¿Alguna vez te has parado a pensar cómo es posible que año tras año, al llegar la primavera, tengamos la suerte de disfrutar de toda esa explosión de colores, fragancias y formas de flores silvestres que nos rodean? ¿Has pensado cómo conseguimos manzanas, fresas, melocotones, calabacines, sandías, melones, almendras y un largo etcétera en nuestros cultivos? Parece mágico, ¿verdad? A veces, dentro de nuestro ajetreado estilo de vida, tenemos que salir y dar un paseo por nuestra fascinante naturaleza, pararnos, y observar… Te darás cuenta de que, como dicen en las películas, la verdadera magia está en los pequeños detalles.
Y te diré por qué. Resulta que las plantas… ¡No saben ligar entre ellas! Entonces, ¿cómo consiguen darnos todos esos frutos? Se debe a que, a pesar de que entre ellas apenas se comunican, poseen las mejores técnicas de atracción hacia los agentes polinizadores. Desde agua, viento o animales, siendo este último el más preciso, pudiendo encontrar aves e incluso murciélagos, pasando por, los que nos conciernen en este artículo, los insectos polinizadores.
Escarabajos, moscas, abejas, avispas, abejorros y las mariposas con su embeleso. Todos estos pequeños y desapercibidos insectos son los responsables de la polinización, un proceso natural imprescindible para la vida. Este proceso consiste en la transmisión del polen que se encuentra en las anteras (órganos masculinos) de una flor hasta el estigma (órganos femeninos) de la misma flor o de otra, en principio de la misma especie. Gracias a él, obtenemos los frutos que tanto nos gustan.
Esta relación mutualista entre plantas e insectos polinizadores se lleva fraguando durante millones de años, de la cual nuestros antepasados ya dejaron constancia de su importancia. Por ello, a día de hoy, ha llegado a ser un proceso de lo más especializado, en el que encontramos extravagantes e impensables estructuras y comportamientos. Algunas de estas increíbles adaptaciones fueron predichas por el padre de la evolución por selección natural, Charles Darwin. Observó que cierta orquídea poseía un larguísimo nectario para el cual predijo que debía de existir una mariposa, con una larga espiritrompa, capaz de absorber el néctar de esa planta. Años más tarde, se descubrió a la responsable, la polilla Xanthopan morganii praedicta, con una espiritrompa de hasta 30 cm de longitud.
Pero la naturaleza no deja de sorprendernos, ya que, en el siglo pasado, se descubrió el baile de las abejas. Este es el caso de la abeja doméstica, la famosa abeja melífera o de la miel (Apis mellifera), la cual posee un sistema de comunicación de lo más danzarín, y es que ha desarrollado distintas coreografías para indicar a sus compañeras obreras donde se encuentran las plantas con su preciado néctar. Cuanto más lejana esté la fuente de alimento, más compleja y duradera es la danza representada. Por tanto, las abejas de la miel son capaces de interpretar la información codificada en sus bailes. Estos son solo unos ejemplos de miles, pero resulta fascinante cómo algo tan simple puede esconder cosas tan brillantes como estas, sin ni siquiera darnos cuenta.
Desgraciadamente, el número de polinizadores ha disminuido drásticamente en los últimos años. Entre los causantes de este declive se encuentran la fragmentación de hábitat, el cambio climático y, el mayor causante, la agricultura intensiva con su explotación en monocultivo y su uso indebido e indiscriminado de fertilizantes y pesticidas.
En nuestras manos queda conservar a estos pequeños seres que tanto bien nos hacen. Primero, comprendiendo que son totalmente inofensivos, ya que son fruto de emociones de lo más variopintas y estigmatizadas, desde miedo a repulsión. Comprender el gran valor que ofrecen en nuestro ecosistema es fundamental para su conservación. Por otro lado, actos tan sencillos como cultivar plantas autóctonas de nuestra sierra en tu balcón o en tu jardín puede suponer una gran ayuda para ellos. Además, en este artículo, de la mano del ilustrador científico, Javier Mugueta, te traemos una idea de lo más divertida y original, y es… ¡Un hotel de insectos! Se trata de un soporte de madera relleno de palos, piñas, troncos, cañas, ladrillos… Con ellos ayudas al establecimiento de nuevos inquilinos polinizadores en tu jardín y los alrededores. Estos pacíficos vecinos te lo agradecerán aumentando la diversidad que te rodea y ofreciendo recursos como la miel y frutos.
Como ves, un detalle tan pequeño y sutil, como el que tiene un insecto polinizador al alimentarse de néctar y polen, es en realidad una pieza básica de un profundo sistema de engranajes mucho mayor pero que, sin ella, no funcionaría, puesto que sin la polinización no conoceríamos la vida tal y como lo hacemos ahora.
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