Al sur del término de Quero, limitando con el término de Alcázar de San Juan, el terreno parece querer hundirse. El mar de cultivos parece resbalarse hacia una isla de tierra salina, de trece hectáreas, que se encuentra escondida en su centro. Es la Laguna de los Carros y su carácter estrictamente endorreico, sólo permite ver sus aguas cuando la lluvia así lo desea. Parece una flor marchita y triste entre tostados campos.
Pero, a pesar de su aspecto regularmente seco, cada vez que su cubeta se llena de agua sucede lo que puede llamarse milagro. En su lecho de tierra estaban dormidas, esperando ser despertadas por la lluvia, semillas de algunas de las especies de plantas más especiales de nuestra tierra como el carófito Lamprothamnium papulosum, el musgo Riella helicophylla y la planta Althenia orientalis. Este catálogo de flora acuática halófila ha hecho que esta isla entre cultivos sea catalogada como Microreserva y Lugar de Importancia Comunitaria (LIC).
Desde esta laguna hacia el pueblo de Quero serpentea un camino que en primavera se llena de blancos, rojos y amarillos. Son margaritas, ababoles y jaramagos donde se posan los trigueros a chirriar sus melodías y entre los que asoman su rostro, avutardas y sisones. La mirada la cubren anchos campos de cereal donde antaño aparecían casas de campo o alquerías. Hoy, campos despeinados con la brisa del olvido que contrastan con los extendidos y dominantes viñedos manchegos de hoy en día.
Son estas espigas, altivas, verdes que esperan chamuscarse al sol, vestigios de una agricultura pasada, ¿será porque aún esperan ser cosechados por los quereños y quereñas con la hoz y la zoqueta? ¿querrán ser de nuevo acarreadas hasta las eras que bordeaban el pueblo? Y allí, bajo el dominante sol veraniego, ¿ser de nuevo trilladas con la paciencia y la fina dureza del pedernal? El cereal, cuna del pan, ha sido el motor de la vida, de la historia y de la sociedad.
El camino avanza y cruza entre restos de viejos albardinales, una diminuta corriente de agua abrumada por carrizos. Es el llamado cauce de la Sangría, rambla que se dirige a su encuentro con el Gigüela. Y entonces se unen por arte divina, el cereal y el agua. Porque también el cereal fue llevado durante tantos siglos a las mismas orillas del Gigüela para ser molido. Molinos con nombres del Herrero, de Montoya, de López Díaz, de Esteban Fernández o Carbonero que convirtieron estos cereales en polvo blanco, pobre y divino.
A la derecha, junto al cauce, se contempla un mordisco en una ondulada loma que ha permitido ver las blancas entrañas de la tierra: una cantera de yeso. Y es que aquí, al igual que el cereal para el estómago, fue el yeso para el hogar. Las casas y sus tapiales se enjalbegaban con la blancura del yeso. Yeso de esta comarca que, por cierto, mantiene unas propiedades únicas ya mencionadas en 1572 en las Relaciones Topográficas de Felipe II: pintar, desinfectar y mantener una frescura cuando el sol arreciaba.
Siguiendo paralelo el rumbo del cauce y queriendo buscar su origen, sobrepasa un puente de hormigón largo y corpulento. Pero este puente en lugar de salvar un río, salva campos de mil tierras. Son las vías históricas del ferrocarril que une Madrid con Alicante y que su llegada, en 1854, supuso para Quero, un punto de inflexión. Nueve años antes, el diccionario geográfico de Madoz (1845) lo había descrito como “pueblo arruinado y semipoblado en posguerra”.
Y finalmente tras pasar por debajo de los grandes machones del ferrocarril, aparece ante nuestros ojos una gran mancha blanca que brilla y resplandece en la llanura. La blancura llena el paisaje, inunda la mirada e incluso hace fruncir el ceño. Es la laguna Grande de Quero. Su cuna, su alma y su bandera. Y al fondo, el pueblo.
Y es que el pueblo de Quero es inentendible históricamente sin su laguna. Es una extensión del propio pueblo. Sus calles y arroyos desembocaban en sus brazos salinos. La propia espadaña de la iglesia, cuando juega con la luz, se refleja en ella. Este paisaje, desde otoño a primavera, juega con el blanco terroso de las orillas y con el blanco azulado de sus aguas. En verano, será todo una única sábana blanca recién lavada.
La Laguna Grande o de la Sal es un humedal endorreico hipersalino. Endorreico porque el agua sólo llega a esta cubeta de “vaso”, de 72 Ha, al igual que la de Los Carros, por la lluvia y la escorrentía. Hipersalino porque su fina lámina de agua alcanza una concentración de sal que incluso supera la del mar. Hecho trascendental que comparte con las cercanas lagunas Tirez, Peña Hueca y Lagunilla de la Sal. Porque aunque aquí no rugen las olas en las tormentas, ni alumbran faros en la noche ni descansan en sus playas lobos marinos, al aire de Quero lo impregna el aroma inmemorial de la sal.
Es este fenómeno consecuencia de un proceso que comenzó hace alrededor de doscientos millones de años. Son restos de depósitos salinos de un remoto mar interior al que fueron enterrando el imparable tiempo, los sedimentos. Ya en tiempos más recientes, las filtraciones de agua en algunos puntos van arrastrando las sales y elevándolas a la superficie, aflorando milagrosamente la costra de aquellos ancestrales depósitos salinos. Y, en días de verano, el actual sustrato arcilloso adornado de cristales de yeso, levanta y abomba la actual costra salina queriendo elevarla a los cielos. Por ello, algunas de las salinas más importantes de la Península, las encontramos en su interior. Corazón de sal, tierra y sol.
Esta alta concentración salina ha sido idónea para el trabajo de la obtención de la sal durante siglos. Desde el siglo XIV hasta el final del siglo XX queda documentada la extracción de sal en la Laguna Grande. Aún vuelan, aunque cada vez menos, sus historias llenas de quemazones y alfileres de sal, lo que refleja la gran dureza del trabajo de extracción.
Por su marcada estacionalidad, sus altos niveles de sal y especialmente su uso histórico relativo a la sal, conforman una personalidad singular a esta laguna. Por esta razón, apenas crecen en ella plantas acuáticas. Pero aunque su diversidad biológica es escasa, es de gran interés. En sus orillas suelen observarse el impaciente corretear de los chorlitejos patinegros; en sus aguas la esbelta silueta de la avoceta con su pico retorcido o el manto multicolor del tarro blanco, y en los cielos las macabras carcajadas de las gaviotas reidoras o el acompasada vuelo de las bellas pagazas piconegras. Por ello, fue declarada como Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA).
La laguna Grande de Quero acuna y da sentido al mismo pueblo. En sus proximidades se han encontrado raederas y vestigios de sílex de época paleolítica. Junto a la laguna se ha identificado el paso de una calzada romana y ya en la Edad Media como coincidencias del destino, queda establecido por señalamiento real que los ganados segovianos puedan aprovechar esta misma vieja vía romana y así utilizar los fértiles pastos de Quero. Esto quedó reflejado, en 1273, cuando la Mesta estableció, que junto a su Ermita de la Virgen de las Nieves, se reciba y una el ramal izquierdo de la Cañada Real Soriana Oriental y la Cañada Real de Cuenca o Cordel de los Torteros. Desde aquí siguen sus andares la “vereda” como aquí la conocen hacia el Sur. Y es que el término de Quero es cruce de caminos trashumantes e histórica tierra de pastos codiciados por segovianos y sanjuanistas.
Quizás fue la extracción de sus entrañas de sal el motivo de asentarse o pudo ser el entorno fértil de pastos los que conformaron unas circunstancias idóneas para establecerse. Pero la sal y la ganadería, elementos indivisibles e indispensables, forjaron la personalidad de Quero. A ellos se abrazaron los tapiales de las casas y las gentes que en ellas habitaron. La Laguna Grande está unida a Quero literal y metafóricamente. Desde tiempos remotos, su historia y su cultura manan de su naturaleza.
Aunque es un ejercicio aventurero imaginar su estado primero, pues ya sólo el entorno y la vegetación también ha sido esquilmada por el milenario pastoreo y su alma de sal ha transformado su vegetación del fondo. Pero ha sido en las últimas décadas cuando más daño ha recibido. La extracción tradicional de sal se transformó en una última agresiva explotación que la condenó a cambiar su forma y su color. A ello, se sumó el vertido de nutrientes. La laguna se fue diluyendo en el olvido.
El camino que une la Laguna de los Carros con la Laguna Grande de Quero es un paseo en el tiempo entre campos de cereales adornados con jaramagos, margaritas y ababoles primaverales. Un concierto estacional e inmemorial de cantos de alondras, calandrias y trigueros. Y es la propia Laguna Grande una extensión del propio pueblo, de sus calles, de sus gentes y de su historia. De la extracción de su sal se forjó todo un legado que desde los primeros documentos oficiales del siglo XIV perduraron hasta finales del siglo XX. Siempre fue Quero, flor de los rebaños manchegos, flor blanca de cristal afilado en medio de la parda llanura.
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Actuación financiada con cargo al programa de subvenciones en la Reserva de la Biosfera de la Mancha Húmeda, en el marco del Plan de Recuperación Transformación y Resiliencia financiado por la Unión Europea-Next Generation EU
Vestal es una consultoría que apuesta por el fomento del turismo cultural en el medio rural.
Vestal busca recuperar aquellos saberes ancestrales en riesgo de desaparición, así como poner este patrimonio etnográfico al servicio de la población de una manera atractiva, sirviendo de cimiento para el turismo cultural y la repoblación rural.