Los Chichipanes – Los carboneros

Los Chichipanes – Los carboneros

Chi chi-pán! Chi chi-pán!  A la orilla del Júcar, ahora que los chopos y sauces tiñen sus cabellos de oros y ocres, un sentencioso martilleo se descuelga de las ramas. Levantamos la cabeza para saber quién, como si a golpe de bombo y platillo fuera, nos saluda tan firmemente. Buscamos entre la maleza cada vez más deshilachada del chopo, y sólo el salto de un menudo pajarillo entre sus ramas delata al artífice. Es un carbonero común (Parus major), uno de los más frecuentes y abundantes pajarillos o paseriformes de nuestra geografía. Y es que, aunque no nos percatemos, su canto, su reclamo y su silueta nos acompaña fielmente por nuestras riberas, nuestros parques y nuestros bosques.

El carbonero común es un ave insectívora y forestal de pequeño tamaño, pero de aspecto rechoncho y fuerte. Es uno de los mayores representantes de la familia de los páridos, a la que pertenecen los carboneros y herrerillos. Su plumaje es un manto de vivos colores. Su pecho amarillo eléctrico y su lomo verde-azulado contrastan con su cabeza negra, que a modo de casco espartano deja unas límpidas mejillas blancas. Todo ello lo vuelven “achuchable” y lo hacen inconfundible. Los géneros se diferencian marcadamente porque los machos visten corbata negra y las hembras no. Y es que aunque resulte humanizado, una franja negra, continuando el azabache de la cabeza, baja del cuello al abdomen en los machos. Elegantes muchachos. 

Carbonero

Su reclamo más famoso: “Chi chi-pán! Chi chi-pán!”, le ha dado el nombre de “chichipanes” en numerosos municipios y regiones de España como en Murcia o Cáceres. En inglés toda la familia de los páridos son denominados “Tits” y el carbonero común, como no, es el “Great tit”. Su nombre de carbonero deriva del negro carbón de su caperuza, pero a mí me gusta imaginar cuando estos duros trabajadores del carbón desarrollaban su labor en el monte y veían su rostro reflejado en estos pajarillos. Mientras unos sudaban gotas de carbón, otros cantaban de rama en rama. ¡Cuántos hubieran cambiado los papeles en aquel instante!

Aunque ocupa una amplia variedad de hábitats forestales y es frecuente allá donde haya arboledas espesas y continuas, las riberas sean quizás el mejor lugar para observarlos. En invierno, la desnudez de los árboles deja entrever los maravillosos vestidos de estos pajarillos, que a menudo en bandadas llenan de guirnaldas amarillas las grises ramas. Luego, cuando la primavera llega, son más complicados de guipar; pero entonces, como esforzándose para seguir queriendo estar cerca de nosotros, nos endulzan y alegran con sus cantos. Aunque su dieta es básicamente insectívora, el carbonero común ha conseguido adaptarse a los hábitats antropogénicos. Y es que ha entrelazado una estrecha amistad con el ser humano y es muy fácil verlo tranquilamente en cualquier parque o jardín de nuestros pueblos y ciudades sirviéndose de semillas o frutos, especialmente en otoño e invierno. Por tanto, es de esperar que sea uno de los protagonistas a la hora de visitar comederos o cajas nido, por lo que su compañía es asegurada. Por último, cabe añadir que ha servido como especie de estudio para numerosas investigaciones científicas durante los últimos años.

Carbonero Garrapinos

No podemos dejar de hablar de los carboneros sin olvidar a sus hermanos pequeños. Hace unos millones de años, una especie de carbonero, muy distinto a los que conocemos, habitaba bosques frondosos y vírgenes. Sin embargo, el paso del tiempo, las condiciones climáticas y la mano invisible de la selección natural quiso que las poblaciones se separaran y dieran lugar a varias especies con rasgos y hábitos muy diferentes. Uno es el carbonero garrapinos (Periparus ater), que tan frecuente es en nuestra Serranía de Cuenca. Aunque más escurridizo y olvidado que el carbonero común, es un indiscutible salteador de las ramas de nuestros pinares. Es más pequeño y silencioso, pero igual de ágil y jovial. Su canto y reclamo, aunque muy parecido a las sílabas de su hermano mayor, es más tenue y adquiere un carácter metálico y desinflado. Los colores no son tan vivos, con tonos grises y rosáceos, y es remarcable la mancha blanca que tienen en la nuca y que contrasta con su caperuza negra. Y el otro es el carbonero palustre (Poecile palustris) que, a pesar de que su presencia es extremadamente rara en la provincia de Cuenca, habita los espacios forestales húmedos del norte de la Península Ibérica.

Escuchando el caer de las hojas con el suelo junto a los “chichipanes” volvemos ya hacia las calles de Cuenca a la orilla del Júcar. La ribera nos habla y nos damos cuenta de cuánta vida se oculta entre las ramas de nuestros árboles. Los bosques esconden pequeños y risueños misterios que debemos resolver y los carboneros son uno de ellos.  Estos pequeños pajarillos dependen de estos ecosistemas como nosotros; sin embargo, ellos los cuidan, los alegran con sus colores y sus cantos, consiguen adaptar su alimentación a las diferentes estaciones, utilizan los recursos que tienen cercanos y jamás se les ocurriría destruir su propia casa. Desde una perspectiva humana diríamos que son pájaros inteligentes pero, ¿qué dirían ellos de nosotros?

Poned sobre los campos

un carbonero, un sabio y un poeta.

Veréis cómo el poeta admira y calla,

el sabio mira y piensa…

Seguramente, el carbonero busca

las moras o las setas.

Llevadlos al teatro

y sólo el carbonero no bosteza.

Quien prefiere lo vivo a lo pintado

es el hombre que piensa, canta o sueña.

El carbonero tiene

llena de fantasías la cabeza.

 

 

Antonio Machado (Campos de Castilla)

Carbonero común

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