“… procuré llegar con paso muy quedo, así por compasion del caballo en que iba, como porque no me estrellase, que tambien para esto es abonado, y no poco, el piso de Cuenca.”
Así describe su tortuosa llegada a la ciudad de Cuenca Antonio Ponz, un erudito ilustrado del siglo XVIII, en la Carta I del Tomo tercero de su Viage de España de 1774, haciendo honor al dicho “Hecha es Cuenca para ciegos“ por los riesgos e incomodidades que Ponz hubo de sufrir, ya no solo a su llegada a la ciudad, también en su viaje por España debido al mal estado de los caminos e inhóspitas posadas.
El libro que consta de 18 tomos tuvo un gran éxito en su época. Muestra la descripción más completa de la España de Carlos III. Está escrito en forma epistolar, de acuerdo a las etapas del camino y recoge detalladamente observaciones directas de todo tipo sobre los lugares que Ponz visitó: actividades económicas, población, instituciones, características geográficas, etc.
En 1769 recibió del Gobierno el encargo de reconocer los bienes artísticos de los jesuitas recién expulsados de España, lo que le llevó a hacer de un inventario pormenorizado de las riquezas histórico-artísticas de España, información que amplió a otros campos de la geografía y economía. Era una labor típicamente ilustrada: observar y conocer para poder reformar. Y así escribió el Viage de España, conforme al deseo ilustrado de ser útil y contribuir a la reforma proponiendo medidas de mejora.
Los libros de viajes, constantes a lo largo del siglo XVIII, se convirtieron en un elemento clave en la cultura de la Ilustración. Hubo muchos viajes de ilustrados por ciudades y regiones de España, pero a Cuenca siempre se la había evitado. Pensaban que había que conocer España para reformarla. Viajar era pues fundamental para conocer el país, diagnosticar sus problemas y tomar las medidas adecuadas para solucionarlos. Antonio Ponz encarnó con mucho al viajero de la Ilustración, culto y cosmopolita, viajaba para ver, aprender y dar a conocer, motivado siempre por una perseverante curiosidad y confianza en el saber. Su Viage de España fue una oportunidad extraordinaria para observar el país en un momento decisivo de su historia, y también un símbolo de los renovados valores y modos de existencia que supuso la Ilustración y que, más allá de otras consideraciones, transformaron el mundo.
El Tomo III trata de Cuenca, de aspectos históricos, arquitectónicos y culturales de la ciudad, pero en la Carta IV se permite, para su solaz, un paseo por la Hoz del Huécar, que empieza nada más dejar atrás el puente de San Pablo y la Catedral. El paseo transcurre a lo largo del río Huécar, quince kilómetros desde la desembocadura en el Júcar hasta su nacimiento entre Palomera y Buenache de la Sierra. El río hacia arriba progresa serpenteando hacia su nacimiento. Forma un cañón, una hoz: profundidad labrada por el agua al atravesar y cortar las parameras y muelas de la serranía. Los farallones kársticos, adornados con su característico té de roca y otras plantas, se recortan fantásticamente en la U del valle, pero van perdiendo altura poco a poco para desaparecer luego cerca del pueblo de Palomera, a 1.059 metros por encima del nivel del mar, casi al nivel de la catedral de Cuenca. Entonces el valle se abre y se ensancha. Y este es el hermoso paisaje que vio Antonio Ponz.
Pero la situación socio-económica de Cuenca que encontró Antonio Ponz era desastrosa; la próspera actividad económica basada en la industria textil y la ganadería del siglo XVI en Cuenca había desaparecido. Pero hay un intento por parte de los ilustrados de revitalizar la ciudad. Se empeñaron en promover la industria y “por consiguiente la verdadera felicidad de aquella tierra”. Se implementan nuevas medidas en torno a la industria de la lana, la reapertura de la casa de la moneda y se restauran los molinos de papel de las riberas del Huécar. Pero estas medidas no fueron suficientes para sacar a la ciudad de la parálisis en la que había caído.
Ponz menciona a Antonio Palafox, ilustrado Arcediano de la catedral, que “mediante sus grandes luces” hizo una gran labor social promoviendo la industria textil y otras empresas educativas. Algo sirvió para aliviar el desempleo local.
Al final de la Carta IV, después de describir y comentar los diferentes edificios religiosos y la catedral, llega al puente de San Pablo sobre el río Huécar “…construido con tal magnificencia, que á primera vista me pareció cosa de los antiguos Romanos”. Piensa Ponz que se construyó para acceder a Convento cómodamente y evitar así la empinada bajada y correspondiente subida. Critica también el costo del puente, “y con lo que costaría el puente de S. Pablo, acaso hubiera hecho un par de ellos en varios parages del Jucar, dentro de ese mismo Obispado”.
Fuera ya de la catedral, desde el convento de San Pablo prosigue, pero ahora es un amable paseo.
“Ya que estamos en el convento de S. Pablo, y por consiguiente encaminados, quiero llevarle á U. con la imaginación, como yo fui en la realidad uno de estos días, al lugar de Palomera, distante de aquí dos leguas, y situado junto a este Río Huécar”.
“El camino, siguiendo casi siempre por la orilla del río desde este convento, es divertido, y bastante frondoso de huertas, y árboles: se encuentran varias fuentes en él cuyas aguas son muy preciosas, y muy frescas en tiempos de más calor;“
Los comentarios de Ponz sobre el campo son constantes. Su visión no es la de artista, sino la de un economista. Los dos tipos de propiedades y actividades agrícolas: las huertas y los hocinos de la vega hortícola de la ciudad desde la época musulmana.
“El Huécar es mas útil a Cuenca por lo que con él se riega, por los molinos, y por otras cosas; aunque no en llevar truchas”.
“La fuente, ó cueva del Frayle á media legua de la ciudad, de donde se lleva encañada el agua hasta la altura de Cuenca, entre altísimas peñas, y con ella se abastecen sus fuentes, y sirve para regar las huertas que hay en aquellos derrumbaderos, que llaman los Hocinos;”
Antes de la traída de aguas de la Cueva del Fraile en 1553, el agua para abastecer Cuenca provenía de las lluvias y del río Júcar, y se almacenaba en aljibes repartidos por la parte alta de la ciudad. Así aparecen restos de la conducción hídrica desde la Cueva del Fraile hasta el barrio del castillo por el camino de los farallones.
“… siempre siguiendo por una vega, más ó menos estrecha, según se acercan, o se apartan los altos montes, entre los cuales está situada, se hallan unos molinos de papel…”
“Lo que se descubre de estos cerros por donde va el camino, carece de árboles grandes; pero están cubiertos de romero, manzanilla, tomillo, salvia, zamarrilla, espliego, y otras hierbas, y arbustos, que son comunes en toda esta sierra. Se conoce su fecundidad, y virtud para cualesquiera otros, que son mas necesarios al uso, y comercio de la ciudad.”
No faltan observaciones sobre la falta de cultivos, la despoblación, la necesidad de caminos y puentes y árboles.
“Los pinares ya distan dos leguas de ella, quando pudieran llegar hasta la misma, sin perjuicio de las otras plantas, como se tuviera cuidado de la siembra de dichos árboles. ¡Quantos encinares podrían tener inmediatos á la misma ciudad…! No ví sino un corto montecillo de encinas á un lado de la ermita del Socorro, que es de un particular; pero con él se prueba lo que podía haber de estas plantas, y se sabe lo mucho que hubo por lo pasado.”
Se suceden los farallones de piedra caliza con sus tonos grises y ocres, que siguen viendo pasar el tiempo desde tiempos inmemoriales.
“Llegué con la alegre compañía á Palomera, y como era cerca del mediodía, nos hallamos con la mesa ya dispuesta en casa de un sugeto distinguido, natural de aquella villa”.
Y como dice el dicho: “Si quieres ver maravillas entra en la cueva de Pedro Cotillas”.
“Despues de comer pusimos en practica lo que desde Cuenca teníamos proyectado, y era emplear la tarde en caminar una legua más allá de Palomera, para ver una cueva, llamada de Pedro Cotillas, que está en lo alto de los cerros. Le aseguro a U. que tuve gusto de entrar en ella, y aún hallé mas que ver de lo que me dixeron. Todo el mundo se armó de teas encendidas y fuimos entrando por su estrecha boca, desde la qual hubiera riesgo de caer en la caverna, si no nos guiara un práctico de ella. Es muy espaciosa, y forma diversos derrames, de suerte que no se puede concebir en donde acaban… ¡Es cosa rara, que figuras extrañas ha hecho la casualidad! Unas parecen bultos humanos, otras tienen idea de culebras, de perros, y cosas semejantes: se ven como hileras de columnas, pirámides, etc. Continuamente gotea el agua de que se van formando esas figuras…”
No es fácil encontrar la ubicación de la cueva o sima, se requiere la ayuda de algún lugareño para no perderse. Casi un siglo después Gabriel Puig y Larraz, en el Boletín de la Comisión del Mapa Geológico, de 1896 la describe:
“En fin, yo tuve buen rato, con tal espectáculo, y depues de visto nos volvimos á Palomera, no muy desviados de donde el río Huecar tiene su nacimiento, y continuamos con mucha alegría hasta Cuenca por las amenas riberas del río,”
Cumplido el paseo, regresa por el mismo camino evocando los versos del poeta del Siglo de Oro José de Villaviciosa, famoso autor de la epopeya burlesca “La Mosquea”, también relacionada con otro río de Cuenca, pequeño, pero literario, aunque esa es otra historia.
“Con lento paso por su amena vega
Los espaciosos campos fertiliza,
Y su hermosa ribera colma, y llena
De mil, frutos sabrosos, y hortalizas…”