LAS CONQUENSES ILUSTRES IX: Asunción Cea Bermúdez, la escritora de las Pedroñeras que aún no figura en nuestro callejero.

LAS CONQUENSES ILUSTRES IX: Asunción Cea Bermúdez, la escritora de las Pedroñeras que aún no figura en nuestro callejero.

La escritora Asunción Zea-Bermúdez, Cea Bermúdez o Cea de Bermúdez, de estas tres maneras aparece escrito su apellido, era hija de Francisco Cea Bermúdez, segundo conde de Colombí, y de Rosaura Montoya y Pereira, nacida en Mota del Cuervo (Cuenca) en 1862. Nació, vivió, y escribió la mayor parte de sus obras en Las Pedroñeras.

Imagen 1: Asunción Cea Bermúdez, retrato. Fuente: Wikipedia

Fue un amigo de este pueblo conquense, Fabricio Martínez, quien me habló de ella. Le conté que estaba escribiendo artículos sobre mujeres ilustres de Cuenca y recordó a una escritora de su pueblo que se llamaba Asunción Cea Bermúdez, que tenía una calle con su nombre. También había visto algún libro suyo en la escuela, cuando era pequeño, pero no sabía cuál era el título, ni tampoco había vuelto a ver ninguno más de su autora, de la que no pudo darme más detalles. Así que me puse a buscar información sobre ella en Internet, puse su nombre en Google y encontré tres libros suyos digitalizados, que cito en la bibliografía.

 

Doña Asunción tenía valor por sí misma, al margen del apellido de su famoso abuelo, que nombre a una céntrica calle en Madrid.  Nuestra ilustre conquense era nieta de Francisco Cea Bermúdez, embajador plenipotenciario en Londres, San Petersburgo y Constantinopla. Se casó con un señor del que solo se conoce el nombre, Jesús Contreras y Arcas, que murió en Las Pedroñeras, y la fecha en la que se casó con Asunción. Esos son los únicos datos que he encontrado suyos. Bueno, y que tuvieron una hija, María Esperanza, que sobrevivió a su madre solamente dos años. Murió en Málaga, en1938, con cuarenta y cuatro años. De su marido, en cambio, sí hay más datos, pues se dedicó a recopilar folklore andaluz que publicó en algunos libros, como Sal y sol de Andalucía, ¡Al son de la prima…y el bordón!, que firmaba con el título que había conseguido a través de su mujer, el de Conde de Colombí. Además, le dio un hijo, José Ballesteros Contreras, Pepito. El conde consorte, nada más quedarse viudo, se casó con otra, pero se siguió llamando “conde”.

 

Doña Asunción, con esta única hija, no debía tener mucho trabajo. Podía haberse limitado como otras damas de su posición a asistir a la ópera, o dar fiestas en su casa para casar bien a su niña, pero doña Asunción tenía otras aspiraciones que no eran las que su sociedad adjudicaba al género femenino. Doña Asunción se veía en la obligación de desarrollar todo su potencial humano, para eso había recibido una educación; no se dice si en casa, pero se supone que su madre tuvo que ver en ello.

 

Con ese bagaje de conocimientos ocultos, propios por lo demás de una devota católica que se interesa por extender su doctrina a las demás mujeres, escribe un libro que fue manual de obligada enseñanza en las escuelas de primaria. Se titulaba Compendio de la doctrina cristiana para el uso del apostolado de las doctrinasquien quiera puede leerlo hoy, porque está en Internet, es de libre acceso a través de la Biblioteca digital. Tal libro fue escrito pensando en la organización católica a la que pertenecía, llamada Socias del apostolado de las doctrinas.

Imagen 2: Cea Bermúdez en la revista Vida Manchega. Fuente: http://angelcarrascosotos.blogspot.com/

Otro libro suyo, publicado por la Diputación de Cuenca en 1905, recibe el título de Influencia de la mujer en la regeneración social de los católicos. En el libro atribuye a la mujer virtudes y cualidades naturales que se reforzarán si recibe una educación que la haría más fuerte, más tierna y dulce, con lo que el hombre saldrá ganando al tenerla de compañera. Habla de la necesidad que tiene la humanidad de favorecer la educación de la mujer para que haya progreso, si bien fundamenta los beneficios sociales de la educación de la mujer en función de los beneficios que supondría para el hombre: “La mujer, pues, es la base de la armonía social. Cuídese de educar convenientemente a la mujer y la regeneración del hombre será un hecho, ya que es indiscutible su influencia moral sobre el alma del hombre”. Más o menos, lo que dice la feminista norteamericana Betty Friedan en La mística de la feminidad (1963). A esta frase la siguen otras igualmente progresistas, pero con un rancio lenguaje de filtro católico, que les resta modernidad: “Justicia; justicia, rectitud de conciencia siempre la democracia y la libertad bien entendidas. Justicia y libertad de corazón para poder obrar el bien sin la sombra encubierta del error, que arrastra a tantos incautos hacia el abismo de la pérdida de la gracia creándoles fantasmas de ilusiones que jamás se realizan; pues que el bien no es más que uno y ese bien se halla en Dios; y sólo en El y en su santa doctrina” (1904: 30).


Si quitamos a la frase anterior las dos líneas últimas que hablan de la gracia y de Dios, podría figurar entre los objetivos de cualquier programa destinado a conseguir  sociedades más justas según el principio de igualdad. Relacionar la justicia con este principio de igualdad resulta muy novedoso para su época. Seguramente, los escritos de doña Asunción serían catecismo y ejemplo para sus contemporáneas y les ayudaría a avanzar en la demanda de los derechos que la sociedad de su tiempo les negaba, como este de la educación.


Es curiosa la dedicatoria de este libro, por lo que dice de esta institución en general: “En el lenguaje castellano se entiende por Diputación la asociación de personas idóneas, elegidas por la voluntad de un pueblo para representar y defender los intereses sociales y morales de ese pueblo”.  También lo es lo que agradece, en concreto a la de Cuenca:


Así, pues, el constarme, cual me consta, que la Diputación provincial de Cuenca se halla animada de ese noble y caritativo deseo, como ha demostrado varias veces con sus actos administrativos y de propia iniciativa, me presta alientos que me permiten exponer á su elevada consideración mi insignificante trabajo encaminado a facilitar á sus representados el cumplimiento de los deberes sociales y morales tal y como los enseña y ordena nuestro Santo Padre, Pio X, en sus Reglas de conducta, basadas en las Encíclicas del sabio é inmortal León XIII…”


En las dos obras, su autora expresa el fin didáctico con que las ha escrito y su interés en que “sus enseñanzas lleguen a todas las clases sociales, especialmente a las clases bajas”.


La tercera obra que se conserva digitalizada en el Instituto Cervantes tiene que ver con un asunto más literario, pues es un ensayo sobre el origen del autor de El Quijote. Se titula Post Núbila: sobre la verdadera cuna de Cervantes.


En la prensa, doña Asunción había mantenido una polémica con Antonio Castellanos sobre este tema. El polemista manchego mantenía que el lugar del nacimiento de Cervantes era Alcázar de San Juan, mientras que nuestra autora conquense mantenía que se trataba de Alcalá de Henares. Tras la discusión, recogió las conclusiones en un trabajo, que presentó el 24 de abril de 1916 al certamen literario celebrado en Albacete, por el que recibió un accésit. 


Otro escrito fuera del ámbito religioso es el prólogo que hizo a la obra de un paisano suyo, Julián Escudero Picazo, Vidas manchegas. Publicado en 1929.


Además, publicó una serie de artículos en la revista Vidas Manchega, que se pueden leer también en la Biblioteca Virtual del Centro de Estudios de Castilla La Mancha. En el número siete de esta revista aparece su artículo Crónicas de Cuenca, donde ve, en la publicación, “los desperezos de la adormecida y brava tierra que sacude su legendario letargo y apatía” (Vida Manchega, 7: 12).


En el titulado Una lágrima, escrito en Cuenca en 1912, habla de su patria chica, de sus horizontes inmensos donde acude en busca de la paz y el gozo del lugar en que nació. Recuerda al lector una inscripción que todavía estaba (y aún está), en una lápida a la entrada del cementerio de Pedroñeras, al lado de una puerta con rejas, por las que se puede ver el paisaje de tumbas del interior. Lo que no dice doña Asunción es que los versos de la inscripción pertenecen a un poema de Mariano José de Larra. Dicen: “Templo de la verdad es el que miras. / No desoigas la voz con que te advierte/ que todo es ilusión menos la muerte”.


Todavía más interesante, en mi opinión, es otro artículo titulado Inutilidad de las guerras, que, como su nombre indica, habla de tantas vidas humanas que se pierden inútilmente en ellas por culpa de la soberbia y avaricia de unos pocos.


Habría que leer sus obras sin sacarlas del contexto histórico en que se escribieron, en el que su modernidad se hace patente. Hoy, naturalmente, algunos argumentos suyos nos resultan anticuados, máxime si los comparamos con los de Concepción Arenal o Emilia Pardo Bazán, contemporáneas suyas.


La diferencia de estas dos madres del feminismo hispano con doña Asunción quizá tenga algo que ver con el área geográfica en la que vivieron. Mientras que en Madrid y La Coruña las mujeres viajaban por el mundo, como doña Emilia, y acudían a la universidad aunque fuera vestidas de hombre, como doña Concepción Arenal, doña Asunción, en Pedroñeras, todo lo más que viajaba era a Cuenca y no acudió a ninguna universidad, que se sepa. Aun así, sobresalió entre sus coetáneas, pidiendo para ellas el derecho a la educación con el que poder participar en igualdad en la transformación de la sociedad por un mundo más justo.

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