ser: La contrucción de lo femenino a través del lenguaje. Madrid: Catarata