Me habían dicho de Aurora que era una mujer atípica, excepcional, buena persona, poeta y que se salía de lo corriente. Cuando la conocí comprobé que todo eso era cierto, pero además descubrí su vena solidaria y política, ambas unidas indisolublemente. Su implicación política era la acción directa, participando en la asociación de vecinos al frente de un grupo de teatro del barrio, con sus recitales y con sus escritos. Con el tiempo, a través de estas actividades culturales en el barrio, se implicó políticamente a un nivel más amplio. Su último libro, Carne de cañón, da cuenta de sus reflexiones en torno a lo que supuso el movimiento del 15 M, en Madrid. Junto a los jóvenes de su barrio, y los que como ella no eran tan jóvenes, vivió este movimiento muy activamente, con grandes esperanzas de cambios sociales, y esperanzas de mejorar el mundo, al menos, mejorar la vida en nuestro país. Precisamente, el reconocimiento social mayor que ha tenido Aurora ha sido fruto de aquel compromiso que adquirió con su barrio en asambleas, obras de teatro, poesía y acciones diversas. Un reconocimiento que impulsó al movimiento vecinal madrileño a proponer su nombre para la plaza donde ella se reunía con los activistas más jóvenes a intentar cambiar el mundo.

Aurora tenía más de setenta años cuando ocurría esto que estoy contando. Pero su solidaridad, su compromiso y su afán renovador le venía de antiguo. Para describirla mejor habrá que remontarse a su lugar de origen, Albalate de las Nogueras, pueblo conquense en el que nació en 1937.
En este pueblo pasó su infancia y allí tenía su casa, llena de recuerdos. En ella pasaba los veranos, escribía y dirigía, también, un grupo de teatro. Algún año, acudí con ella, desde allí, a la Semana de Poesía de Priego, de la que era asidua participante.
En su pueblo de Albalate ejerció como maestra de primera enseñanza, después de haberlo hecho en varios pueblos de Cuenca: El Cañaveral, una Aldea de Mira, sepultada luego por el embalse de Contreras, en Villar de Cañas, y Ribagorda. También trabajó en una escuela de un suburbio en Valencia y en Alicante, hasta conseguir plaza en Madrid, en el Instituto Beatriz Galindo en el que se jubiló.
En Madrid hizo la carrera de Geografía e Historia, mientras trabajaba y criaba a sus cuatro hijos. Le gustaba bromear en las presentaciones a mis amigas diciendo que era madre soltera de cuatro hijos, porque no se había casado con su marido (sic). Otras veces decía que era viuda. No sé si se había casado o no con el padre de sus hijos, la verdad es que no conseguí averiguarlo nunca. Puede que lo de madre soltera de cuatro hijos, ¡en un pueblo de Cuenca, en aquellos años de postguerra!, se tratara solo de una broma. La conocí viviendo sola en su casa madrileña del barrio de la Guindalera, al que luego se iría un hijo a vivir con ella. Tenía muchos recuerdos del padre de sus hijos, que había sido militar, o de familia de militares, algo muy contrario a su manera de pensar de aquel momento. Me confesó que se habían querido mucho, pero que nunca habían tenido en común gran cosa, excepto los cuatro hijos, claro.
Aurora tenía sentido del humor. Decía que estaba feliz siendo vieja, porque era la etapa de su vida en la que podía dedicarse a lo que había querido hacer siempre: escribir y hacer teatro. Realmente, empezó a publicar sus libros una vez jubilada, aunque siempre había compuesto poesías. Decía compuesto, y no escrito, porque muchas las hacía oralmente, lo hacía de memoria y le encantaba recitarlas.
Fui con ella a algunos encuentros literarios en Madrid; recuerdo la presentación de un libro suyo en el Café Comercial y tener charlas con ella y su editor de Vitrubio. Después, su libro póstumo ha sido editado por Lastura, y creo que le hubiera encantado leer la necrológica que esta editorial escribió sobre ella. Desafortunadamente, no pudo disfrutar del reconocimiento que le hicieron sus vecinos del barrio, que querían mostrarle su agradecimiento en vida con una fiesta homenaje. Debido a sus problemas de salud fueron postponiendo la fecha y tuvo que hacerse de manera póstuma.
En su pueblo, Albalate de las Nogueras, también tuvo el reconocimiento póstumo, el mismo año de su fallecimiento, con un recital poético-musical, organizado por la Asociación de Amigos del Pueblo Libro, de la que era socia fundadora.
El pleno del Ayuntamiento de Madrid acordó el 21 de marzo de 2019 fijar el nombre de Aurora Auñón en un jardín del distrito de Salamanca situado entre las calles Andrés Tamayo, José Picón y Pilar de Zaragoza. La propuesta partió de los vecinos por su contribución a la vida cultural del barrio de la Guindalera, donde vivía.
Entre las obras publicadas de Aurora figuran una novela, Los trabajos y los días, tres libros de poemas, Techo y raíces, Versos dispersos y Tiempo al tiempo, y el ensayo Carne de cañón. Como justificación y aliento del 15 M.

Su último libro, que apareció el mismo año de su fallecimiento, fue la colección de poemas Tiempo en el tiempo, en la editorial castellanomanchega Lastura. Sus versos, llenos de alegría vital, son una celebración de la vida y del amor.
Aurora falleció en Madrid, en febrero del 2018. Aunque hizo el Bachillerato en el instituto Alfonso VIII, donde también formaba parte del grupo de teatro, estuvo en Magisterio en la Escuela Normal y fue en los pueblos de esta provincia donde empezó a trabajar de maestra. Todavía no tiene ninguna calle en Cuenca, su provincia y su casa donde, aunque residiera en Madrid, todos los años venía.